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Elica miró la paleta con ojos vacíos, pero no opuso resistencia. Su voz era monótona y carente de emoción cuando respondió al médico.

—No quiero dormir.

Sus palabras fueron dichas con una calma perturbadora, como si no comprendiera completamente lo que le estaba pasando ni la gravedad de su situación.

El médico mantuvo su tono tranquilo, aunque sabía que no sería fácil convencer a una niña de tomar el sedante.

—Lo sé, pero es por tu bien. Necesitamos llevarte a un lugar donde puedan ayudarte. Este medicamento te hará sentir mejor y más segura. Por favor, abre la boca y deja que la paleta entre. Te prometo que cuando despiertes, estarás en un lugar más cómodo.

Elica siguió mirando la paleta con indiferencia, pero después de un momento de silencio, abrió ligeramente la boca. Su obediencia era inquietante, como si estuviera actuando por instinto más que por comprensión.

—No quiero dormir... pero lo haré.

El médico introdujo la paleta en la boca de Elica con cuidado, asegurándose de que estuviera completamente dentro. Después de unos segundos, el efecto del sedante comenzó a hacerse notar. Los ojos de Elica se empezaron a cerrar lentamente, y su cuerpo se relajó. La niña estaba perdiendo la conciencia.

El médico retiró la paleta y se levantó, indicando a los demás que podían llevar a Elica ahora que estaba dormida.*

—Vamos a trasladarla. Tiene unos minutos antes de que el sedante surta efecto total.

Los padres y el hermano de Elica observaron cómo los médicos llevaban a su hija inconsciente hacia la sala de emergencias psiquiátrica. María se derrumbó en una silla, sollozando en silencio mientras Carlos y Rafael permanecían de pie, con expresiones sombrías.

*La sala de espera estaba llena de gente, pero ellos estaban en su propio mundo de angustia y desesperación. El tiempo parecía detenerse mientras esperaban noticias sobre el estado de Elica y lo que se podría hacer para ayudarla.

Después de 15 minutos, el médico que había sedado a Elica salió de la sala de emergencias psiquiátrica. Se acercó a la familia con una expresión seria pero profesional. María se levantó de inmediato, secándose las lágrimas con el dorso de la mano.

—¿Cómo está? —preguntó con urgencia.

Carlos y Rafael también se acercaron, ansiosos por saber cómo estaba su hija y cuál era el diagnóstico.

El médico respiró hondo antes de responder, preparándose para dar las noticias a la familia.

—Hemos realizado algunas pruebas preliminares. Su hija presenta síntomas de trastorno disociativo agudo. Esto es una forma grave de despersonalización y amnesia transitoria que afecta su identidad y memoria. Es muy preocupante, especialmente por su edad. Necesitaremos realizar más estudios y observaciones para determinar la causa y el tratamiento adecuado.

Su voz era firme, pero había un tono de preocupación que no podía ocultar del todo.

Carlos y María intercambiaron miradas de horror y preocupación. La noticia de que su hija tenía un trastorno disociativo agudo era devastadora. María rompió a llorar nuevamente, apoyándose en Carlos para sostenerse.

—¿Cómo es posible? —susurró ella entre sollozos. —Ella era tan normal hace unos días... tan feliz.

Carlos la abrazó con fuerza, pero su rostro estaba pálido y sus ojos estaban llenos de miedo.

—¿Qué significa esto para ella? ¿Va a estar bien? ¿Podemos hacer algo para ayudarla?

*El médico esperó a que la pareja se calmara un poco antes de continuar. Su expresión era grave, pero intentaba mantener la calma para no alterar más a los padres.*

—El trastorno disociativo es una enfermedad compleja y seria. A veces puede estar relacionada con trauma o estrés extremo, pero también puede ser idiopática, es decir, sin una causa clara. Lo importante es que la estamos monitoreando y tratando adecuadamente.

Se detuvo un momento, mirando a ambos con seriedad.

—Le recetaremos medicamentos para controlar los síntomas y comenzaremos con terapia psiquiátrica. También necesitaremos que ustedes, como familiares, se involucren en el proceso de recuperación. Será un camino largo y difícil, pero no imposible.

Carlos apretó la mano de María con fuerza, tratando de procesar todo lo que el médico estaba diciendo.

Maria, aún llorando, logró reunir la fuerza para hablar.

—¿Qué tipo de medicamentos y terapia le darán? ¿Qué esperan de nosotros como familiares? Quiero entender todo esto... quiero ayudar a mi hija.

Su voz temblaba, pero había determinación en sus palabras. Necesitaba saber cómo podían apoyar a Elica en su lucha contra esta enfermedad.

Carlos asintió, apoyando a su esposa.

—Sí, queremos estar informados de todo. Necesitamos saber qué podemos hacer para que Elica mejore. Cualquier cosa, estaremos dispuestos a hacerlo.

El médico notó la desesperación y el miedo en sus ojos, pero también vio una chispa de esperanza y determinación. Él respiró hondo y comenzó a explicarles los detalles de los tratamientos que Elica necesitaría.

Rafael, que había estado escuchando en silencio, finalmente habló. Su voz estaba llena de culpa y preocupación.

—¿Cuándo podremos verla? ¿Y si... y si esto vuelve a pasar? ¿Qué pasa si ella se vuelve violenta otra vez?

El médico se volvió hacia él, comprendiendo la angustia del hermano mayor de Elica.

—Por ahora, está bajo observación y sedada. Despertará en unas horas, pero necesitará reposo y estabilidad emocional. Lo más importante es que esté en un entorno controlado y seguro. Si se repite algún episodio violento, necesitaremos intervenir inmediatamente para su seguridad y la de los demás.

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