Un chico se queda solo en un pueblo desconocido después de perder a su madre. Y de repente, se despierta siendo un osezno. ¡Literalmente! Días de andar perdido en el bosque, sin saber cómo cazar ni sobrevivir. Justo cuando piensa que no puede estar más perdido, un lince emerge de las sombras... y se transforma en un hombre justo delante de él. ¡¿Qué?! ¿Cómo es posible? El osezno se queda con la boca abierta y emite un sonido desesperado: 'Enseñame', piensa pero solo sale un ronco gruñido de su garganta.
NovelToon tiene autorización de IdyHistorias para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
La Transformación
Me acuerdo de todo con demasiada claridad. El pueblo donde se crió mi padre parecía perdido en el tiempo, con calles silenciosas y casas de piedra que guardaban secretos antiguos. Cuando llegamos, mi madre y yo, buscando un familiar o un vínculo, nadie parecía reconocer su nombre. Nos miraban con una mezcla de desconfianza y lástima.
Pero entonces, todo se vino abajo. Mi madre no duró mucho. Después del funeral, volví a casa, solo, sintiendo que la tristeza me pesaba más que nunca. La soledad me aplastaba, una sensación tan fría que apenas podía respirar.
Recuerdo el dolor que me atravesó el cuerpo de repente, como si cada fibra de mi ser ardiera y se rompiera al mismo tiempo. Caí de rodillas, incapaz de gritar. El mundo se distorsionó: los colores, los olores, los sonidos, todo era más vivo y salvaje. Mi piel se endureció, mis manos se convirtieron en garras, y cuando traté de hablar, solo un rugido escapó de mi garganta.
Me había convertido en un oso.
No sé cuántos días pasé deambulando por el bosque, perdido, hambriento y asustado. Intentaba cazar, pero no tenía idea de cómo hacerlo. Mi estómago rugía y mi corazón pesaba con el dolor de haberlo perdido todo. El frío de la noche se calaba en mi pelaje, y la desesperación solo crecía.
Entonces, una mañana, mientras vagaba sin rumbo, un lince apareció frente a mí. Mi instinto fue dar un paso atrás, asustado. Su mirada dorada era intensa y penetrante, y me preparé para lo peor. No sabia ni quería pelear.
El lince me miró, ladeando la cabeza como si estuviera… confundido. Me estremecí, y justo cuando pensaba que iba a atacarme, el animal hizo algo que no esperaba: cambió. Su forma se estiró y se retorció, y en cuestión de segundos, un hombre rubio, de mirada felina, estaba de pie frente a mí. Se sentó con calma, apoyándose en un árbol, y me observó.
—No vas a cambiar, ¿verdad? —dijo. Su voz era serena, casi relajada.
Sentí una punzada de ansiedad. ¿Cambiar? Quería responderle, decirle que no sabía cómo, que estaba atrapado en este cuerpo enorme y torpe, pero solo emití un gruñido desesperado.
El hombre alzó una ceja, como si entendiera mi frustración. Sus ojos me escudriñaron, y finalmente suspiró.
—No sabes cómo hacerlo, ¿verdad, niño? —preguntó.
Sacudí la cabeza, o lo intenté, esperando que comprendiera.
—De acuerdo, tranquilízate —dijo, su tono más amable ahora—. Me llamo Tobías. Escucha con atención. Tienes que concentrarte. Piensa en tu forma humana, en cómo era estar en tu cuerpo. Siente cada detalle.
Lo miré, tratando de no desesperarme más. Cerré los ojos, buscando dentro de mí cualquier chispa de lo que había sido. La voz de Tobías me guiaba, firme pero paciente, y me aferré a esa esperanza, intentando recordar mi verdadero yo.
Tardé unos largos minutos, pero finalmente lo logré. Mi cuerpo tembló y se contrajo, y de repente, estaba en mi forma humana otra vez. El frío me golpeó de inmediato; estaba desnudo, avergonzado y aún sintiendo la tristeza arrastrándome hacia abajo. Me acurruqué, tratando de cubrirme como podía, sintiéndome más vulnerable que nunca.
—Respira —me dijo Tobías, con una calma que parecía imposible en ese momento—. Cálmate. Al principio, los cambios dependen de tus emociones. Más adelante podrás controlarlos a voluntad.
No quería escucharle. No quería pensar en eso. Me acurruqué más, sintiendo las lágrimas correr por mi rostro. No podía contenerlas. Todo me abrumaba: el dolor, la pérdida, el miedo. Tobías se acercó un poco más, pero mantuvo una distancia prudente.
—¿Cómo llegaste aquí? —me preguntó, con voz suave.
Me tomó un momento, pero entre sollozos empecé a contarle todo. Le hablé de mi madre, de mi padre, del funeral, de cómo nadie conocía a mi familia aquí y de cómo todo se había derrumbado tan rápido. Tobías escuchaba en silencio, asintiendo de vez en cuando, con la mirada seria.
—¿Por qué me pasó esto? —pregunté finalmente, la desesperación desbordándose—. ¿Por qué soy así?
Tobías me miró con una comprensión que me hizo sentir que había algo más, algo que no sabía. Sus ojos se entrecerraron un poco mientras parecía pensar.
—Derek, ¿no? —me llamó y yo asentí, incapaz de hablar mas del dolor que sentia.
—Bien, es evidente que nadie te ha explicado nada de esto, ¿verdad? —dijo finalmente—. No eres un original. Alguien en tu familia te heredó esta habilidad.
Se inclinó un poco, mostrando su hombro, donde un extraño símbolo estaba marcado en su piel
— ¿Cuál de tus padres tenía algo similar?
Lo miré, perplejo, y murmuré con voz apagada:
—Mi padre.
—¿Te habló alguna vez de esto? —preguntó Tobías, con curiosidad.
Negué con la cabeza, sintiéndome más perdido aún. Tobías suspiró y asintió.
—Supongo que iba a decírtelo en algún momento. Tú también tienes esa marca. No hay una edad exacta para que te transformes por primera vez. Algunos lo hacen cerca de los veinte, otros a los doce. No sé a qué se debe exactamente, pero… ahora eres uno de nosotros.