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El médico continuó explicando los protocolos de seguridad y cómo manejarían cualquier crisis que pudiera surgir. Les aseguró que estaban haciendo todo lo posible para mantener a Elica estable y protegida. Rafael asintió, pero no podía sacarse de la cabeza la imagen de su hermana atacándolo.

Mientras tanto, los padres estaban abrumados por la información y las emociones. La sala de espera se sentía sofocante, llena de miedo y preocupación.

Habían pasado dos días desde que Elica fue hospitalizada. Durante ese tiempo, los médicos la habían estado observando y tratando con medicamentos para controlar sus síntomas. La familia había visitado a Elica varias veces, pero ella seguía inconsciente la mayor parte del tiempo.

María y Carlos no habían abandonado el hospital, turnándose para quedarse a su lado mientras el otro descansaba o comía algo. Rafael también estaba allí, aunque mantenía una distancia emocional, todavía procesando lo que había sucedido.

Elica estaba acostada en su cama del hospital psiquiátrico, con los ojos abiertos pero sin ver realmente. Llevaba puesto el uniforme del manicomio, que le quedaba grande y la hacía parecer aún más pequeña y vulnerable. De repente, comenzó a reír de manera incontrolable, una risa aguda y desquiciada que resonaba por toda la habitación.

Las enfermeras que pasaban por el pasillo se detuvieron al escucharla, preocupadas por el repentino ataque de risa. Una de ellas se apresuró a entrar a la habitación para verificar su estado.

La enfermera entró con cautela a la habitación y se acercó a Elica, quien seguía riendo como una maniaca. La mujer intentó hablarle con calma.

—Elica, cariño, necesito que te calmes. Respira hondo, por favor.

La risa de Elica no cesaba, y sus ojos estaban completamente desorbitados. Parecía no estar presente mentalmente, atrapada en algún lugar oscuro de su mente.

Entre risas, Elica finalmente logró articular algunas palabras. Su voz era extraña, casi cantarina, y no parecía reconocer a la enfermera ni saber dónde estaba.

—La sangre... hay tanta sangre... —dijo con una sonrisa retorcida. —Y los gritos... no paran de gritar...

La enfermera se estremeció ante sus palabras, pero mantuvo su expresión profesional. Se acercó un poco más, preparada para cualquier reacción violenta que pudiera tener Elica.*

La enfermera intentó mantener la calma mientras hablaba con Elica, tratando de entender qué estaba pasando por su mente.

—No hay sangre aquí, Elica. Estás a salvo. Solo estás en el hospital y estás siendo tratada. No hay gritos, solo estás tú y yo.

Ella colocó suavemente una mano en el hombro de Elica, esperando que el contacto físico la anclara a la realidad. Pero Elica siguió riendo y murmurando sobre sangre y gritos, como si estuviera atrapada en un loop infernal de violencia y caos.

Elica repitió las mismas palabras una y otra vez, con más fuerza y desesperación cada vez. Su risa se volvió más histérica y sus ojos se llenaron de lágrimas mientras seguía hablando de sangre y muerte.

—¡Sangre por todas partes! ¡No puedo escapar de ella! ¡No puedo...! ¡Los monstruos me persiguen! ¡Me quieren!

La enfermera llamó a sus compañeros por radio, pidiendo refuerzos. Sabía que la situación estaba empeorando y que Elica estaba teniendo una alucinación intensa provocada por su enfermedad.

Los compañeros de la enfermera entraron rápidamente a la habitación, alertados por su llamado. Vieron a Elica retorciéndose en la cama, riendo y llorando al mismo tiempo, completamente fuera de control.

Uno de ellos se apresuró a inyectar un sedante en su brazo mientras el otro sostenía sus brazos para que no se lastimara a sí misma. La habitación se llenó de movimiento y voces tensas mientras intentaban calmar a la niña desquiciada.

—¡La necesitamos inmovilizada! ¡Está teniendo una crisis grave! —gritó uno de los compañeros mientras forcejeaba con Elica.

A pesar del sedante, Elica seguía hablando, aunque sus palabras eran cada vez más incoherentes y sus ojos se iban cerrando poco a poco. Su cuerpo se retorcía con menos fuerza mientras los médicos la sujetaban y la inmovilizaban en la cama con correas de cuero.

—Los muertos... me están llamando... quieren que me una a ellos... —murmuró antes de que el sedante finalmente hiciera efecto y cayera en un sueño forzado.*

Los médicos suspiraron aliviados cuando Elica dejó de luchar y quedó inmóvil en la cama. La habitación quedó en silencio, solo roto por el pitido constante de los monitores cardíacos.

El médico encargado del caso de Elica tomó su teléfono y marcó el número de Carlo. Después de unos tonos, Carlo respondió, su voz llena de preocupación.

—¿Sí? ¿Qué ha pasado con mi hija? —preguntó inmediatamente, temiendo lo peor.

El médico respiró hondo antes de hablar, sabiendo que las noticias no serían fáciles de digerir.

—Señor Moreno, acaba de tener un episodio violento y delirante. Hemos tenido que sedarla y contenerla con correas. Su estado mental está empeorando rápidamente y creemos que necesitamos cambiar su tratamiento a algo más intenso. Necesito que venga al hospital lo antes posible para discutir esto en persona.

Carlo se quedó en silencio por un momento, procesando la información. Su corazón latía con fuerza y su mente se llenó de imágenes aterradoras de su hija siendo retenida con correas y sedada.

—Voy para allá. Dígame dónde encontrarla. —respondió finalmente, su voz quebrada por la angustia.

El médico le dio las indicaciones necesarias y le aseguró que Elica estaba estable por ahora, aunque dormida. Luego colgó el teléfono, dejando a Carlo con la peor de las sensaciones: impotencia y terror.

Maria observó cómo Carlo colgaba el teléfono, su rostro pálido y sus ojos llenos de miedo. Ella sabía que algo terrible había sucedido. Se acercó a él y le tomó la mano con fuerza.

—Amor, ¿qué pasó? ¿Es Elica? —preguntó con voz temblorosa.

Carlo apretó su mano en respuesta, intentando encontrar las palabras para explicarle lo que había escuchado. Su respiración era entrecortada y sus manos estaban frías.

—Tiene que ir al hospital... está peor... mucho peor. Necesitan que vaya ahora mismo.

Rafael entró a la casa y vio a sus padres juntos, con expresiones de pánico en sus rostros. La llave que sostenía en su mano temblaba ligeramente mientras observaba la escena.

—¿Qué está pasando? —preguntó, notando la tensión en el aire.

Maria se volvió hacia él, sus ojos llenos de lágrimas contenidas. No quería asustarlo, pero sabía que no podía ocultarle la verdad.

—Es tu hermana... está en el hospital psiquiátrico. Ha tenido otro episodio violento y los médicos están muy preocupados. Tu padre y yo tenemos que ir allá ahora mismo.

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Comments

Ming Youye

Ming Youye

se me entro el esquizofrénico

2025-10-21

0

VivianeH y ya 🥴

VivianeH y ya 🥴

😱 wow

2025-10-27

0

el gato naranja

el gato naranja

Sigue así

2025-10-21

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