Yo antes era una espía y asesina respetada por todos, temida por todos, la más importante y reconocida por todos aquellos que oían mi nombre temblaban del terror y la desesperación que sentían al oír de mí. Creía que lo tenía todo, incluso creía que tenía a mi lado a un hombre que me amaba y respetaba como mujer y compañera de equipo. Desgraciadamente estaba muy equivocada y terminé por ser traicionada por él y por la gente que creía que me era leal, pero ni siquiera eso.
Ese día perdí todo y terminé por ser arrestada, humillada, maltratada, casi violada por uno de los custodios que me llevaba a ser finalmente encarcelada, sin juicio alguno en cual pudiera defenderme; era frustrante dado que yo fui una de las personas que propuso que todo criminal, sin importar su rango no tendría un juicio sino que en cambio iría directamente a "Azgaard" la más cruel y sanguinaria cárcel clandestina que el mismo maldito Hitler autorizó sin haber consultado a sus generales y consejeros.
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Capítulo 12.
Con rapidez le quité las botas de cuero negro a Maxwell. Siguiendo con los calcetines. Admiraba la forma de sus grandes pies masculinos, luego levanté la mirada para que me diera indicaciones sobre qué hacer a continuación. Estaba a punto de detenerme, pero entonces dijo:
—No te detengas, no tengas miedo...
Mi corazón y mente eran un total y absoluto lío de ansiedad y excitación. No me ayudaba en nada el contener las ansias y el nerviosismo de que mirara tan detenidamente.
Procedí a quitarle la chaqueta con manos torpes por el botón superior. Jadee de sorpresa y placer al darme cuenta de que no llevaba camiseta debajo.
Me mordí los labios ante la magnífica vista de su piel de alabastro. Tenía que reconocer que tenía un buen físico.
No pude contener mis deseos de tocar y besar su piel, me agaché y le di un suave beso y tierno en su amplio pecho, suave y fuerte, sin rastro alguno de vello. Él me animaba sujetándome de las palmas de las manos sobre la cama.
Ese hombre era hermoso, su cuerpo parecía haber sido esculpido por los dioses, pero era una lástima que los dioses no le hubiesen otorgado un poco de humanidad y consciencia.
—Eres una Diosa Sofía...—Expresó entre jadeos.
Sumé las manos para recorrer cada centímetro de las formas de sus músculos. Finalmente llegué a su hombros y retiré la chaqueta mientras besaba y lamia su largo y tenso cuello al cual me daba acceso levantando la cabeza. Me sentía poderosa, en aquel momento él era mi prisionero y yo era la dominante. Era un poder fascinante.
Ahí fue que descubrí que sí lograba dominar a Maxwell por medio del deseo, entonces iba a poder conseguir manipularlo fuera de la alcoba en beneficio mío y de las reas.
Desde luego que iba hacer lo mismo que él planeaba hacer conmigo. Me iba a adueñar de su corazón y de su cuerpo. Haría de mi Celador en jefe mi prisionero a través del amor y del deseo. Era un juego peligroso, además de una apuesta temeraria y riesgosa, pero una mujer debía hacer lo que debía hacer para poder sobrevivir.
Utilizaría mis armas tanto como mujer así como también como Soldado, usaría a mi conveniencia el deseo que este hombre sentía por mí. Estábamos Maxwell y yo en las mismas condiciones. A solas éramos solamente hombre y mujer que se atraian mutuamente, era algo que no me esperaba. Y no debió de haberme provocado.
Me alejé de su cuerpo para mirarlo a mi conveniencia. Reconocía que me gustaba la forma de sus fuertes hombros y brazos estilizados, con unos músculos bastante definidos.
De pronto me tomó de la cintura con la mano derecha, mientras continuaba sujetándose de la cama con la otra mano. Se sentó erguido y me volteó, para luego sentarme entre sus piernas sobre la cama y pega a su piel. Me rodeó con sus brazos y besó mi hombro mientras subía las manos por mi cuerpo hasta cerrar las palmas en mis senos.
Mantuvo su mano izquierda en mi seno izquierdo, mientras que su mano derecha bajaba hasta llegar hasta mi vientre, metió la mano dentro mi pantalón y rozó con sus largos y elegantes dedos mi interior.
De pronto me tensé al sentir más presión y placer dentro de mí. Me retorcía de placer en sus brazos, jadeaba excitada. Lo sentí sonreír de forma perversa.
—Pareces estar lista, pero aún no, tengo que prepararte un poco más para que puedas recibirme en tu interior. Es posible que todos, además de mí te oigan gritar, sí entro en tu interior.
Sofía, Sofía, no te tenses. No temas, no voy a lastimarte. Te dejé muy en claro que nunca te causaría dolor alguno. No te imaginas cuánto deseo follarte. Anda, dime que también quieres lo mismo-. Sentir otro de sus dedos estimulando mi clítoris, luego otro y otro dedo estaban estimulando de manera alternada mis senos inflamados me oía decir en voz alta y claramente excitada.
—Hazlo, no te detengas—. Me estampó de espaldas sobre la cama. Tomó la pretina del pantalón con rayas negras que llevaba puesto e inmediatamente jaló de manera deliberada para quitármelo. Luego me quitó la ropa interior que era negra con encaje y me dejó completamente desnuda.
Mantuve mi mirada mientras se bajaba el pantalón negro de su uniforme y no tardó nada en desprenderse de él. Mi mente se encendía como una antorcha a causa de la imagen imponente, además de atractiva era muy atrayente su cuerpo masculino alto, esbelto y poderoso. Sinceramente el Alcaide de Azgaard parecía ser una estatua griega esculpida por los dioses.
Estando en la cama, me quedé quieta, siendo consciente de que cada fibra de mi cuerpo estaba vibrando. Todo mi ser estaba vibrando de forma anticipada, sentía un poco de temor debido a que su miembro era en verdad grande. Esperaba que no fuera tan brusco, sin embargo, ni él mismo podía garantizar eso. Debía estar tranquila.
Maxwell volvió a impactarme otra vez, en vez de venirme por encima de mí. Se acomodó entre mis piernas y se agachó para observar y explorar mi sexo con los dedos. De manera inconsciente me arque sobre la cama, sujetaba con fuerza el edredón tratando de no gemir tan alto debido a las olas de placer que me sacudían de pies a cabeza. Mi piel erizada y enrojecida, mis músculos se tensaban y de un momento a otro estaba temblando de forma violenta.
Desde los pies a la cabeza todo mi cuerpo se contraía por el esfuerzo de retener ese fuego que subía hasta mi cabeza. Estaba pérdida de la realidad, iba y venía, manteniéndome flotando y por fin pegué un grito de alivio y de un inmenso placer al haber alcanzado un estado catatónico de euforia y vértigo.
Absorta del tiempo y de lo que había a mi alrededor sentía que estaba temblando y convulsionando con falta de aliento. Entre momentos sentía la lengua de Maxwell saboreando y explorando a medida que subía por mi vientre, al estómago hasta alcanzar mis senos. Lamia, chupaba y mordía mis senos haciendo que volviese a arquearme en la cama, besaba mi pecho y lamia mi cuello.
Subía sobre mí, se acomodaba poniendo su peso sobre mi cuerpo, hasta que capturó mis labios. Me besaba duro y a la vez experimentaba ardor al sentir su miembro haciendo presión en mi interior. Ambos soltamos un gemido sonoro al sentirnos vibrar el uno sobre el otro en mi interior. Él retrocedió suavemente y volvió a poner peso conquistando la profundidad de mi interior que se cerraba a su alrededor.
Poco a poco comencé a sentir ese calor, entonces cerré las piernas alrededor de su cintura y él de forma apasionada buscaba mis manos y las entrelazaba con nuestros dedos sobre mi cabeza. Era toda sensaciones, acogi tanto ardor así como el éxtasis que me producía. Amaba como a cada oscilación de sus caderas me llenaba y me liberaba de su miembro que me hacía resonar y vibrar.
No resentía el peso de su cuerpo, sino más bien que lo disfrutaba de su calor y humedad. Lo miré y él me miraba fijamente. De pronto Maxwell me arrastró de la cama y se tendió en ella en mi lugar, me montó sobre él, entró en mi interior con fuerza.
Realmente me estaba gustando aquella postura dominante, me cedía el control y me dijo con ojos brillantes, totalmente tenso, agitado y sudado.
— Eres más que hermosa y perfecta.
En respuesta le ofrecí mis manos para unirlas a las suyas y al sentirme firme, las tomó y comencé a moverme sobre él. Primero fue de manera pausada, lenta y sin prisa alguna para así poder adaptarme a la sensación de estar llena de él, con él hinchándose aún más dentro de mí.
Poco a poco comencé a sentir nuevamente como ese vértigo y la adrenalina fluían en mi sangre robándome la capacidad de pensar. Cuanto más éxtasis sentía, más aumentaba la velocidad de los movimientos de mis caderas. Necesitaba sentirlo mío.
De esa manera estaría conquistado y cautivado por mí. Lo quería cautivo, preso de mis deseos. Lo quería atrapar y hacerlo enloquecer de deseo.
Me sentía libre en aquel momento como nunca antes lo había sido. Además de poderosa, lo sentía y escuchaba, disfrutaba del éxtasis al mismo nivel. Realmente tenía el poder en él. Me cerré con fuerza a su alrededor, por lo que lo oí gemir y acalorándose hasta ponerse rojo de placer. Entró en un trance y me elevó, me elevó hasta el infinito.
Sumando el sonido del chirrido de la cama, los jadeos, gemidos, gritos de placer, pensaba que en cualquier momento la base de la cama se haría pedazos.
Sentí que estaba a punto desintegrarme.
Sin aliento, me dejé caer sobre el cuerpo agitado de Maxwell.
Yo también estaba agitada, ida, cansada y sin aliento. Él me rodeó con sus brazos con fuerza y sentía cada vibración y movimiento de sus tensos músculos. Ambos estábamos empapados en sudor, mi cabello estaba húmedo y pegado en mi piel. No podía moverme debido a que todavía temblaba y seguía estando agitada, así que opté por quedarme quieta tratando de volver a la realidad.
Acostarme con el Alcaide había sido una experiencia inolvidable. No me arrepentía y ni sentía culpas.
No necesité de armas de fuego, ni mucho menos de fuerza bruta para mantenerme a salvo en la cárcel y para comprar mi libertad y a la de alguna de las reas. Tenía algo mejor, un cuerpo y una personalidad que Maxwell deseaba.