¿Morir o vivir? Una pregunta extraña, sin duda, y una que no tuve la oportunidad de responder. El universo, caprichoso o sabio, decidió por mí. No sé cuál fue la razón de esta segunda oportunidad, de esta inesperada vuelta al ruedo. Lo que sí sé, con cada fibra de mi ser, es que la voy a aprovechar al máximo, que no volveré a cometer los mismos errores que me llevaron al final de mi primera vida. Esta vez, las cosas serán diferentes.
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Capitulo XII Un trofeo
Continuamos avanzando hasta llegar a nuestra mesa, ubicada en la primera fila junto a las personas más influyentes. Allí, una pareja mayor, pero visiblemente sofisticada nos miraba fijamente. La mirada de la mujer, especialmente clavada en mí, me puso nerviosa.
—Al fin llegas, hijo —dijo ella con un tono que mezclaba alivio y reproche.
—No dramatices, madre, si apenas hace unas horas hablamos por teléfono —respondió Lorenzo, su voz teñida de impaciencia.
—¡Mujer, no empieces! —intervino un señor con un aire de familiaridad asombrosa a Lorenzo—. Seguramente nuestro hijo ha estado muy ocupado. Soy Alfredo Estrada, padre de este muchacho maleducado.
Una sonrisa genuina se escapó de mis labios al escuchar su comentario. —Un placer conocerlo, señor —respondí con cortesía.
—No entiendo en qué me equivoqué con este muchacho, que ni siquiera nos presenta a su acompañante —añadió la madre de Lorenzo, esta vez con una amabilidad que me desarmó—. Soy Amanda Villavicencio, madre de este muchacho descortés.
El hielo se había roto. Lorenzo rodó los ojos y me ayudó a sentarme a la mesa. La señora Amanda empezó a hablar conmigo, mientras que Lorenzo se enfrascó en una conversación con su padre. No obstante, de vez en cuando me lanzaba miradas de advertencia, como si temiera que yo fuera a revelar nuestro verdadero acuerdo.
—Querida, dime, ¿qué eres de mi hijo? —preguntó Amanda, tomándome por sorpresa.
Lorenzo pareció escuchar a su madre. Se interpuso en la conversación, aliviándome el peso de tener que responder.
—Ella es mi mujer. Ha estado conmigo los últimos dos años, pero no habíamos querido formalizar nuestra relación.
Su respuesta dejó a todos en la mesa sin palabras. Yo misma me quedé sin aliento.
—¡Es inaudito! Que hayas tenido a esta hermosa mujer oculta por dos años... Yo no te críe así —dijo Amanda, su voz revelando un enojo genuino.
—No es su culpa, señora. Fui yo quien le pidió mantener todo oculto. No sabíamos si lo nuestro funcionaría y, como su hijo es muy conocido, no quería que mi reputación se viera afectada —expliqué, intentando tranquilizarla.
—Eres adorable, querida —respondió Amanda, con una sonrisa—. Otra mujer en tu posición se habría aprovechado de la reputación de mi hijo para escalar en la sociedad.
Lorenzo me miró con una satisfacción evidente, y mi corazón latió más rápido. Su madre me estaba elogiando, y él se sentía orgulloso de mí.
La subasta comenzó. El salón se llenó de un murmullo de emoción, pero mi atención seguía en Lorenzo. Esta noche, no solo me había presentado a su familia, sino que me había defendido. Algo estaba cambiando entre nosotros.
—Ahora les presentamos este hermoso collar de diamantes: una joya de colección única.
Las ofertas no se hicieron esperar, las personas morían por tener tan majestuosa joya entre sus objetos de colección, para mí era hermoso debido a la belleza que este irradiaba más allá de su valor monetario. Lástima que nunca podría comprar algo así.
De repente Lorenzo ofreció una fuerte suma de dinero dejando la sala inmersa en un total silencio. —Es demasiado dinero— murmuré con asombro.
—Si mi mujer lo quiere, pues ella lo tiene.
Tomo mi mano dándome un beso en ella.
—Gracias— respondí con sinceridad.
El collar fue puesto en las manos de Lorenzo por su asistente Ignacio. —Es una hermosa joya, señor.
—Lo mejor para ti— Lorenzo puso el collar en mi cuello con delicadeza, luego me invitó a ponerme de pie y delante de todos los presentes beso mis labios con ternura. —Eres mía y quiero que a todos les quede claro— Susurro a mi oído bajandome de la nube en la que estaba.
En ese momento entendí que Lorenzo solo me estaba exhibiéndome como un trofeo, como algo que ganó en una rifa.
—Entiendo— fue todo lo que contesté antes de volver a la mesa. Intenté continuar hablando con los padres de Lorenzo de manera natural, pero me estaba costando mucho contener las lágrimas.
Cuando terminó la velada me despedí de la señora Amanda y del señor Alfredo, no veía la hora de salir de aquel lugar. —¿Te sientes bien?— pregunto Amanda preocupada.
—Sí, es solo que no estoy acostumbrada a este tipo de eventos— no había mentido del todo.
—Espero verte pronto y si mi hijo te hace algo espero me cuentes y le doy su merecido.
Sonreí por las ocurrencias de Amanda, aunque mi corazón estaba lastimado y mi alma seguía rompiéndose poco a poco.
Lorenzo también se despidió de sus padres y así salimos del salón, aún estaban los paparazzi en la entrada tomando fotos y queriendo entrevistas, pero Lorenzo los ignoro conduciéndome hasta el auto.
—Lo hiciste bien hoy— comento cuando nos encontrábamos solos.
—Me alegra que te haya gustado la farsa que invente— respondí falta de emoción.
—Vayamos a casa— ordenó Lorenzo al chófer.
Mientras yo miraba por la ventana las luces de la ciudad que se iban desvaneciendo a medida que nos alejamos de esta. Las lágrimas seguían amenazando con salir, aunque estaba poniendo todas mis fuerzas en evitar que esto pasara, ya no quería llorar por nada más, no quería seguir sufriendo por nadie, ahora solo quería ser libre. Dos horas más tarde entramos a mi prisión de cristal, un suspiro ahogado salió de mi interior con el conocimiento tangente de que nunca sería feliz.
Apenas entramos a la mansión subí directamente a la habitación que compartía con ese demonio en forma de hombre, quería quitarme ese disfraz que ocultaba mi verdadero yo, quería borrar de mi piel cualquier huella de esta noche.
Al llegar a la habitación busqué los productos que me había recomendado el maquillador para quitarme toda esa máscara que había exhibido hoy. Con rabia contenida empecé a limpiar mi rostro, viendo como la muchacha alegre que era hace dos años había desaparecido y ahora se estaba creando una mujer llena de resentimiento hacia el mundo.
Una vez me quite el maquillaje procedi a quitarme las joyas que me había prestado Lorenzo, el costoso collar de diamantes lo deje sobre el peinador para luego ir al baño,aún podía oler su perfume sobre mi piel y eso me estaba volviendo loca.