Aiden revisó su reloj por quinta vez en diez minutos. Las agujas marcaban las 4:32 p.m., y aunque aún faltaban casi treinta minutos para la hora habitual, cerró su computadora, tomó su abrigo y salió de la oficina sin decir una sola palabra.
Necesitaba respirar.
Necesitaba a su hijo.
El camino hacia la guardería fue silencioso. La radio del coche estaba apagada, como siempre desde hacía semanas. El tráfico le pareció más lento de lo normal, pero no protestó. En realidad, no le importaba llegar temprano. Solo quería alejarse de aquel edificio que se había convertido en su infierno personal.
Cuando llegó, Eren fue el primero en verlo a través de la ventana y salió corriendo a su encuentro.
EREN
¡Mami! ¡Mami, viniste temprano! *exclamó con una sonrisa que le deshizo el alma.*
Aiden se agachó a recibirlo en sus brazos, enterrando la cara en su cabello suave, inhalando su aroma a galletas y lápices de colores.
AIDEN LOWELL
No podía esperar más para verte, mi amor *susurró, apretándolo fuerte.* Tu abrazo es mi medicina.
EREN
Hoy dibujé un dinosaurio que canta *dijo el niño entre risas.*
AIDEN LOWELL
¿En serio? Entonces vamos a casa a verlo.
Aiden lo subió al auto, y juntos se dirigieron al hogar que, a pesar de todo, aún compartían con Elijah. Al llegar, encendió las luces, puso agua a hervir y sacó algo rápido del refrigerador. No tenía ánimos de cocinar algo elaborado, pero hizo un esfuerzo: pasta con queso, el platillo favorito de Eren.
Pasaron la tarde jugando con bloques, viendo una película animada y coloreando dibujos de monstruos sonrientes. Aiden no mencionó nada del trabajo. No habló de Marcus. No dijo el nombre de Elijah ni una sola vez.
Como si no existiera.
A las 9:00 p.m., Aiden acostó a Eren en su camita y le leyó una historia. El niño se quedó dormido a la mitad del cuento, aferrado a uno de sus peluches. Aiden lo miró un largo rato, sentado a los pies de la cama, con los ojos húmedos y la garganta cerrada.
AIDEN LOWELL
Te juro que algún día vamos a estar mejor *murmuró, acariciándole el cabello.* No sé cómo, pero lo haré.
Salió del cuarto y cerró la puerta con cuidado.
Elijah no había llegado.
No había mensaje. Ni llamada. Ni rastro de él.
Aiden se sentó en el sofá con una manta sobre los hombros y la laptop encendida. Comenzó a buscar empleos. Algo lejos. Algo nuevo. Algo que lo sacara de ese mundo en el que estaba atrapado.
Cada palabra que escribía, cada currículum enviado, era un paso hacia su libertad.
Elijah podía quedarse con su amante.
Pero Aiden se quedaría con algo mucho más valioso: su dignidad y su hijo.
Y esa noche, al apagar la luz del salón y quedarse solo en la oscuridad del hogar vacío, ya no sintió miedo. Solo determinación.
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