Mi nombre era Rosana, pero morí en un motel de mala muerte con olor a humedad y fracaso. Lo último que recuerdo antes de desmayarme fue un tipo que pensaba que pagarme le daba derecho a todo. Spoiler: casi lo logra.
Desperté en una cabaña en medio del bosque, con siete hombres mirándome como si hubiera caído del cielo... o del catálogo de fantasías medievales. Y yo, sin entender nada, tuve la brillante idea de decirles que me llamaba Blancanieves. Porque, total, ¿qué más daba? Ya había vendido hasta mi orgullo… ¿por qué no mi identidad?
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capítulo 11
La noche había caído sobre el reino, pero la oscuridad que se filtraba en el castillo de Ravenna no era como cualquier otra. Era una oscuridad viva, densa, casi palpablemente fría, que se colaba entre los muros, extendiéndose como una sombra insaciable. En lo más profundo de la torre más alta, en una cámara que parecía suspendida entre el tiempo y la realidad, una figura se materializó con un destello de luz azulada.
Lilith apareció sin avisar, dejando tras de sí un aroma a violetas mezclado con pólvora, una mezcla extraña y perturbadora. Caminó con paso firme y elegante, sin hacer ruido, hasta pararse frente a un enorme espejo cubierto por un terciopelo negro que parecía absorber la luz de la habitación.
—Espejo... espejo... —murmuró con tono sarcástico— Ay, ya sal y no te hagas el pendejo. Que sé perfectamente que sabes que estoy aquí.
De pronto, el terciopelo desapareció con un suspiro casi imperceptible y el espejo se iluminó, un resplandor blanquecino que fue tomando forma lentamente. En su superficie, la marca sin rostro apareció como una mancha oscura que parecía respirar, un rostro indefinido que era a la vez vacío y amenazante.
—¿Quién osa despertarme...? —la voz era profunda, arrastrada, como si surgiera de un abismo de siglos—.
El espejo permaneció en silencio unos segundos, como si analizara la presencia que se imponía ante él. Finalmente, con voz reverente y casi temblorosa, respondió:
—Mi señora... lo siento mucho, no la reconocí de inmediato.
Lilith sonrió con ironía y dejó caer un mechón de cabello negro detrás de su oreja.
—Mmm, bien, iré al punto —dijo con voz firme—. Necesito que ayudes a los bandidos a despertar a Blancanieves. La bruja de tu reina logró su cometido y la envenenó. Está atrapada en un sueño profundo, incapaz de luchar.
Un silencio pesado siguió a esas palabras, como si el espejo procesara la información.
—No me digas... —musitó con desgana, aunque la preocupación era evidente.
—Sí. Así que cumple con nuestro trato y ayuda a tu verdadera reina, o prefieres que extienda tu sentencia dos años más.
El espejo vibró levemente ante esa amenaza. Se notaba su descontento, pero también el miedo latente en sus palabras.
—No... no... Pero, ¿cómo se supone que haré eso? Yo no puedo salir de aquí. Estoy condenado a permanecer dentro de este reflejo, atrapado.
Lilith ladeó la cabeza y sus ojos dorados brillaron con una luz fría e implacable.
—Pues esta noche lo harás. Serás el príncipe que libere a nuestra Blanquita de su sueño. Pero ojo, no te pases de la raya. Esos hombres que la protegen son más peligrosos de lo que imaginas. Si te descubren, no dudarán en matarte.
El espejo tembló, consciente del riesgo.
Durante siglos había estado preso en ese lugar oscuro, cumpliendo órdenes, cargando con la culpa y el odio. Pero aquella promesa de liberación, esa chispa de esperanza, lo hizo soñar de nuevo con la vida que había perdido.
Porque no siempre fue un reflejo sin voluntad.
Hubo un tiempo, mucho antes de la maldición, en que fue un hombre con sueños, esperanzas y un corazón humano.
Cedric fue su nombre.
Príncipe por sangre, heredero de un reino pequeño pero orgulloso, había rechazado la propuesta de Ravenna para ser su esposo. Elegir a una joven sin título, sencilla y humilde, había sido su decisión, y por ello, Ravenna lo condenó.
Su furia era un vendaval imparable que convirtió su amor en odio y su rechazo en maldición.
Con la magia oscura que sólo una reina bruja podía invocar, lo atrapó en aquel espejo maldito, arrancándole su cuerpo y su libertad.
Durante doscientos años, Cedric había vivido bajo su voluntad, viendo el mundo pasar a través de la superficie fría del espejo, condenado a ser un simple reflejo, un espectador sin poder.
Pero ahora, Lilith le ofrecía una segunda oportunidad.
Una que no podía dejar escapar.
El espejo comenzó a vibrar con intensidad, la marca sin rostro se agitó como un incendio contenido.
—Haré lo que pidas, Lilith. Pero recuerda, si fallo... seré tu prisionero por toda la eternidad.
Lilith asintió, satisfecha.
—Trato hecho. Esta noche, serás el príncipe que despierte a Blancanieves... o morirás intentando.
Con esas palabras, Lilith desapareció, dejando tras de sí un eco de promesas y amenazas. El espejo quedó en silencio, la marca sin rostro se difuminó y Cedric volvió a ser simplemente un reflejo. Pero dentro de ese reflejo, un corazón humano latía con fuerza renovada.
Esa misma noche, en el campamento donde los bandidos vigilaban el sueño profundo de Rosana, la atmósfera estaba cargada de tensión y preocupación.
Gael, firme y protector, permanecía al lado de la joven dormida, sus ojos vigilantes y su cuerpo listo para cualquier amenaza.
Zev, que usualmente se mostraba confiado y bromista, había dejado de lado su habitual coqueteo, mostrando un rostro serio y lleno de ansiedad.
Nikolai, como siempre el estratega, analizaba la situación, intentando encontrar una solución, pero sin perder de vista la realidad dolorosa.
Luciel, el sanador, seguía recitando antiguas oraciones, buscando romper el hechizo que aprisionaba a Rosana en ese estado.
Tobías, que jamás se separaba de ella, la sujetaba con ternura y desesperación, incapaz de ocultar el temor que le atravesaba el alma.
Elias hojeaba frenéticamente sus viejos libros de magia, buscando entre las páginas olvidadas una pista para el despertar.
Rurik, fuerte y decidido, preparaba armas y provisiones, sabiendo que la batalla se acercaba.
Cada uno de ellos estaba marcado por la ausencia de la mujer que, a pesar de sus propios temores, los había unido y los había hecho luchar.
Lilith, desde el lugar intangible donde observaba, sabía que el momento decisivo estaba cerca.
Y Cedric, dentro del espejo encantado, aguardaba su oportunidad para romper el maleficio.
Porque la guerra estaba a punto de comenzar.
Y esta vez, el destino de todos pendía de un hilo.
/Facepalm/
/Facepalm//Facepalm//Facepalm//Drool/