POR AMARTE

UN MES FELIZ, PERO LLEGÓ LA DESPEDIDA.

El periodo que Billy había pasado en casa se había convertido en el más feliz de los últimos años, las cenas familiares, los abrazos inesperados, la cercanía de su cuerpo al mío durante las noches. . . Todo me hacía pensar que, tal vez, mi lucha no había sido en vano, en un abrir y cerrar de ojos había transcurrido casi un mes con él a mi lado.

Un mes lleno de sonrisas, de besos y de "te amo" murmullados en la penumbra.

Un mes en el que había elegido vivir la más hermosa de las mentiras.

Fernanda emanaba felicidad. Su pequeño universo de tres años giraba en torno a su padre y a la alegría de poder verlo a diario. Ya no cuestionaba cuándo retornaría, pues él estaba presente, arropándola cada noche y abrazándola cada mañana. No obstante, en el fondo de mi ser, sabía que ese espejismo no se mantendría para siempre.

Y como si el destino aguardara el momento en que bajara la guardia, lo inevitable ocurrió, aquella mañana, al entrar en la habitación, encontré a Billy de pie junto al armario, guardando ropa en una maleta.

Sentí una opresión en el corazón.

—¿Te vas? —pregunté con una tonalidad más suave de lo que realmente sentía.

Él levantó la vista y sonriendo con esa expresión encantadora que tantas veces había debilitado mis defensas.

—Solo por cinco días. Debo atender algunos asuntos en las sucursales.

Cinco días.

Siempre se trataban de cinco días que terminaban en semanas.

Mantuve los labios apretados, intentando controlar el torbellino que sentía en el pecho. No deseaba discutir, no quería rogar, no en este momento.

Me acerqué con cautela, tomé una de sus camisas, la doblé con cuidado y la coloqué en la maleta. Quería demostrarle que no me importaba, que yo también podía hacer como si nada pasara.

—Te extrañaremos.

Billy rodeó mi cintura con sus brazos y me besó la frente.

—Yo también las extrañaré.

Mentiroso le grita mi mente.

El aeropuerto estaba repleto de pasajeros en movimiento, anuncios de vuelos y despedidas ajenas que, de algún modo, se sentían como propias. Fernanda, con su cabecita reposando en mi hombro, miraba a su padre con devoción.

—A dónde vas, papi? —preguntó con su voz inocente.

Billy le acarició el cabello con dulzura.

—Voy a trabajar, princesa. Pero regresaré pronto.

Ella sonrie con confianza, asintiendo a sus palabras.

Yo no lo hice., Cuando anunciaron su vuelo, me abrazó con fuerza, como si realmente fuera a extrañarme.

—Prometo volver pronto.

Sonreí. No dije nada.

Y, justo así, se marchó.

Lo observé andar con esa seguridad única de los hombres que creen tener todo bajo control. Que piensan que las mujeres que los aman son ajenas a la verdad, pero yo la conocía y no me quedaría de brazos cruzados.

Mientras regresaba a casa con Fernanda, mis pensamientos se movían a una velocidad impresionante, por primera vez en mi existencia, se me presentó la oportunidad de confrontar a mi adversaria. La mujer que había estado con mi Billy durante años.

La imagen de la revista resurgió en mi mente: Frida Villarreal, profesional en psicología, esposa modelo, madre afectuosa. . . Portadora de la otra mitad del afecto de Billy. ¿Por qué no había intentado confrontarla hasta ahora?

¿Por qué nunca sentí la urgencia de mirarla a los ojos y preguntarle si era consciente de mi existencia?

Quizás porque hasta este momento no me había sentido lo suficientemente fuerte para hacerlo, sin embargo, ya no era la mujer inocente que solía ser, si Billy pudo simular durante cinco años, yo también podía lograrlo. Luego, una idea inesperada apareció en mis pensamientos.

Me presentaría en su consultorio psiquiátrico.

No como la amante de su marido.

No como la madre de la hija que él mantenía oculta.

Sino como un paciente.

Deseaba escucharla, observarla de cerca, comprender qué tipo de persona era. Quería saber si era superior a ella. Y lo más importante…

Quería averiguar hasta dónde podría llegar para reclamar lo que me pertenece.