Escucho pasos apresurados en el pasillo. No son los pasos tranquilos y mecánicos de las enfermeras. No. Estos son distintos. Urgentes. Como si algo grave acabara de ocurrir.
Me levanto de la cama con cuidado, sintiendo aún los brazos adormilados por los sedantes. Camino con lentitud hacia la puerta y la entre abro, dejando que la tenue luz del pasillo se filtre por la puerta entreabierta.
Un caos contenido se desarrolla frente a mis ojos. Doctores y enfermeros corren de un lado a otro. Los monitores suenan y las voces se confunden.
—El señor Víctor trajo a su madre a este hospital —escucho decir a un médico con tono autoritario—. Necesito que la trasladen a la mejor sala. Ahora.
Víctor... ese nombre no me es del todo ajeno. Miro al rededor. Este hospital ya parece un hotel, ¿qué más pretende ese tipo? ¿Una suite presidencial con jacuzzi?
Frunzo el ceño, harta del espectáculo y cierro la puerta con suavidad. Camino de regreso a la cama justo cuando la doctora encargada de mi caso entra a la habitación.
—Necesito que me den de alta —le digo sin rodeos.
—Aún necesita reposo, señorita Castillo. No es recomendable que se marche tan pronto.
—Firmaré el alta voluntaria. Me haré responsable de cualquier cosa que ocurra —respondo firme, clavando mis ojos en los suyos.
—No creo que sea buena idea.
Dice y la veo preocupada y no se ni por qué, quizás la abuela la dejo a cargo de mi.
Ella suspira, resignada, y tras unos segundos, asiente. Sale sin decir palabra, pero no tarda en volver con una carpeta. Tomo la hoja y firmo sin siquiera dudar. La doctora ni siquiera habla cuando ya estoy recogiendo mis cosas.
Agradezco en silencio y el que la abuela haya traído mi maleta. Me encierro en el baño y me cambio despacio. Me observo en el espejo. Las vendas cubren mis muñecas, pero no mi vergüenza. Aun así, me veo... de pie. Y eso es suficiente por hoy.
Me cuelgo la mini maleta al hombro y abro la puerta. El pasillo está más despejado, aunque la tensión sigue flotando en el aire. Camino con la mirada baja, pero no llego lejos.
El golpe es tan seco como inesperado.
Caigo al suelo y mis manos reaccionan por inercia, intentando frenar la caída. El dolor es inmediato. Un ardor agudo recorre mis brazos y siento la humedad caliente de la sangre empapando las vendas.
—Mierda… —murmuro, temblando.
—¿Podría fijarse por dónde camina? —dice una voz masculina, arrogante y molesta, si pensaba que Ronan era una persona de cuidado está persona que tengo enfrente le hace competencia.
Levanto la mirada furiosa. Frente a mí está un hombre alto, de rostro duro y mirada oscura. Sus labios se curvan apenas en una media sonrisa cínica.
—Señorita Castillo, por favor, regrese a su habitación —interviene una enfermera, notando el escurrimiento de sangre por mis brazos.
—¿Señora Castillo? —repite el hombre, elevando una ceja con burla—. Así que tú eres la joya de Ronan.
Sus palabras me atraviesan como puñales. Me pongo de pie como puedo, a pesar del dolor punzante que me arde hasta los huesos.
—No sé de qué me habla —respondo, dándole la espalda.
—Una joya, ya sabe... tan valiosa que ni siquiera la saca a relucir. La tiene guardada como un tesoro en una caja fuerte. No sea que alguien se la robe, la cela tanto que la guarda para si mismo —dice con voz gruesa.
Aprieto los puños, sintiendo cómo la sangre escurre. No me importa. No voy a darle el gusto de verme débil.
—supongamos que si —respondo.
Regreso a la habitación. Y escucho una carcajada de su parte. Me siento y dejo que las enfermeras limpien la herida. ¿Ese hombre quien era?
La puerta se abre de golpe y entra la abuela. Sus ojos se agrandan al ver las vendas manchadas de rojo.
—¡Ale, hija! ¡Por Dios! ¡Deja de ponerte en peligro! —exclama angustiada.
—Estoy bien, abuela. Solo quiero irme a casa.
Ella suspira, me observa con esa mezcla de ternura y resignación que sólo las abuelas pueden tener, y asiente.
—Está bien. Sé lo terca que eres... mejor te vigilo de cerca.
Como una niña que al fin recibe permiso para salir, bajo de la camilla y le agradezco a la enfermera. Salimos al pasillo.
Justo al doblar la esquina, la abuela se detiene y yo me distraigo con un Iván que me saluda desde lejos:
—Señor Víctor Torres, ¿qué lo trae de vuelta a la ciudad? —pregunta la abuela.
—Tu nieto —responde el hombre.
Mi sangre se hiela al oír esa voz. Giro levemente el rostro. Él está ahí. Ese hombre... Con el que choque. El que me llamó “la joya”.
—Ahora está en un viaje de negocios —agrega la abuela con cortesía.
—Sí... de negocios —responde Víctor, enfatizando las palabras, clavando sus ojos en mí con una seriedad.
Me remuevo incómoda. Hay algo en su mirada que me inquieta. Como si tuviera un interés que no ha revelado.
—Abuela, estoy cansada —le susurro.
Ella asiente, se despide de Víctor con un leve gesto, y continuamos caminando. Pero antes de doblar hacia el elevador, no puedo evitar mirar hacia atrás.
Y ahí está él.
Observándome.
Con esa sonrisa que no es sonrisa.
Con esos ojos que no miran... sino que analizan.
Y, por primera vez desde que desperté en ese hospital, siento un escalofrío recorrerme la espalda de una persona que no es Ronan.
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Updated 32 Episodes
Comments
Leydi Aguilera
buen voy a darle la oportunidad al victor a ver si se porta bien porque y no le hace la vida imposible a Alejandra también
2025-07-23
2
Nelly Seila Gonzalez
Que estará buscando de Román Acaso le robó la mujer?
2025-07-20
1
Silvana Maria LLanos Cantillo
buen punto ya su famoso esposo no es importante
2025-07-26
1