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Mí Dulce Debilidad.

Mí Dulce Debilidad.

Status: Terminada
Genre:Romance / Mafia / Amor a primera vista / Completas
Popularitas:11.9k
Nilai: 5
nombre de autor: GiseFR

Lucia Bennett, su vida monótona y tranquila a punto de cambiar.

Rafael Murray, un mafioso terminando en el lugar incorrectamente correcto para refugiarse.

NovelToon tiene autorización de GiseFR para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capitulo 1

Lucía

La campanita de la puerta sonó tres veces seguidas, una melodía familiar que Lucía Bennett reconocía como el saludo de la mañana.

Se inclinó detrás del mostrador para acomodar una pila de libros que había llegado tarde la noche anterior: novelas de autores desconocidos, historias de amor olvidadas, promesas de aventura escondidas entre páginas amarillentas.

Vestía suéter de lana gris, jeans gastados y una coleta desordenada que dejaba escapar mechones rebeldes. No necesitaba más que eso para sentirse cómoda. Para ella, los libros eran refugio, compañía y sueño a la vez.

La librería The Reading Nook, un pequeño rincón de la calle Bleecker, era su hogar tanto como su trabajo. Y aunque el mundo allá afuera rugiera con prisas y gritos, dentro de esas paredes todo transcurría lento, como una tarde de otoño.

Lucía apenas había terminado de organizar una estantería cuando escuchó otra vez el tintineo de la puerta.

—¡Buenos días, señor O'Malley! —saludó con una sonrisa brillante.

El anciano, un habitual de los sábados por la mañana, apoyó su bastón al costado de una repisa y se acercó despacio.

—Buenos días, querida. ¿Tendrás algo nuevo de poesía? —preguntó, con una voz rasposa pero amable.

Lucía asintió de inmediato. Caminó hasta un pequeño estante al fondo, rebuscó entre las novedades y volvió con un ejemplar de poesía contemporánea. Se lo entregó como si fuera un tesoro.

—Este llegó ayer. Creo que le gustará. Tiene un ritmo tranquilo, como le gusta a usted —dijo, ladeando la cabeza de forma casi infantil.

O'Malley tomó el libro entre sus manos huesudas como si fuese algo frágil.

—¿Sabes, Lucía? —dijo, acariciando la tapa—. La poesía mantiene a los viejos corazones latiendo. Los poemas... son pequeñas esperanzas.

Lucía apoyó los codos en el mostrador, sonriendo.

—Entonces debería llevar dos —bromeó en voz baja, con ese tono suyo que parecía abrazar a quien la escuchaba.

El anciano soltó una carcajada breve, pero sincera.

—Tienes razón. Tal vez hoy sea un buen día para más esperanza.

Mientras cobraba el libro, envolviéndolo con delicadeza en papel marrón, Lucía le preguntó:

—¿Y cómo está la señora O'Malley?

O'Malley suspiró, pero con una ternura inmensa.

—Igual de terca que siempre. Esta mañana discutió conmigo por ponerle demasiada miel al té.

—¿Demasiada miel? Eso debería ser motivo de celebración, no de pelea —comentó Lucía, divertida.

El anciano le guiñó un ojo.

—Eso mismo le dije. Pero ya sabes, el amor en los viejos tiempos se parece más a una guerra fría que a un romance de película.

Lucía rió suavemente, entregándole el paquete.

—Si algún día escribo un libro sobre amores duraderos, usted será mi primer entrevistado.

O'Malley tomó su bastón y se inclinó levemente hacia ella en señal de agradecimiento.

—No olvides poner en el título que la paciencia es el verdadero truco —dijo, antes de salir bajo el tintineo de la campanita.

Lucía lo observó alejarse por la ventana empañada, sintiendo ese calorcito sencillo que le recordaba por qué amaba tanto su pequeño rincon.

Rafael

El motor del Maserati rugía suavemente mientras Rafael Murray avanzaba entre el tráfico de Manhattan.

Vestía un traje oscuro a medida, corbata perfectamente anudada, gemelos discretos de plata. Su apariencia impecable era su armadura. No dejaba margen para errores, ni en su ropa ni en su vida.

El teléfono vibró una vez en su bolsillo interior. Esta vez sí contestó, deslizando el dedo con frialdad.

La voz al otro lado era seca, urgente.

—Jefe... Lo vendieron. Hay gente de Rivetti en el muelle. Están esperando.

El músculo de su mandíbula se tensó apenas. El trato de esa mañana —un intercambio silencioso de información que podía decidir el control de media ciudad— estaba comprometido.

Y no era cualquier traición: era alguien de los suyos.

Sin perder la calma, Rafael cambió el rumbo. No iría al muelle. No iría a donde lo esperaban para matarlo.

Tomó calles laterales, buscando salir del circuito que ya estarían vigilando.

Pero no fue suficiente.

Media hora más tarde, en una esquina desierta de Brooklyn, un coche negro sin placas bloqueó su camino.

El primer disparo estalló en la noche fría, cortando el aire como un látigo.

Rafael giró bruscamente, acelerando en dirección contraria, el corazón latiéndole con una furia contenida. No era miedo: era furia, era traición.

A medida que se internaba en calles más angostas, supo que necesitaba desaparecer, al menos unos minutos. Pensó en los pocos lugares donde no lo buscarían: un parque, un bar, un local anónimo...

Fue entonces cuando la vio.

Una pequeña librería, casi oculta entre un local de antigüedades y una cafetería vacía.

Un lugar tan inocente que nadie imaginaría encontrarlo allí.

Sin pensarlo dos veces, frenó en seco, bajó del auto, cruzó la calle a zancadas largas y empujó la puerta.

La campanita sonó.

Él entró como una sombra elegante y peligrosa en su mundo de papel y tinta.

Lucía alzó la vista desde su mostrador, en plena tarea de acomodar un pedido.

Y lo vio: un extraño de traje oscuro, con el rostro sombrío y una energía que parecía llenar todo el aire.

El hombre que acababa de entrar no era como los habituales de The Reading Nook.

Su presencia llenaba el espacio de una energía diferente: seria, contenida, casi peligrosa.

Era alto, de porte impecable, vestido de negro, con el cabello oscuro apenas revuelto por el viento. Y sus ojos... unos ojos oscuros de color azul que parecían ver demasiado.

Rafael escaneó el lugar en segundos: un mostrador, estanterías viejas, una joven detrás del mostrador... y ningún otro cliente. Perfecto.

Se acercó despacio, midiendo cada paso, mientras su mente trabajaba a toda velocidad.

Lucía tragó saliva y, como dictaba su naturaleza, decidió recibirlo con amabilidad.

—Buenas moches —dijo, su voz tan suave como una página recién vuelta—. ¿Puedo ayudarlo en algo?

Rafael se detuvo a un par de metros de ella. Su mirada fría se suavizó apenas. No podía permitirse llamar la atención.

Inspiró hondo, como si buscara una excusa dentro del aire.

—Busco un libro —dijo finalmente, su voz grave, segura.

Lucía sonrió con gentileza, inclinando un poco la cabeza.

—¿Algún título en particular?

Rafael entrecerró los ojos un instante. Tenía que sonar convincente.

La primera imagen que le vino a la mente fue algo viejo, raro, difícil de conseguir. Algo que justificaría su presencia allí el tiempo suficiente.

—El guardián entre el centeno, primera edición —improvisó.

Lucía parpadeó, sorprendida.

No era un pedido común. Ese tipo de libros no se encontraba en cualquier rincón de Nueva York.

—Oh... —murmuró, pensativa—. No creo tener una primera edición, pero... puedo revisar lo que tenemos. —Hizo un gesto hacia una sección al fondo de la tienda—. Tenemos una pequeña colección de rarezas. Si quiere acompañarme...

Rafael asintió con un leve movimiento de cabeza, sus ojos no dejando de observar cada rincón, cada detalle.

Mientras Lucía lo guiaba entre los pasillos de madera crujiente y el aroma a papel viejo, algo en su interior, que no tenía que ver con estrategias ni enemigos, se agitó.

Había algo en ella —algo simple, genuino, ajeno a todo lo que él conocía— que lo desconcertaba más que cualquier emboscada.

Y Lucía, aunque sentía una vaga inquietud que no podía explicar, decidió confiar en su instinto: en aquel mundo suyo, siempre había lugar para un alma perdida.

El suelo crujía bajo los pasos de Lucía mientras avanzaba hacia la sección de rarezas.

Rafael la seguía de cerca, sus zapatos italianos resonando casi en sincronía, aunque con una gravedad distinta, como si el piso mismo tuviera que soportar el peso de su presencia.

Ella se detuvo frente a un mueble viejo de madera oscura.

Pasó los dedos sobre los lomos de los libros, buscando con concentración.

—No es una edición fácil de encontrar —comentó, sin volverse—. Pero... tengo un par de cosas que podrían interesarle igual.

Rafael se apoyó levemente contra la estantería, los brazos cruzados sobre el pecho.

Observaba cómo ella pasaba las yemas de los dedos por los títulos, con una delicadeza casi devocional.

En otro momento, en otra vida, quizás se habría permitido sonreír ante esa escena.

Pero no ahora.

—¿Suelen venir muchos clientes buscando primeras ediciones aquí? —preguntó, más por estrategia que por interés real.

Lucía se giró apenas, regalándole una sonrisa pequeña.

—No demasiados. —Sus ojos se iluminaron con una chispa traviesa—. Normalmente buscan algo más inmediato... novelas románticas, misterio, autoayuda.

Rafael soltó una exhalación breve, que apenas podría llamarse risa.

—Supongo que soy una excepción —dijo, con un tono bajo, irónico.

Lucía ladeó un poco la cabeza, como si lo estuviera estudiando.

Había algo extraño en ese hombre: no solo por cómo vestía, o por su lenguaje corporal tenso. Era como si llevara el peso de un mundo oculto a cuestas.

—¿Le gusta leer? —preguntó, mientras sacaba un libro de la estantería y se lo tendía.

Rafael tomó el volumen entre sus manos. Era pesado, encuadernado en cuero gastado.

Ni siquiera miró el título. Sus ojos, oscuros y serios, seguían fijos en ella.

—Depende del libro —contestó.

Lucía sonrió, divertida.

—Eso dicen todos los que leen menos de lo que quieren admitir —bromeó suavemente, sin malicia.

Por un segundo, algo en los labios de Rafael pareció tensarse... ¿una sonrisa reprimida?

La campanita de la puerta sonó de nuevo, lejana, trayendo una ráfaga de aire frío.

Lucía no miró hacia la entrada; estaba acostumbrada a clientes entrando y saliendo. Pero Rafael sí.

Rápidamente, giró el rostro apenas, sus ojos aguzados revisando el reflejo en el cristal de una vitrina.

No era nadie conocido. Solo una joven madre con su hijo pequeño.

Se obligó a relajar los hombros.

Lucía notó el movimiento fugaz, la tensión bajo la superficie, y sin saber por qué, sintió una punzada de preocupación.

Pero no preguntó. No era de su estilo invadir.

—Si quiere... —dijo, volviendo al tono amable— puedo revisar en la bodega. A veces encuentro joyas escondidas allí.

Rafael asintió lentamente.

—Me gustaría eso —dijo.

Ella asintió también, guardándose el libro bajo el brazo.

Mientras caminaba hacia la puerta trasera, Lucía pensó en algo extraño:

Era la primera vez que alguien la hacía sentir que estaba caminando sobre un hilo invisible, como si un movimiento en falso pudiera romper el equilibrio de ese instante.

Y Rafael, por su parte, pensó —con una frialdad que empezaba a resquebrajarse— que quizá no era tan mala idea haberse refugiado allí.

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Aura Rosa Alvarez Amaya
Hey verdad!
Éste hombre no duerme?
Caramba!!!
bruja de la imaginación 👿😇
muy bella está historia , muy diferente me encantó
Aura Rosa Alvarez Amaya
Ya valió!
Éste tipo ya la localizó
y ahora?
Adelina Lázaro
que hermosa novela 👏👏
Flor De Maria Paredes
porque no sigue la novela la dejan en lo más interesante que hay que hacer para seguir leyendo ñorfa
Flor De Maria Paredes
de todas las novelas que he leído está es la mejor muy tierna felicidad a la escritora
Tere.s
está mujer se muere ahí
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