El Hilo Negro Que Forja Mi Destino

— Hace tantos años, Dios creó los espíritus como muestra de nuestros pecados. Hubo una guerra en su caza, después de todo, debían acabar con lo desconocido.

Los espíritus.

Había algo mal en su relato.

‘No es verdad’

— El imperio en donde creci, existía una leyenda acerca de los espíritus. Ellos te brindan su gracia. Pero no es más que una fachada, te maldicen.

Aquel libro. Ella leyó acerca de ellos en el libro destartalado y viejo que había encontrado en su casa. Pero aquello que decía… ¿Era correcto?

— Un espíritu te da su gracia y se manifiesta en tu cuerpo, una marca, una huella, una señal. Pero contrario a lo que se creía, aquello no era más que una maldición.

— Entonces, ¿Qué tiene eso que ver con mi cabello?

— Es una marca, de esa maldición, ¿Que pudo hacer su madre para merecer eso?

Su sonrisa hipócrita se cubrió y sus ojos parecían arder en llamas.

‘Respira, Anneliese’

Pero le era imposible porque cada respiración que daba causaba un ardor insoportable en sus pulmones, incapaz de decir palabra alguna a la mujer.

— Para ser marcados, deben pedir algo a cambio, ¿qué pudo ser más importante que su propia hija?

El aura oscura que rodeaba a la mujer parecía llenar toda la habitación y cortar su respiración. Ella era incapaz de seguir un segundo más allí.

— Entonces señorita Ross, ¿tenemos un trato.

— No uno en donde yo esté de acuerdo.

— ¿Duda de mis palabras?

El aura invisible se disipó y sus pulmones fueron capaces de tomar aire. Aquella barrera invisible que existía solo en su imaginación la estaba ahogando, pero algo raro como una chispa la sacó de sus pensamientos. Una energía desconocida se manifestó y le hizo hablar sin pensar.

— Mi cabello es una maldición, ¿No suena eso gracioso?

— ¡¿Qué?!

— Un imperio caído, ¿no fue la emperatriz un tratado para la paz?

— Es grosero hablar de esa man…

— Entonces acepto. La emperatriz no desea hacer un escándalo, ¿no es correcto?

La mujer no respondió. Pero sus dientes rechinaron y le fue imposible no escuchar el ruido estremecedor.

— ¿No era más fácil hacerlo de esa manera? Lo haré entonces.

Anneliese Ross relajó su postura en la cómoda silla y guió un postre a su boca, llenándola de su dulzor y sabor.

— ¿Oh?, La señorita Anneliese ha cambiado un poco.

— ¿Es así?

— La señorita Ross solía ser más tosca, si hubiera sabido que sería tan sencillo no hubiera preparado esto.

La mujer de mediana edad sonrió, su antigua faceta dulce y amable volvió y el ambiente antes tosco parecío quedar en el olvido.

Per para Anneliese Ross, que estaba sentada observando su figura serena y pacífica exquisitamente cuidada se extrañó. Había algo raro en ella y le fue imposible no sospechar.

Tenía que irse.

— ¿Eso es todo, su majestad?

— Es correcto. ¿Gustas hablar de algo más?

— ¡Oh!, si es así pediré su permiso para irme.

Anneliese cubrió su boca ligeramente, no se sentía en condiciones favorables para estar lejos de su cama, y peor aún para soportar el frío infierno y el pesado aire del palacio. No quería estar allí.

— ¿Gusta descansar? Puedo pedir que le preparen una habi-

— ¡No es necesario!

Tal vez respondió muy pronto porque el silencio vio abismal cayó en la sala.

— Me gustaría descansar correctamente en mi casa. Sin embargo, agradezco la comprensión de su majestad la emperatriz. Gloria y bendiciones a la madre del invierno.

Seguidamente acompañada por un paladín la figura brillante y resultante de la mujer desapareció, dejando satisfecha a la mujer mayor.

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Quizás sus pasos eran lentos o se sentía muy cansada. Pero tenía la sensación de que cada paso que daba era más pesado que el anterior, y lo peor en esa situación era que no estaba cerca de su carruaje.

Era como si el palacio la estuviera absorbiendo, robando su vitalidad y energía. La estaba drenando.

Pero contrario a sus pensamientos no pasaba nada. Sus pasos eran normales e incluso para el paladín a su lado caminaba muy rápidamente. Pero ella no era consciente de eso.

Solo quería escapar de ese lugar.

Huir de allí.

Esconderse y nunca volver a regresar.

Alguien debía ayudarla.

Ella no estaba bien.

No lo estaba.

— ¿Señorita Anneliese?

El cochero encargado parecía haberla llamado más de una vez, pero ella no había respondido a su nombre.

— ¿Se encuentra bien?

Su rostro estaba pálido y las ojeras antes escondidas habían vuelto a surgir en su demacrado rostro, evitando observar sus labios secos y morados o sus dedos temblorosos.

— Lo estoy, ¿podemos irnos ya?

El cochero asintió y el carruaje se puso en marcha, por fin pudo respirar tranquila, e inevitablemente, se quedó dormida.

......................

Desde un punto ciego, imposible de ser visto excepto por el más astuto, una túnica blanca que se agitaba con el viento observó la imagen femenina marcharse del lugar. Observando como su gran pureza era arrebatada en cada sonido de su tacón.

Y en ese pequeño transcurso su cuerpo fue consumido por lo prohibido y se había demacrado.

Se veía en pésimas condiciones.

Pero solo rio ante la situació. Porque era gracioso ver a esa persona pasar tales aspectos deplorables en la tierra y no poder resguardarse más allá de Judethet, en donde debería estar.

Pero era imposible. Porque estaba atada a la tierra y el infierno comenzaba a arrastrarla, a tomarla como suya. Y Agness no estaba en condiciones como para protegerla.

Lo sabía correctamente.

Así que silenciosa y habilidosamente, un pequeño brillo iluminó la punta de sus dedos. Un color carmín fue desprendido y rociado en el cuerpo de la mujer, quien observaba al frente con firmeza. Sin girar su rostro a la mirada que perforaba su espalda.

Pero no había marcha atrás, porque el hechizo estaba hecho y las consecuencias serían instantáneas, rápidas y contundentes.

El mayor desastre andante desaparecía igual que Reckless, entonces todo estaría en su poder y sería el mayor mandato en el continente. Nadie podría pasar por encima suyo.

Ni siquiera los espíritus.

Y si llegasen a hacerlo los destrozaría y destruiría como antes había hecho. Dios tendría miedo de su creación y desaparecería, lo sabía. Entonces debía mover sus piezas y sacar provecho a la situación.

Pues el protector no era capaz de protegerlos y el espiritista no sabía el poder que poseía. Pero tampoco lo había manifestado.

Sería divertido ver como toda la creación se convertía en destruccion.

Entonces empieza a accionar.

Otra sonrisa.

— Buena suerte más allá de Judethet, Anneliese Ross.

......................

Un sueño.

Un sueño profundo y oscuro.

En donde el agua sobresalía por su rostro y no podía respirar.

¿Se estaba ahogando otra vez?

Pero esta vez el agua solo sobrepasaba su nariz pero no podía levantarse, algo la arrastraba y la mantenía allí abajo.

Ayuda.

Alguien por favor.

Pero no había nadie, ella estaba allí sola, ahogándose en sus penas y sufrimientos, sintiendo como el agua helada da que la cubría parecía quemarla y como cada vez su consciencia se perdía más.

Cuando sus pulmones maltratados no pudieron más, cuando sintió que estaban llenos de agua y no podía resistirlo más.

Despertó.

— ¿Louise?

Una voz profunda y femenina la llamó.

— ¿Estás bien?

¿Quién eres?

— Te vez mal.

No, no me veo mal, me siento mal. ¿Quién eres y porque estás aquí?

— ¿Te sientes bien, Louise?

No. No. No. Aléjate.

— Responde o nos castigarán, ¡Louise!

La imagen de la mujer comenzó a corromperse y su antiguo llamativo rostro estaba fracturado. Sus ojos se alargaron y sus labios se torcieron, sus ojos comenzaron a llorar la sangre negra que poseían los Glouthen.

— ¡Louise Ayúdame! ¿Qué esperas? Soy tu hermana.

No. No. Deja de gritar. Su cabezada comenzó a punzar y la imagen comenzó a desvanecerse. Pero unas llamas oscuras llenaron el lugar y volvió a sumergirse en el agua poco profunda de la cual no podía salir.

Louise.

Louise.

¿Quién es ella?

Pero en medio de la oscuridad y el frío estremecedor del agua profunda que no le permitía ver. Otra vez despertó.

O quizás era la sensación. Porque ahora estaba frente a la afueras de un viejo orfanato. Sus rejas estaba oxidadas y la hierba seco y muerta.

Las condiciones eran deplorables y se veía terrorífico, incluso, ese lugar que ahora observaba le daba una sensación pésima, sentía que se ahogaba con respirar el denso aire de allí. Pero solo era una sensación.

‘Respira, por favor’

— Louise, ¿estás segura que no pasará nada?

¿Louise?, ¿quién es Louise?

— Nada pasará, Niny. Confía en mí.

Un grupo pequeño de niños era guiado por una niña más grande. ¿Cuántos años podría tener? Su figura era delgada y pequeña, y su rostro se veía muy demacrado para ser una niña pequeña.

— ¿Qué pasa si nos encuentran?

Esta vez fue un niño menos, tan pequeño que podría llegar a sus rodillas, de cabellos oscuros, pero su rostro no era claro en su visión, porque estaba nublada.

— Entonces diré que todo es mi culpa, ¿estarás más tranquilo?

Louise, ¿tu eres Louise?

¿Por qué llevas a los niños a la nada en medio de la oscuridad?

Sus pasos chocaban contra las ramas caídas y las hojas crujían. Iban escondidos por el muro del orfanato, tan oscuro.

Pero algo los detuvo. Una figura abominable que tenía una aura maravillosa, oscura y deficiente. Cargaba algo en su mano. Un látigo que golpeaba constantemente contra su palma.

— ¿Qué hacen?

Profunda. La voz era demasiado profunda y generó un escalofrío en su figura invisible que solo observaba los eventos. las figuras diminutas se escondieronn detrás de la persona mayor.

— Buscamos hojas secas para el herbario señora Susy.

— ¿Tan tarde en la noche?

El silencio predominó y el viento sopló. Algo no estaba bien.

— ¿Crees que soy tonta, Louise?

— N-no señora Susy. Pero las hojas caen más seguido con el soplar del viento-

— ¿Te permiti hablar?

La pequeña tembló.

— Ustedes. A dormir o le irá peor.

Louise asintió.

— Estaré bien.

Susurró para los pequeños que se esfumaron con el viento.

— Louise, ¿qué hiciste mal?

La pequeña no respondió, su mirada era fija en el piso y la punta del látigo podía apreciarse rondándo sus pantorrillas.

— Te hablé.

— Me escapé con más niños en el toque, señora Susy.

— ¿Cuál es el castigo?

No respondió.

— ¡Louise cuál es el castigo!

— ¡El látigo! Lo siento mucho, y-yo solo…hoy es luna llena señora Susy.

No. No. No.

No ruegues. No ruegues Louise. Ella es mala. Si es mala, porque la había hecho arrodillarse en el suelo y juntar sus palmas. La estaba haciendo pedir clemencia.

— ¡No lo hagas!

Pero su voz no se escuchaba.

— ¡Louise levántate!

Pero Louise no la escuchaba.

— ¡Louise!, ¡Louise!

El tiempo se detuvo.

Porque la mujer dejó de recorrer el cuerpo con su látigo y Louise fijó sus ojos en ella. Pero no podía ver su rostro.

No correctamente.

Pero el rubio brillante brillaba bajo el rocío de la luna.

Y Louise sonrió, sus ojos brillaron. Sus ojos se hicieron oscuros y su sonrisa se alargó, la misma sangre de Glouthen volvió a surgir de sus labios.

— ¿Eres feliz? Anneliese Ross.

— ¿Que…

— Pregunte si eres feliz. Pero no te vez feliz.

— ¡No!, Louise debes correr, ¿qué estás haciendo?

— No puedo Rose.

— ¿Por qué no puedes?

La imagen sangrienta y macabra se desvaneció. Sus ojos verdes azulados y el cabello rubio pareció iluminar el lugar. Sus ojos lloraron y sonrieron.

— Porque estoy muerta, Rose.

‘Fush’

Su cuerpo descendió bruscamente por el lugar.

Chocaba fuertemente contra cosas invisibles que no podía visualizar. Heridas, cortes, sangre, ardor, lágrimas. Todas esas sensaciones la invadían.

Quiero despertar.

Permíteme despertar.

No quiero estar aquí.

Tengo miedo.

‘Entonces despierta, Rose’

Y despertó.

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Atte : Amelie Ross.