POR AMARTE

TOMANDO LA DECISIÓN CRUCIAL.

El cielo en Nueva York se mostraba gris, cubierto por una densa capa de nubes que presagiaban lluvia. Caminé por las calles de Manhattan con la mente concentrada en un solo asunto: identificar a la otra mujer.

Al llegar a mi oficina, me senté frente a mi escritorio y tomé una profunda inhalación. Si iba a actuar, era necesario hacerlo de inmediato. Presioné el botón del intercomunicador y mi asistente, Nora, respondió de inmediato.

—¿Sí, señora?

—Quiero que indagues toda la información disponible sobre la Clínica Villarreal. Necesito la dirección, números de contacto, médicos y la programación de Frida Villarreal.

Un silencio tenso se abrió al otro lado de la línea.

—La Clínica Villarreal? —preguntó cautelosamente—. ¿Surgió algún inconveniente?

—Simplemente es un asunto personal.

—Entendido.

Era consciente de que mi petición había despertado su curiosidad, sin embargo, Nora era una profesional competente y reservada. Cualquier duda que tuviera probablemente se la reservaría. Transcurrió una hora y escuché pasos firmes acercándose a mi oficina. La vi ingresar con una carpeta voluminosa en las manos.

—Aquí tienes toda la información que solicitaste.

Colocó la carpeta en mi escritorio y permaneció de pie, observándome con interés.

—He incluido un informe exhaustivo del lugar y de la doctora Villarreal. También verifiqué su agenda. Está ocupado, pero tiene un hueco disponible en dos semanas.

Abrí la carpeta con manos temblorosas. Allí se encontró toda la información.

La clínica era de alta gama, ubicada en un elegante edificio en el Upper East Side. Atendían a familias acomodadas, empresarios y niños que enfrentaban traumas severos. Y Frida Villarreal era impecable.

La imagen en la parte superior del informe mostraba a una mujer cautivadora, con una expresión tranquila y segura, labios rosados esbozando una leve sonrisa y un cabello castaño perfectamente estilizado. Irradiaba la presencia de alguien que siempre había sabido pertenecer a la alta sociedad.

Mi estómago se revolvió.

¿Era esta la mujer con la que Billy había vivido por años?

¿Era ella quien llevaba su apellido antes que yo?

Mi corazón latía rápidamente, como si cada golpe en mi pecho me advirtiera que no prosiguiera.

No obstante, desestimé la voz de mi conciencia.

Sosteniendo el teléfono, marque el número de la clínica.

—Clínica Villarreal, buenas tardes.

—Quisiera programar una cita con la doctora Frida Villarreal.

La recepcionista empezó a teclear en su computadora.

—Lo siento, la doctora tiene su agenda completamente ocupada. Pero, si lo deseo, puedo agendarla dentro de dos semanas.

Dos semanas.

Podría parecer un período prolongado, pero ya había esperado cinco años sin conocer la verdad.

Esperar catorce días adicionales no me iba a causar la muerte.

—Programame en la primera fecha libre.

Colgué el teléfono y respire profundamente, ya mi destino estaba sellado.

Los días transcurrieron lentamente, me esforcé por concentrarme en mis trabajo, en mi hija, en cada pequeño aspecto de mi rutina diaria, sin embargo, la ansiedad aumentaba como una sombra silenciosa que me seguía.

Cada noche imaginaba el momento en que vería a Frida. ¿Sería capaz de reconocerme? ¿Tendría idea de quién soy? Sin embargo, la vida decidió complicar las cosas.

El día de mi cita, Billy regresó de manera inesperada.

Llegó repleto de obsequios para Fernanda y para mí, con esa sonrisa encantadora que en el pasado me derretía y que ahora solo provocaba en mí dudas.

—No tienes idea de cuánto las he echado de menos. Dijo entrando a la casa.

Sentí mi corazón contraerse, no por amor, sino por la lucha interna que me desgarraba.

Billy continuaba siendo mi marido, el hombre que todavía aceleraba mi pulso, el padre de mi hija. . .

Pero al mismo tiempo era un extraño.

—Yo también te he extrañado, querido.

Le sonreí y le di un beso con dulzura, pero en mi mente ya estaba ideando maneras de salir de casa sin despertar sospechas.

Y así lo hice.

—Tengo una reunión importante en la oficina.

Billy levantó una ceja, mostrando un toque de engaño en su mirada.

—¿Ahora? Apenas he llegado. . .

—Es algo que no puedo postergar.

Suspiro y dejo las bolsas sobre la mesa.

—Está bien. Te esperaré.

Sentí un escalofrío al oír sus palabras. Te esperaré. Pero no tenía la intención de esperar.

Me aseguré de que estuviera entretenido con Fernanda y salí de la casa, avanzando con determinación hacia el carro. Mientras conducía, la ciudad parecía desplazarse en cámara lenta. Los imponentes rascacielos, la multitud en las calles, los letreros brillantes… Todo era un eco distante en mi mente. Porque cada kilómetro que avanzaba me acercaba más a mi meta y con cada metro que recorría, la carga en mi pecho aumentaba. Estaba a punto de conocer a la esposa de mi marido, yo soy la amante. Y después de ese encuentro, nada sería igual, por lo menos no para mí.