Capitulo 4: LOS ABUELOS
Yoli le dejó algo rápido a Ana para que desayunara antes de ir al colegio.
Anastasia tuvo toda la mañana para pensar. ¿Por qué estaba allí? ¿Qué debía hacer? Esta vez había viajado de forma diferente… ¿Podría regresar igual? Y lo más importante… ¿quién iba a alimentar a Viajero mientras ella no estaba?
Bueno, quizá no era lo más importante, pero igual la preocupaba.
Después del mediodía, Yoli entró con un sándwich y una gaseosa en botella de vidrio.
—¡Gracias! ¡Estoy muerta de hambre! —exclamó Ana, tomando el sándwich con entusiasmo.
—Por la tarde tengo clase de ballet. ¿Por qué no me acompañás? Así salís un poco.
—Bueno… ¿pero cómo vamos a salir?
—Dejámelo a mí.
Una hora y media más tarde, Yoli tomó a Ana de la mano y la sacó del cuarto con cautela.
—¡Hija! ¿Sos vos? —preguntó la abuela de Ana desde la cocina.
—¡Sí, mamá! ¡Ya me voy al ballet! —respondió Yoli, apurando el paso.
—Cuidate, hija.
Un rato después, caminaban por la calle.
—Todo esto se ve tan diferente… —comentó Ana, mirando alrededor.
—¿Por qué? ¿En el futuro los autos vuelan? —bromeó Yoli.
Ana se echó a reír.
—No, tía, Volver al futuro te mintió.
—¿Podrías dejar de decirme “tía”? Es raro, te ves como seis años mayor que yo en este momento.
—Sí, tía…
—Ay, como quieras —dijo Yoli, rindiéndose—. ¿Y? ¿Ya sabés para qué viajaste?
Anastasia suspiró.
—No tengo idea… por más que lo pienso, nada me cierra. Quizá sea por vos… para que estemos más juntas.
—¿No somos unidas en tu época?
—Somos como uña y carne. Cuando Val desapareció yo tenía apenas 16, y vos 33. Se hicieron cargo de mí sin tener idea de cómo tratarme, llamabas a una psicóloga… pero con el tiempo te acoplaste tanto a mí que no sé qué haría sin vos.
—Awww, me encanta nuestro futuro juntas —dijo Yoli, apretándole la mano—. Pero… ¿por qué nos hicimos cargo de vos? ¿Dónde estaban tus papás?
Ana se detuvo en seco y la miró. No sabía si debía dar un dato tan fuerte como lo de sus padres.
—¡Hola, Yoli! —la llamó un muchacho de unos diecinueve años, desde un puesto de revistas.
Yoli se quedó paralizada. Dio media vuelta, pero al verlo bajó la mirada.
Ana lo observó y luego miró a su tía.
—Hola, soy Anastasia —dijo rápidamente, para romper el silencio. Luego miró a Yoli, que seguía callada.
—Yo soy Rolo —respondió él, y enseguida se dirigió a Yoli—. Te quería dar el diario que tu papá no pasó a buscar hoy… ya está pago.
Yoli seguía inmóvil. Ana, incómoda, tomó el diario.
—Muchas gracias —y luego se volvió hacia su tía—. ¿Por qué no vino tu papá hoy? —preguntó, solo para que dijera algo.
—No se sentía bien… —respondió Yoli sin levantar la vista—. Muchas gracias.
—Adiós, Rolo, un placer conocerte —dijo Ana.
—Espero verte en la fiesta del club, Yoli.
Anastasia miró a su tía, que todavía evitaba mirarlo.
—Te aseguro que va a ir —respondió ella con una sonrisa—. Adiós.
Siguieron caminando. Ana hojeaba el diario.
—En serio, tía… no sé cómo mis primos llegaron al mundo —comentó con ironía.
De repente se detuvo en seco.
—Creo que ya sé por qué estoy acá… —dijo, entregándole el diario a Yoli.
Señaló una pequeña nota en la parte inferior derecha:
El actor Ralf May se mudó con su flamante esposa a la Argentina, donde debutará como director con la segunda parte de la película cowboy “Cabalgando la vida”.
Yoli la miró.
—¿Estás segura de que está casado con Valen? No la nombra.
—Sí, tía. Tenemos que averiguar dónde viven.
—Seguro las chicas del ballet saben… Pero, eso sí, Ana: si vas a seguir en este tiempo, vas a tener que dejar de vivir escondida en mi cuarto.
Ana entrecerró los ojos.
—¿Qué tenés planeado?
Anastasia y su tía entraron al departamento.
—¿Estás segura de esto, tía? —preguntó Ana, con un nudo en el estómago.
—Sí, nena… vamos —respondió Yoli, tomándola de la mano como cuando era una niña, guiándola hacia la cocina.
Abrió la puerta y… ahí los vio. Hasta entonces solo los había escuchado hablar, pero verlos frente a frente fue distinto.
Su abuela estaba junto a la mesada. Con ella había pasado más tiempo; había muerto cuatro años después del accidente de sus padres, víctima de un ACV.
Su abuelo, en cambio… él se había ido cuando ella apenas era una bebé. No lo recordaba.
Los ojos de Ana se llenaron de lágrimas al contemplarlos.
—Hija… ya volviste —dijo la abuela, observándola con atención—. Hola…
El abuelo levantó la mirada del libro que estaba leyendo, los anteojos apoyados en la punta de la nariz. Ese gesto le provocó una ternura enorme.
—Mamá, papá… ella es Ana —dijo Yoli, vacilando apenas—. Sí, Ana… una compañera del ballet. Se le incendió el departamento y…
—¿Quién va a creer que bailo ballet? —murmuró Ana por lo bajo, sin poder evitarlo.
—¡Oh, cariño! —exclamó la abuela, llevándose las manos al pecho—. Pobrecita… has perdido todo.
La mujer la abrazó con fuerza, y luego la guio hasta una silla.
—Ven, querida. Siéntate.
—Siéntate, hija —repitió el abuelo—. ¿Quieres un té? ¿Algo?
—No, no… gracias. Estoy bien —dijo Ana, tragando saliva para contener la emoción.
En ese momento, Yoli se inclinó hacia ella y le susurró al oído:
—Ellos lo creen.
Ana la miró, y vio en su rostro una sonrisa de oreja a oreja.
Ana había preparado un colchón en el suelo, junto a la cama de su tía, después de cenar.
—Podés quedarte todo el tiempo que quieras. Yoli te presta todo lo que necesites —dijo su abuela desde la puerta. La miró con más detención y sonrió—. Ey… ustedes dos son muy parecidas. ¿Se dieron cuenta?
Las dos chicas, sentadas en la cama, se miraron sin saber qué decir.
—Dicen que todos tenemos un doble en alguna parte, ¿no? —respondió Ana.
—Bueno, las dejo solas. Seguramente, Ana, tendrás que descansar. Dulces sueños.
—Hasta mañana —respondieron las dos a la vez.
Una vez solas, se recostaron en la cama, una junto a la otra.
—Bueno, tía, tus compañeras no dieron mucha información —comentó Ana.
—No sé… es que nunca hablo con ellas.
—Tía… ¿por qué sos así?
—¿Así cómo?
—Tan retraída… Conmigo siempre fuiste muy dulce y cariñosa, muy… presente. No puedo creer que no te relaciones con nadie. ¿Y vos eras la que se preocupaba por mí cuando no salía de mi cuarto?
—No lo sé. Nunca me sentí… nunca encajé en ninguna parte. Solo… solo con Carlos, tu papá, me siento cómoda.
—Papá… —repitió pensativa—. ¿Hace tiempo que no vienen?
—Estaban de viaje en familia ahora, pero si no, sí vienen.
—Hay que buscar la manera de conseguir esa dirección, tía.
—Mañana averiguo en el colegio, te lo prometo… ¿Y vos? ¿Qué vas a hacer mañana?
Ana no supo qué responder. No sabía cuánto tiempo estaría allí y no quería convertirse en una carga para sus abuelos.
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