Flor roja
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Capítulo 1
Flor Roja
Son las siete de la noche, y Franco no para de enviarme mensajes insistiendo en que llegue temprano a casa. No entiendo tanta urgencia, como si compartir la mesa con su estúpida esposa y su aún más insoportable hija fuera algo digno de celebrar. Desde que mi madre nos abandonó a mis hermanas, a mi hermano y a mí, la vida no ha sido precisamente fácil. Pero lo que más duele no es su ausencia, sino ver cómo nuestro padre se desvive por esa hija bastarda que tuvo después, como si los demás no existiéramos.
Estefany… la malcriada de siempre. Egoísta, manipuladora y cobarde. Todo lo que detesto condensado en una sola persona. Y su madre, Luciana… bueno, no la odio tanto, aunque no la soporto. Vive fingiendo ser la “buena madre ejemplar” frente a sus amigas, solo para mantener las apariencias. Lo único que la salva, si es que algo lo hace, es que al menos no hace distinciones entre su hija y nosotras: para ella, todas somos unas malcriadas, groseras y caprichosas.
Pero nada de eso me importa. Lo único que de verdad me importa son mis hermanas y mi hermano. Ellos son mi familia, mi razón de existir. Daría mi vida por ellos sin pensarlo. Hemos pasado por mucho, y no pienso permitir que nadie los lastime. Jamás.
Franco Rojas… mi padre. Líder de la mafia inglesa, y uno de los hombres más temidos del continente. No ha sido el mejor padre, al menos no conmigo. Tal vez cambió un poco con mis hermanas, pero ya me da igual. Si algo le agradezco, es que gracias a él aprendí a controlar mis emociones. Ser hija del líder de la mafia inglesa no es un título, es una carga que te obliga a mantener la cabeza fría incluso cuando el mundo arde a tu alrededor.
La familia Rojas ha dominado la mafia inglesa por generaciones. Su legado empezó con Flor Rojas, una mujer tan temida como admirada. La Reina de la Mafia. Una belleza letal: ojos azules, cabello rojo, piel pálida como la nieve. Podía conquistar a cualquier hombre, pero ninguno la conquistaba a ella. Bajo esa apariencia angelical se escondía el mismísimo demonio. Fue madre soltera, y su apellido se mantuvo vivo gracias a su sangre. Desde entonces, el liderazgo se hereda de padre a hijo, pero las mujeres Rojas también tienen poder… y el deber de sostener la corona cuando los hombres caen.
Algunos en la familia dicen que yo soy su reflejo, que heredé su fuego, su cabello rojo y sus ojos azules. Que ella reencarnó en mí. Tal vez tengan razón. Mis hermanos son rubios, como nuestra madre, pero todos compartimos esos ojos azules que marcan a los Rojas. Franco los tiene también, aunque su cabello es castaño oscuro, como su alma.
Cuando llego a casa, estaciono el coche y entro sin apuro. Le pregunto a Miriam, la empleada, dónde están todos, y me dice que me esperan en el comedor. Asiento y me encamino hacia allá. Antes de abrir la puerta, escucho la voz de Estefany. Dios, cómo odio su voz. Abro la puerta y todos giran hacia mí.
—¡Flor, llegaste! —exclama Fanny, corriendo hacia mí—. Como no le respondías a papá, pensé que no vendrías.
Correspondo su abrazo con una sonrisa leve. Fabiana también se acerca y me da dos besos en la mejilla.
—Fanny, déjala respirar un poco —dice Fabiana, guiándola de regreso a su asiento.
Paso de largo, ignorando por completo a Franco, a Luciana y a Estefany. Me detengo detrás de Fabián y le doy un beso en la mejilla.
—¿Dónde estabas? —pregunta él, dándome un beso en la frente.
—En el hotel. Estaba revisando cómo iban las cosas por allá —respondo, sentándome a su lado.
—¿Y cómo van con el nuevo hotel? —pregunta Luciana, con esa voz dulce que no le creo ni un segundo.
—Bien —respondo cortante.
El silencio se apodera de la mesa. Solo se escucha el tintinear de los cubiertos y el leve zumbido del aire acondicionado. Hasta que Franco decide hablar.
—Bueno, tengo algo que comentarles —dice, mirando directamente hacia mí—. Luciana y yo no hemos tenido tiempo para nosotros, así que decidí que nos iremos de vacaciones por un par de meses y…
—¿Y desde cuándo te importa si estamos de acuerdo con algo? —lo interrumpo, mirándolo con una sonrisa fría—. No veo por qué pedir nuestra opinión, cuando claramente te importa un pepino lo que pensemos.
—Si me dejaras hablar, sabrías por qué quiero saber si están de acuerdo —responde, igualando mi tono. Su mirada se endurece—. Como estaremos fuera un tiempo, y como pronto Fabián asumirá el puesto de líder de la mafia, quiero que empiece a demostrar sus habilidades mientras yo no estoy.
—¿Eso era lo que querías anunciar? —pregunto, llevando mi copa de vino a los labios.
—También quiero dejarte a cargo a ti, Flor —añade, sin apartar su mirada de la mía—. Ayudarás a tu hermano y te encargarás de los clubes y de todo lo que él te diga. Serás su mano derecha. Ese es el papel que las mujeres Rojas siempre han cumplido.
Por un momento me quedo en silencio. Cuesta creer que Franco me esté confiando algo así. Siempre pensé que ese cargo se lo daría a Fabiana.
—¿Y por qué no se lo das a tu hija? —pregunto, señalando a Estefany con desdén—. Igual que yo, también lleva tu apellido.
—Tú eres la mayor de tus hermanas, y ese puesto te corresponde. No está en discusión —responde con seriedad.
—Papá, yo puedo encargarme de ese puesto —interviene Estefany con esa vocecita falsa—. He estado aprendiendo de ti, y…
Franco la calla con una sola mirada.
—Ya dije que es responsabilidad de Flor y punto. Sé que es capaz. Siempre ha sido una buena líder, con carácter. Si no lo fuera, no le confiaría ese cargo —dice con firmeza.
Su declaración me toma por sorpresa, y por un instante me quedo mirándolo, intentando descifrar si realmente lo dijo o solo fue una estrategia para mantenerme bajo control. Pero no puedo evitar sonreír con ironía.
—Wuao… tú admitiendo eso. ¡Mira nada más! El gran Franco Rojas, el líder de la mafia inglesa, y el peor padre del mundo, admitiendo que la hija a la que siempre dijo que no servía para nada… en realidad sirve para algo —digo levantándome, apoyando las manos sobre la mesa.
Su mandíbula se tensa, pero no responde. Y en ese silencio, me doy cuenta de que, por primera vez, tengo el control.
Otro capítulo maravilloso