"Guardianes"

Puerta Oeste.

Cuando la luz se desvaneció, Alex sintió el suelo firme bajo sus pies. Estaban frente a la inmensa puerta oeste del reino. Una mole de madera y hierro, con runas grabadas en cada tablón. A su alrededor, un centenar de caballeros se alistaban sobre sus caballos, las armaduras brillando como espejos bajo el manto estelar. Cada lanza alzada, cada banderín ondeante con el león dorado del reino, componía una imagen majestuosa.

Los ojos de Alex se agrandaron. Nunca había visto algo así… ni en sueños. Era como estar dentro de los cuentos que su madre le contaba en su infancia: caballeros valientes, armaduras resplandecientes, corceles indomables listos para enfrentar el mal.

Kuro apareció sobre su hombro nuevamente, saliendo de una chispa de luz.

—No te distraigas. Aún no ha empezado lo mejor —ronroneó con sorna.

Temerio se acercó a él.

—Vamos. Nos adelantaremos. Hay que evitar que los demonios lleguen a los muros.

Alex lo miró, nervioso.

—¿Tan fuertes son esos demonios...? ¿Pueden dañar estos muros enormes?

Temerio lo miró de reojo, con una sonrisa torcida.

—No me preocupan los demonios, chico. Me preocupa que yo mismo los dañe... sin querer. Aunque tengo algo de dinero guardado por si hay que reparar, pero prefiero usarlo para el orfanato,

Los cuatro jóvenes lo miraron boquiabiertos. ¿Acababa de bromear sobre destruir un muro de 40 metros como si fuera una cerca de madera?

Viendo a Alex aún tenso, Temerio le puso una mano en el hombro.

—Tranquilo. Ya venciste a un demonio de rango A cuando nos salvaste en la ciudad. No es tan diferente.

—¿Q-qué...? —musitó Sakura.

Franchesca y Leon también lo miraron sorprendidos.

Alex se quedó pasmado. ¿Realmente ese demonio... era de ese rango?

—Vamos —dijo Temerio.

Y sin más, lo agarró del cuello la camisa y, en un instante, lo lanzó en carrera fuera de la ciudad mientras los portones se abrían con gran estruendo.

Alex gritó, incapaz de seguirle el paso.

En segundos, habían recorrido quinientos metros más allá del muro. El cielo nocturno abierto les recibía, y el campo ante ellos se tornaba oscuro. La horda se acercaba... su paso era como una infección putrefacta, como si  la presencia del abismo descompusiese todo a su vista: la hierba moría, las flores ardían, y el aire se tornaba fétido.

Temerio se detuvo en un montículo. Desde allí, contempló el avance enemigo. Entonces, sin temor alguno, sacó los guanteletes de sus bolsas. Sus manos curtidas, marcadas por los años y la guerra, se los colocaron con decisión.

Y luego… el castigó divino se desató.

Saltó hacia la horda con una velocidad que desafió la lógica. Cada golpe de sus puños desató llamaradas blancas, fuego puro que quemaba incluso la oscuridad. Su cuerpo se cubrió de una luz blanca traslúcida, temblando con cada impacto. Los demonios gritaban, crujían, se desintegraban.

En un movimiento veloz, Temerio juntó sus puños y lanzó una onda de choque que arrasó con todo a su alrededor. Las bestias volaron como hojas secas.

Alex lo observaba paralizado, boquiabierto.

—Esto… no es real… —susurró.

Kuro ronroneó en su oído.

—Y tú, niño… serás más fuerte que ese viejo sacerdote algún día.

Sobre el Muro Oeste del Reino.

La noche ardía con un resplandor blanco mientras el fuego sagrado de Temerio devoraba a las criaturas que se atrevían a acercarse al muro. Cada golpe del viejo sacerdote era como el juicio de un dios. Las criaturas explotaban en llamaradas etéreas, y los jóvenes espectadores observaban boquiabiertos el poder de aquel hombre que parecía desafiar el tiempo mismo.

Leon, con los ojos fijos en la escena, no podía evitar preguntarse:

—¿Podré algún día alcanzar ese nivel...? Si mi padre, el Rey, es aún más fuerte que Temerio... ¿Qué clase de poder es ese que aún no comprendo? —pensó, mientras sus puños se cerraban con ansiedad. Él, el único hijo varón del rey, debía superarlo. Era su deber.

A su lado, Sakura chilló como una fan entusiasta:

—¡Vamos, Temerio! ¡Dales con todo! ¡Aún no has perdido el toque, Maestrooo! —gritaba agitando los brazos, sin preocuparse por las apariencias, su rostro iluminado reflejaba admiración pura.

Franchesca, en cambio, permanecía en silencio. Su mirada era profunda, cargada de memorias y respeto. Su mente regresó al pasado... a ese hombre que durante diez años había sido director de la academia y sacerdote principal de la catedral del reino:

“Temerio... el sacerdote de sonrisa serena, sotana impecable, y mirada sabia. Aquel que me enseñó a levantarme incluso cuando el mundo parecía haberse derrumbado. No hay otro como él...”

“Recuerdo la historia... Cómo él, un niño huérfano de apenas diez años, escapó de una masacre que arrasó su aldea. Su madre, muerta en el parto días antes. Su padre, caído protegiéndolo a él y a su pequeña hermana. En medio de la desesperación, rogó a Dios... y fue entonces cuando el cielo respondió. Una llama blanca descendió, y Temerio, con el cuerpo ardiendo en luz, carbonizó a dos monstruos que intentaban arrebatarle a su hermana. Pero era solo un niño... y el poder casi lo mató.”

“Entonces apareció Marlon... el líder de los Gunslinger, con su pistola de fuego azul y su traje negro con plata. Salvó a Temerio, lo adoptó y lo entrenó. Ese hombre que hoy parece tan frágil... Sera el cimiento de toda una nueva generación de caballeros y exorcistas. Por eso, no... no hay forma de que Temerio muera esta noche. No bajo esta luna.”

Continuará...

XintaRo.

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