Nuestro Destino

— Así que el duque te propuso matrimonio. — Vivían estaba algo incrédula.

— Me pidió ser su duquesa; necesita las conexiones de nuestra familia para no dejar caer el ducado Carter y asegurar su estabilidad. Con mi respaldo, podrá deshacerse de los inconvenientes que representan los Lee, aunque tengo la duda de por qué quieren con tanto anhelo el ducado Carter, si no tiene mucho que ofrecer. — Aparte de la opción de Antonieta Lee, había algo más que esa familia desea obtener del ducado.

— Hemos estado llevando a cabo una investigación sobre ellos; sin embargo, son extremadamente cautelosos y no dejan cabos sueltos. Comienzo a sospechar que su interés radica en las fábricas del ducado, aunque aún desconozco el motivo exacto. Estoy en vías de descubrirlo. Por el momento, no podrán interferir en tu matrimonio, ya que me encargaré de mantenerlos ocupados. — Vivían, quien es una mujer pacifista, no estaba acostumbrada a llevar a cabo acciones cuestionables contra sus adversarios. No obstante, en esta ocasión, se encuentra en una situación crítica, ya que su hija está en peligro. No puede permitir que individuos carentes de escrúpulos la perjudiquen en su búsqueda de mayor poder.

— Madre, deseo que mi matrimonio se asemeje al de mi hermana, sin la necesidad de un compromiso previo; no considero necesario llevar a cabo el cortejo. — Madeleine no requería del cortejo del compromiso, ya que no deseaba abrir la puerta a posibles errores que pudieran resultar perjudiciales en el futuro.

— No pasarás por la etapa del cortejo del compromiso, pero el anuncio de tu boda será público en cuanto tu padre acepte al duque; así dejarán de llegar esas molestas cartas en las que ofrecen dotes insignificantes por tu mano —manifestó Vivían con irritación.

— Madre, cualquier dote parecerá trivial en comparación con la que mi padre te otorgó —Madeleine era consciente de que igualar tal regalo sería una tarea ardua.

Mientras Madeleine y Vivían mantenían una conversación sobre asuntos triviales en el carruaje, en el palacio del Ducado Carter, los niños eran informados sobre la situación actual.

— ¿Cuál es su opinión respecto a que yo tome una esposa? —inquirió el duque, deseando conocer la sincera perspectiva de sus hijos.

— ¿Vas a elegir a Lady Vitaly como esposa? —preguntó el niño, visiblemente incrédulo. Era la única mujer que había suscitado en su padre el más mínimo gesto de caballerosidad, aunque no creía que la joven aceptara tal propuesta.

— No creo que ella acepte a nuestro padre; tú mismo mencionaste que el exduque preferiría a un hombre sin descendencia. Además, nuestro padre es mayor que ella; es posible que ella opte por un caballero más joven y galante, cualidades que nuestro padre no posee —respondió la pequeña, resignada ante la idea de no contar con Lady Vitaly como su tutora.

El duque no podía dar crédito a que sus hijos se expresaran tan descuidadamente de él. En términos directos, lo estaban catalogando como un anciano; ¿cómo se atrevían a insultarlo de tal manera? Él era un hombre apuesto y caballeroso. ¿Por qué sus hijos albergaban una opinión tan distinta?

— Le he propuesto matrimonio a Lady Vitaly, y ella ha aceptado. Mañana procederé a solicitar formalmente su mano —manifestó el duque con un semblante severo, mientras que sus hijos le restaron importancia a sus expresiones.

— Espero que regreses con su mano en matrimonio; no aceptaré a otra duquesa que no sea ella. Lady Vitaly es la más adecuada; no existe mejor mujer que ella. Esfuérzate, padre, no nos hagas pasar vergüenza —expresó la pequeña Catherine, entusiasmada por tener a Madeleine en el ducado.

El duque quedó atónito al escuchar a su hija, y al voltear hacia su hijo, notó que este mostraba una expresión igual a la de su hermana.

— ¿Cuál es tu opinión, George? —inquirió el duque a su hijo.

— Te deseo suerte, ya que la necesitarás. Apoyo a mi hermana; no hay mujer más adecuada para el cargo de duquesa que ella. Espero que no lo arruines y que tu abuela no venga a causar molestias. — Los niños albergaban un profundo desprecio hacia esa mujer, y con razón; la primera vez que la vieron, su piel quedó marcada por aquel día, y el rencor que sentían hacia la anciana Carter jamás se borró de sus memorias.

Hasta el momento, el duque no había reflexionado sobre su abuela, una mujer de carácter despreciable que había convertido la vida de las anteriores duquesas en un verdadero tormento. Asimismo, sus primos y tíos se dedicaban constantemente a buscar sus debilidades con el fin de apoderarse del ducado.

— Esa mujer ya no tiene autorización para ingresar a esta residencia; no deben preocuparse por ella. Si en algún momento llegara a cruzar el umbral, tendrán todo el derecho de tomar las medidas necesarias en su contra —afirmó el duque.