Leoncio enojado.
Gara se quedó sentada en el banco del jardín, los ojos fijos en el horizonte mientras las palabras de don Ulises latían dentro de su pecho.
¿Te gustaría casarte con mi nieto Leoncio?
Era imposible ignorar la fuerza de aquella propuesta. No solo porque venía de un hombre al que respetaba y quería como a un abuelo, sino porque dentro de sí misma había un sentimiento oculto, una semilla que germinaba cada vez que pensaba en Leoncio.
Suspiró y bajó la vista, sintiendo el rubor todavía en sus mejillas.
—Ay, Gara… ¿qué vas a hacer ahora? —murmuró para sí misma.
Decidió levantarse. El deber la llamaba y, aunque su corazón estaba temblando, la rutina era un refugio seguro. Tomó el camino de regreso a la entrada, recogió su maletín y, sin detenerse demasiado, subió las escaleras rumbo a la habitación de Leoncio.
Ese día, como todos los jueves, debía ayudarlo con su rasurado. Era un pequeño acto de confianza que se había ganado con paciencia, con respeto y con la delicadeza que siempre procuraba tener con él.
Pero lo que Gara no sabía era que Leoncio ya estaba enterado de algo. No había escuchado detalles, no había estado presente, pero en su corazón sensible, cualquier demora, cualquier gesto, era interpretado como un rechazo.
Cuando escuchó los pasos de Gara en el pasillo y el leve golpe de sus nudillos en la puerta, el joven se tensó. Su voz sonó grave, fuerte, como si levantara un muro entre ambos.
—Pasa—
Gara empujó la puerta con suavidad y entró con su sonrisa habitual, esa sonrisa que iluminaba los rincones más oscuros.
—Hola, Leoncio, ¿cómo estás? —saludó con un tono brillante, alegre, como si no existiera peso alguno entre los dos.
Él estaba sentado en el sofá, la mirada fija en un punto distante. Apretaba los puños con fuerza, sus nudillos se volvían blancos. En su interior ardía una mezcla de dolor y enojo. “Ella no me quiere… ¿por qué habría de quererme?”, pensaba. Para él, la demora de su abuelo en subir y el tono nervioso en la voz de Gara al llegar eran pruebas claras de que había sido rechazado.
—Bien. ¿Y tú? —respondió frío, cortante, sin mirarla siquiera, siempre buscaba su voz, para que ella sintiera que era importante en su vida.
Gara dejó su maletín sobre la mesa, sin perder la dulzura y sin darse cuenta de la tormenta que se avecina entre ellos.
—Bien, con un día caluroso, pero muy bien —contestó con suavidad, intentando romper el hielo—. Iré por las cosas—
Se dirigió hacia el baño donde siempre estaban listos los utensilios para el rasurado, pero su paso se detuvo en seco cuando escuchó la voz dura de Leoncio.
—Hoy no quiero rasurarme. Puedes irte si así lo deseas—
El tono fue tan áspero que a cualquiera le habría dolido. Gara cerró los ojos un segundo, respirando hondo. Ella siempre se mostraba dulce, pero si había algo que no toleraba era la grosería injustificada.
Giró sobre sus talones y caminó hacia él. Sin pedir permiso, tomó sus manos con firmeza.
—Oye, ¿qué sucede? —preguntó con un tono serio, aunque su voz mantenía esa ternura que le era natural—. No debes hablarme de esa manera— sintió que era como explicarle a un niño, entiende que él no se relaciona mucho, pero de algo estaba segura, Leoncio había tenido la mejor educación en casa.
Leoncio no respondió. El simple contacto de sus manos lo estaba quemando por dentro, como si aquella calidez derritiera todas las defensas que tanto esfuerzo ponía en mantener. Pero su orgullo, su dolor, le impedían mostrarse vulnerable.
Gara frunció el ceño, con los labios tensados.
—Vamos, Leoncio. Déjame hacer mi trabajo—
Ella lo dijo con calma, con la intención de transmitir tranquilidad, pero él lo interpretó de otra forma. Para sus oídos heridos, esas palabras fueron una sentencia: “Ella está aquí por obligación, no por mí”
—Mi abuelo te pagará, hagas o no hagas el trabajo —escupió con frialdad, estaba enojado y no podía controlarlo.
Las palabras fueron como un golpe en el rostro de Gara. Su mandíbula se aflojó, incrédula.
—¿Qué… qué dices? —susurró, dolida y confundida.
Leoncio evitó que su rostro la buscará como siempre. Se levantó con dificultad y caminó hacia la ventana, dándole la espalda, no quería saber nada de ella.
—Pues eso. No tienes que fingir— Nunca había tenido una relación con una mujer y ahí solo demostraba lo mucho que ella le gustaba, lo afectado que se sentía.
Gara sintió que la paciencia se le agotaba. El corazón le latía con fuerza, entre la tristeza y la indignación.
—Oye… ¿estás enojado conmigo? Porque yo no te he hecho nada. Si quieres que me vaya, pues me iré —replicó con un tono más firme, dejando ver que no iba a permitir ser tratada de esa manera, jamás dejaría que alguien la maltratará, era una mujer independiente por lo mismo.
—Pues vete —respondió él, sin girarse, con un filo de amargura en cada sílaba.
El silencio cayó pesado, como un muro entre los dos. Gara lo miró, con los ojos brillando de una mezcla de dolor y enojo, quería conversar con él, decirle que si quería casarse con él, pero jamás imagino que tuviera un mal genio tan insoportable.
Tomó aire, apretó el maletín contra su pecho y lo miró fijamente, aunque él no la devolviera la mirada.
—Eres un malcriado, Leoncio. No merezco que me trates así. Mejor me voy —sentenció, con firmeza en la voz.
Dicho esto, dio media vuelta y tomó su maletín. Su corazón dolía, pero no iba a dejar que la hirieran sin razón. La dulzura estaba en ella, pero también la dignidad.
Leoncio permaneció en silencio, clavado frente a la ventana, sin pronunciar palabra. Solo el eco de la puerta al cerrarse detrás de Gara resonó en la habitación, como un recordatorio de que había perdido algo más que una discusión.
Solo por desesperado, pensó que al no subir su abuelo, había sido porque ella no estaba de acuerdo con la propuesta.
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Comments
mariela
Leoncio que malcriado eres y mal pensado no debiste tratar a Gara de esa manera pensando y haciendo conjeturas que no son ojalá el abuelo arreglé ese mal entendido.
2025-08-30
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Leila
Leoncio tranguilo tu anuelo esta ate die do a otra persona
2025-09-23
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patry 🌹
no saque conclusión tan rápido
2025-08-31
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