"Hace cinco años, una lluviosa noche casi le cuesta la vida al Capitán Shaka Wirantara.
Una mujer misteriosa con casco negro le salvó, y luego desapareció sin dejar rastro. Desde esa noche, Shaka nunca dejó de buscar a la figura sin nombre a quien él llama su guardiana del destino.
Un mes después, Shaka es prometido en matrimonio a Amara, la mujer que resultó ser su salvadora esa noche. Sin embargo, Amara esconde su identidad, no queriendo que Shaka se case por un sentido de obligación.
Cinco años de matrimonio han pasado fríos y distantes.
Cuando el amor comienza a florecer lentamente, la aparición de Karina, una chica adoptada por la familia Wirantara, que se parece a la figura salvadora del pasado, vuelve a sacudir los sentimientos de Shaka.
Y Amara se da cuenta de que el amor que ha estado sosteniendo quizás nunca fue realmente verdadero.
""Señor Capitán"", dijo Amara suavemente.
""Vamos a divorciarnos.""
¿Acaso Shaka y Amara se divorciarán? ¿O elegirá Shaka a Amara para mantener su matrimonio, donde quizás el amor pueda empezar a florecer?"
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Capítulo 1
El sonido de las copas chocando sobre la gran mesa del comedor de la familia Wirantara se escuchaba tenso aquella noche.
La cena familiar siempre parecía perfecta ante los ojos de los demás: una mesa larga cubierta con lino blanco, platos de porcelana alineados ordenadamente y risas educadas que sonaban a obligación.
Pero para Amara, todo se sentía frío, como un escenario teatral que se repetía semana tras semana.
Ella se sentaba al lado de su esposo, el Capitán Shaka Wirantara, un hombre con una mirada aguda que alguna vez inspiró respeto en muchos.
Su uniforme de piloto aún vestía su cuerpo, un traje azul oscuro que siempre parecía demasiado formal incluso en la mesa del comedor familiar. Shaka hablaba poco; desde el comienzo de su matrimonio, sus palabras eran escasas y sus emociones aún menos.
Esa noche, la conversación fue monótona hasta que la voz de su madre rompió el silencio.
“Shaka, ya llevas cinco años casado, ¿pero por qué aún no nos das un nieto?”
Un tono suave pero firme, y todas las miradas se posaron en ambos.
Amara bajó la cabeza, sus dedos apretaban la servilleta doblada en su regazo. Shaka miraba su plato sin expresión.
“Solo estamos preocupados,” continuó su madre, “Amara ya no es joven. Estás siempre ocupado, hijo, no queremos que sea demasiado tarde.”
Una oración más y el ambiente en la mesa se volvió opresivo. Shaka asintió brevemente y dejó su cuchara.
“Lo entiendo, señora,” respondió con frialdad, y se levantó.
“Con permiso.”
Sin esperar a nadie, salió de la mesa. Amara se apresuró a levantarse, se inclinó con respeto ante su suegra y siguió los pasos de su esposo que ya había comenzado a subir la gran escalera. El pasillo hacia la habitación se sintió largo y silencioso. Cuando la puerta se cerró, se oyó claramente el sonido de la cerradura.
Shaka se puso de pie de espaldas a Amara, sus manos apoyadas sobre el escritorio lleno de documentos de vuelo, respirando con dificultad.
“¿Cariño?” llamó Amara suavemente. “Por favor, no te enojes, mamá solo está preocupada.”
Sin voltear, Shaka respondió con un tono más frío que de costumbre.
“¿Preocupada, o tratando de presionar?”
Amara se quedó en silencio, sabía que no había respuesta capaz de calmar la ira del hombre. Shaka giró lentamente, sus ojos penetrantes pero cansados.
“Estoy cansado, Amara.”
“Lo sé,” respondió Amara con suavidad.
“No, no sabes,” su voz se alzó, conteniendo la frustración.
“Estoy cansado de que siempre me pregunten sobre un hijo, sobre un matrimonio que ni yo mismo quise.”
Amara quedó paralizada, esas palabras cayeron suaves pero mortales, como fragmentos de vidrio que lastiman desde adentro.
‘Ya han pasado cinco años, ¿acaso Shaka aún no puede aceptar este matrimonio?’
“Amor…”
“Dame un hijo, Amara.”
“¿Qué?”
“Para que dejen de atraparme con este vínculo. Para que piensen que soy feliz, para que pueda... ser libre.”
La palabra libre oprimió el pecho de Amara.
No por sorpresa, sino porque ahora realmente entendía que su matrimonio solo era una obligación para Shaka, no una elección. Y ella solo era parte de un gran plan de la familia Wirantara para salvar su nombre, no una historia de amor.
Shaka cerró los ojos por un instante, conteniendo una ira que casi se convertía en desesperación.
Se acercó lentamente y se detuvo frente a Amara. Sus miradas se encontraron, pero no había calidez, solo dos personas perdidas.
“Nunca te he odiado, Amara,” dijo suavemente, “pero tampoco te he amado.”
Amara inhaló profundo, sin lágrimas, solo un largo silencio.
“Lo sé,” susurró. “Desde el primer día que nos conocimos, ya lo sabía.”
El silencio volvió a llenar la habitación, la lluvia afuera caía cada vez más fuerte, generando un sonido rítmico que desgarraba el oído.
Shaka retrocedió, se quitó la corbata con un movimiento brusco y caminó hacia el balcón, mirando el cielo nocturno en silencio.
Mientras Amara permanecía de pie en medio del cuarto, mirando la espalda del hombre que había sido su esposo durante cinco años sin saber cómo era sentirse amado.
Luego Shaka se volvió, mirando a Amara que seguía en el mismo lugar. Su mirada era pesada, su respiración agitada, conteniendo emociones que no sabía cómo expresar.
Detrás de su rostro firme, solo quedaba un deseo: terminar con la presión que venía de su familia.
Amara se quedó quieta, mirando a su esposo que ahora se acercaba, sabía hacia dónde dirigía su mirada. Sabía la intención detrás del movimiento de la mano de Shaka que se extendía hacia ella.
“Shaka…”
La voz de Amara casi no se escuchaba, suave y temblorosa. Pero antes de que pudiera continuar, su cuerpo ya estaba levantado.
Shaka la cargó sin decir palabra, llevando a Amara hacia la gran cama al lado de la habitación.
Esa noche, como en las noches anteriores, Shaka le pidió cumplir con lo único que quedaba en su matrimonio: la obligación.
Amara no se resistió, solo cerró los ojos y dejó caer sus lágrimas en silencio. Para ella, ser esposa significaba obedecer, aunque su corazón lentamente muriera.
Nunca rechazó a Shaka, nunca dijo no, porque en medio de la frialdad de su relación, aún quería creer que algún día, tal vez, su esposo Shaka la miraría con amor.
Pero lo que llegaba no era amor, solo silencio. Solo la respiración pesada de dos personas atrapadas en un lazo sin sentimiento. Cuando todo terminó, Shaka se dio la vuelta sin una sola palabra, dándole la espalda a Amara que aún yacía inmóvil al lado de la cama.
Él se cubrió con su propia manta y miró el techo de la habitación. El sonido de la lluvia aún se escuchaba afuera, cayendo una por una sobre la ventana, marcando una noche tan fría como el corazón de ambos.
Amara miró la espalda del hombre por mucho tiempo. Una parte de ella quería enojarse, la otra solo quería rendirse. Pero al final, eligió el silencio. Porque el silencio era lo único que podía mantener intacta su dignidad. Luego susurró para sí misma, una frase que nunca nadie escucharía.
"Si esto es lo que quieres, lo haré. Pero no me culpes si algún día dejo de esperar."
La lluvia se intensificó y esa noche, dos personas bajo un mismo techo compartieron calor sin sentir nada, mientras su amor moría lentamente sin haber tenido oportunidad de nacer.