Capitulo III El encuentro

Punto de vista de Diana

Recibir el mensaje de las Empresas Villavicencio fue un bálsamo para mi corazón herido, una prueba de que, a pesar de todo, aún podía controlar mi camino. Decidí descansar bien y presentarme a la entrevista como toda una profesional.

A la mañana siguiente me levanté con el sonido de la alarma. Aún podía sentir el golpe que mi padre me dio en el rostro, pero me apresuré a mirarme al espejo para descubrir que no tenía rastros visibles de su violencia. Suspiré aliviada. Fui a mi guardarropa y saqué el traje más formal que tenía: un pantalón de sastre color negro, con una camisa de satín y un chaleco del mismo color.

Entré al baño y, después de asearme, me dispuse a maquillarme de manera natural. Recogí mi cabello castaño en una cola alta, dejando que las ondas cayeran sobre mi espalda. Me puse el traje de sastre y, al verme al espejo, no me reconocí. Realmente, este no era mi estilo, pero si quería dar una buena impresión, debía dejar mis jeans de lado y verme como una profesional.

Salí de la casa antes de que mi maravillosa familia se despertara. Este día no quería dramas en mi vida; yo solo quería ser independiente y empezar a ganar mi propio dinero. Subí a mi auto y, de inmediato, recordé cómo la estúpida de Fabiana lo había usado. Ella lo hacía para que los de seguridad reportaran que era yo quien salía por las noches y no volvía hasta altas horas de la madrugada; era una víbora ponzoñosa y tenía todo planeado para incriminarme.

Sacudí esos recuerdos de mi cabeza para proceder a retirarme de la mansión. "Después de la entrevista de trabajo llevo el coche a lavar," pensé, no quería seguir oliendo la podredumbre de Fabiana en él.

Conduje durante veinte minutos hasta las Empresas Villavicencio. En la entrada ya me esperaba mi amiga Irene con una gran sonrisa.

—Sabía que te iban a llamar —comentó, guiándome al interior del edificio.

—No te puedo mentir, estoy muy nerviosa —confesé con inquietud.

—Tranquila, amiga. El encargado de Recursos Humanos es muy amable, él te tratará bien.

"Por lo menos no me entrevistaría con Marcelo Villavicencio", pensé. Eso sí sería bastante malo para mí, ya que él tiene fama de frío y despiadado.

Irene me condujo hasta el área de Recursos Humanos y me explicó hasta dónde debía ir. Ella no podía acompañarme, pues su turno estaba por empezar. Caminé por un largo pasillo lleno de lujos y un piso reluciente, pero lo que más atrajo mi atención fue que en ese lugar no había nadie más. Imaginaba que estaría lleno de personas optando por el puesto.

Me presenté con una secretaria que estaba sola en la inmensidad de aquel lugar. La mujer, de rostro serio, me indicó con un gesto ascender al siguiente piso.

—El señor Villavicencio la espera —dijo sin más.

Mi respiración se detuvo. —¿El encargado de Recursos Humanos?

—No, señorita Vega —respondió ella, sin siquiera levantar la vista—. El Señor Marcelo Villavicencio. Suba por el ascensor privado, es la única forma de llegar a su oficina.

La noticia me golpeó como un rayo. El plan de una "entrevista tranquila" se había esfumado. De repente, la amabilidad de Recursos Humanos era una burda excusa para llevarme directamente a la cima, al depredador que había visto ayer en la entrada.

Tomé el ascensor de metal pulido. Mientras subía, vi mi reflejo en las puertas: una profesional en un traje de sastre, pero con un corazón latiendo como un pájaro asustado. El viaje terminó con un ding casi inaudible.

Al salir, la atmósfera era diferente: silencio absoluto y una vista panorámica de toda la ciudad que me hizo sentir pequeña. Solo había una puerta, maciza y oscura. Toqué con un temblor que no pude disimular.

—Adelante —escuché una voz grave y profunda, sin un ápice de calidez.

Abrí la puerta y entré en una oficina del tamaño de mi casa. Al centro, detrás de un escritorio de caoba oscura que parecía un altar, estaba él. Sus ojos, ese azul gélido que recordaba, se fijaron en mí como si yo fuera un objeto a analizar. No había sonrisa, ni saludo, solo esa mirada de depredador.

—Diana Vega —dijo, nombrando mi identidad con una autoridad que me hizo retroceder un paso—. Pase y tome asiento.

Su tono de voz era firme, lo cual era el contraste ideal a su expresión. Tragué saliva, acercándome a él y manteniendo la firmeza en mi andar. No podía verme débil ante el hombre más intimidante que había visto en mi vida.

—Gracias, señor Villavicencio —respondí con firmeza, aunque por dentro era un manojo de nervios.

Él tomó lo que parecía ser mi currículum y empezó a observarlo con determinación. Había algo en su expresión que me hacía querer salir corriendo de aquella oficina, pero el saber que esta era mi única oportunidad de ser libre me mantuvo pegada a la silla.

—Graduada con honores, excelente recomendación de sus profesores, nada de experiencia laboral. Hija de Luis Vega, mi principal competidor. —Quedé atónita ante su comentario, pues yo no sabía nada de la empresa que mi padre manejaba—. Tiene muchas agallas para venir aquí y querer un puesto en el área de administración. ¿Acaso su padre la envió como espía?

—¿Qué? No, no es así. Yo no tengo idea de lo que me está hablando —me apresuré a decir—. Los negocios de mi padre no me interesan para nada, yo solo vi la oportunidad de un buen trabajo en esta empresa y por eso me postulé.

Marcelo se quedó mirándome fijamente, como si quisiera leer mi alma. No iba a negar que esa actitud me dejó bastante nerviosa; él me intimidaba, aunque también me hacía sentir algo extraño.

—Por obvias razones no puedo contratarla, señorita Vega.

Ese había sido un golpe duro a mis sueños de ser libre. La burbuja de ilusiones se había reventado, dejándome un mal sabor de boca. Tampoco le rogaría a este prepotente el puesto, no pensaba humillarme ante nadie, así que tomé mi currículum y me dispuse a irme.

—Aún no he terminado —dijo el sujeto cuando estaba por empezar mi andar—. No la contrataré como administradora de mi empresa, pero sí como mi secretaria.

Quedé en shock. Yo no había estudiado tantos años para terminar de secretaria de un arrogante y frío CEO, pero mi necesidad de libertad me estaba asfixiando, por lo que ahora me encontraba contra la espada y la pared.

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