Capitulo 2: ¡QUE DIA!
Estaban en la cocina. Ana se sentó a la mesa con la carta entre sus manos.
—¿Y? ¡Leéla! —dijo Gusty, ansioso.
—¡Dejala! No seas pesado —lo frenó Matilde, dándole un leve codazo—. Dale tiempo.
Luego miró a su amiga con suavidad.
—Leela tranquila, en voz baja. Nosotros vamos a estar sentados en el sofá, ¿sí?
Ana asintió con la cabeza, apenas.
Cuando se quedó sola, respiró hondo. Ya no tenía sentido dilatar más ese momento. Abrió la carta.
“Querida Ana:
Espero que te encuentres bien. Al fin tomé el valor suficiente para hacer esto. No sé en dónde estarás viviendo, pero solo recuerdo la dirección de nuestra casa en zona sur. Estoy esperanzada de que, si ya no estás ahí, alguien te la haga llegar de alguna manera.
Nunca dejé de pensar en vos, pequeña mía. Pero... desde hace un tiempo, te extraño aún más. Quizás sea la edad... o quizás el hecho de que mi niña mayor, Alex, de apenas 21 años (cumple en unos días), haya decidido casarse con su novio de toda la vida.
Pienso en cómo desearía que estuvieras acá conmigo, abrazándome y acompañándome.
Junto a esta carta te envío una prueba de invitación a la boda —que será dentro de un año— y una copia de aquellas tres pequeñas fotos que nos tomamos en la cabina de la playa, ese día previo a tu cumpleaños 21, cuando compartimos un día hermoso juntas.
Ojalá respondas a mi carta. Y no te enojes por no haberte escrito antes... Tenía miedo de que, en verdad, aquel día en la playa no hubieras vuelto. Aunque espero que sí.
Si lo hiciste, amaría que me respondas.
Te amo con el alma, hermana mía, a pesar de los años y la distancia.
Espero tu respuesta.
Un fuerte beso y abrazo.
Val.”
Ana se quedó atónita.
Estaba tan aturdida que apenas podía razonar. Su corazón latía con fuerza. Lo único que tenía claro... era que respondería.
Aunque... ¿qué le escribiría?
Debía pensar bien qué hacer.
Esa noche, sus amigos no la dejaron sola.
Matilde durmió con ella, mientras que Gustavo lo hizo en el sofá. Tenía una habitación libre, la que había sido de su tía cuando vivía allí, pero solo la usaba para guardar cosas; ni siquiera tenía una cama armada.
Por una endija de la ventana entraba una tenue luz de la calle. Gracias a eso, podía ver —aunque fuera un poco— las pequeñas fotos que sostenía entre las manos. Escuchaba a su amiga dormir a su lado, y deseaba poder hacerlo también, pero era imposible.
Su cabeza no paraba.
Su hermana la había contactado.
Y si lo había hecho... era porque deseaba verla. ¿Qué reacción tendría ella al ver en persona a una Valentina de casi cincuenta años? Decía en persona porque, en realidad, ya la había visto en televisión alguna vez. Debía admitir que era muy hermosa y jovial; no esperaba una madurez diferente para ella. Muy coqueta, elegante, la típica esposa de Hollywood.
¿Estaría bien volver a verla?
Aunque algo le decía que sí, que valdría la pena... sobre todo por conocer a sus sobrinos, que tendrían casi su edad.
Así estuvo hasta que amaneció.
A la mañana siguiente, sus amigos notaron sus ojeras y le aconsejaron que no fuera a trabajar. Pero Ana pensó que lo mejor, en ese momento, era mantener la cabeza ocupada.
Aunque, al parecer, la pandilla —como les decía su tío— tenía razón.
Todo el día se mostró distraída y descoordinada, ajena a todo. Y eso, claro, no resultaba conveniente para una profesora universitaria.
Regresó muy agotada a su casa. Como era su rutina, le dio de comer a Viajero, para luego prepararse un té con un sándwich de pan de salvado, lo más simple que encontró.
De repente, sonó su celular.
Era Matilde.
—Amiga, ¿cómo estás?
—Estoy bien...
—No estoy segura… Encima Gusty tenía esa salida con su novio y yo tuve que venir a acompañar a mamá. Intentaron otra vez estafar a mi abuela.
—Oh, lo siento, Mati...
—Pero si necesitas que vaya, voy.
—¡No! ¿Estás loca? Tu mamá te necesita. Además, yo estoy bien.
—No lo estás...
—Amiga mía, gracias. Pero lo único que necesito en este momento es... un buen baño de una hora en la bañera para relajarme.
—¿Estás segura?
—Claro que sí. Vos acompañá a tu mamá en este momento.
Se despidieron y colgaron.
Ana se quedó mirando a la nada. Pero, pensándolo bien, lo de la tina no era mala idea.
Ana estaba en su tina, rodeada de sales, velas encendidas y música relajante saliendo de su celular. Se había tapado los ojos con una pequeña toalla.
"Vaya... sí que surte efecto", pensó. Se sentía mejor, más liviana. Sin tanto peso. Tal vez estaba habiendo mucho alboroto por nada. Quizás esto realmente era un buen comienzo...
Pero no. Tenía que dejar de mentirse.
No era su hermana el verdadero problema que flotaba en el aire. Lo que pasaba era que Val seguía casada con Ralf, uno de los mejores amigos de Chris. Y Ana sabía que, tarde o temprano, al reencontrarse con su hermana, lo vería a él.
¿Y qué excusa pondría entonces?
Seguía exactamente igual a la última vez que él la había visto, salvo por su cabello, que ahora llevaba a los hombros.
—¡Mierda! —susurró al sentir que la preocupación volvía.
¿Por qué?
De pronto, el maullido de Viajero la sacó de sus pensamientos.
—¿Qué hacés acá? —preguntó, retirándose la toalla de los ojos.
El gato había dado un salto y ahora estaba en el borde de la tina.
—¿Qué querés? Ya comiste... Si seguís así te vas a poner como una pelota.
Viajero no dejaba de maullar, frotándose contra lo que encontraba a su paso. Entonces, con otro salto ágil, subió sobre un pequeño mueble al lado de la bañera, donde Ana, con su típica mala costumbre, había dejado el secador de pelo enchufado.
—¿Qué hacés ahí? ¡Viajero, bajate! —le gritó, alarmada.
Pero el gato parecía ajeno a sus advertencias.
—¡Viajero! ¡Te va a dar corriente! —exclamó, incorporándose de golpe.
En ese momento, el gato se asustó con su tono de voz y, al saltar, empujó el secador que cayó directo al agua.
Ana intentó salir de inmediato, pero no llegó a sacar ni un pie.
Sintió una descarga. Primero fue una cosquilla, de esas que no hacen reír, sino que anuncian dolor. La sensación comenzó en su pierna y subió como un latigazo eléctrico por todo su cuerpo.
No pudo resistirlo.
El cuerpo le falló y se desmayó, cayendo al suelo mojado.
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