Capítulo 4

Kael

La noche cayó sobre la ciudad como un velo espeso. Las luces del taller recién renovado brillan con fuerza, iluminando la acera y atrayendo a los invitados como mariposas.

Camino de un lado a otro, como una fiera en su jaula. El olor a grasa mezclado con el perfume caro de los invitados me incomoda. Ningún rostro llama la atención. Hasta que...

Veo al chico de antes entrando, el mismo al que agarré por el cuello al inicio del día. Está con un señor de mirada cansada, probablemente su padre. El mocoso me ve y automáticamente ajusta las gafas, el rostro enrojeciéndose. Casi siento el pavor escurrir de su piel. Sonrío de lado — él recuerda.

Pero entonces... todo a mi alrededor se silencia.

Mis ojos son atraídos como imanes hacia la entrada del salón. Y allí están ellos. Primero veo al hombre: postura erguida, traje oscuro, mirada severa. El mismo de antes. A su lado, una mujer elegante, que carga en sí la misma frialdad refinada de una joya que nunca sale de la caja. Y entonces...

Mariá.

Ella camina un paso detrás de la mujer, los hombros curvados, la mirada pegada al suelo como si cargara el mundo en las espaldas. Hay algo de roto en ella... y aun así, es como si cada grieta brillara más fuerte que cualquier otra presencia aquí. Ella no intenta destacar — y tal vez por eso sea imposible ignorarla.

— Mira eso. Parece que es él mismo el tal alcalde — dice Dylan, surgiendo a mi lado, las manos metidas en los bolsillos del pantalón, la expresión cautelosa de siempre.

Asiento, sin desviar la mirada de ella.

— Vamos a dar la bienvenida a nuestro anfitrión y su... encantadora familia. — Mi voz sale baja.

Dylan me mira de lado, el ceño fruncido.

— Kael, Kael... te conozco. Ni vengas con tus gracias. — La voz de él es firme. — Necesitamos ser cautelosos. Observar primero. Descubrir cómo piensa ese alcalde, cuáles son sus secretos. Y la chica... Mariá... ella claramente está bajo algún tipo de presión. No es hora para impulsos.

Pero yo ya doy el primer paso.

— Relaja, Dylan — digo por encima del hombro, con una sonrisa maliciosa. — Tú piensas demasiado, hermano.

Y sigo en dirección a ellos.

Cada paso es calculado, aunque yo finja despreocupación. Sé que estoy a punto de entrar en un territorio minado — pero es aquí, en esta noche, que yo sé con todas las células de mi cuerpo: Mariá no es apenas una conexión, una marca del destino. Ella es un enigma... y yo pretendo descifrarlo.

Mismo que eso nos lleve directo al corazón del peligro.

Mis pasos resuenan en el piso de cemento pulido del taller, ahora transformada en un salón de recepción improvisado. Cada clic de mi coturno es como un aviso: estamos llegando. Dylan viene luego atrás, silencioso como una sombra — pero sé que sus ojos están analizando cada detalle.

El alcalde conversa con un pequeño grupo de empresarios locales. Su postura es rígida, la sonrisa ensayada demasiado para ser sincera. La mujer a su lado se mantiene compuesta, observando todo con la mirada de quien juzga en silencio. Y Mariá... ella no parece exactamente presente. Parece presa. Presa dentro de sí misma.

Nos aproximamos, y cuando él finalmente nota nuestra presencia, su expresión cambia sutilmente. Sus ojos se posan en mí con algo entre desconfianza y reconocimiento.

— Señor alcalde — digo, forzando una cordialidad que casi me arranca la piel. Extiendo la mano. — Kael. Es un placer recibirlo en la inauguración de nuestro taller.

Él aprieta mi mano con firmeza, la mirada clavada en la mía como si quisiera descifrar un enigma.

— Emiliano Duarte. El placer es mío — responde con una voz grave, calculada. — Esta es mi esposa, Marta. Y nuestra hija, Mariá.

Dylan también extiende la mano, la voz controlada, precisa:

— Dylan. Somos los hermanos Moraes. Vinimos de lejos, pero decidimos invertir por aquí.

— Una buena elección — dice Emiliano, estrechando los ojos. — Esta ciudad puede ser pequeña, pero tiene mucho potencial... desde que se sepa dónde se está pisando.

La amenaza disimulada es clara como el día. Sonrío más largo, con la calma de quien ya ha visto ese tipo de juego antes.

— Ah, nosotros sabemos exactamente dónde pisar, señor alcalde. Y, con todo el respeto, sabemos reconocer lo que realmente vale la pena.

Es entonces que mis ojos encuentran los de ella.

Ella alza la mirada despacio, como si cada movimiento fuera un esfuerzo. Y cuando nuestros ojos se tocan, algo pulsa — como una corriente eléctrica, viva, cruda.

Entonces ella mira a Dylan. Y siento la misma energía atravesándolos. Pero luego sus ojos se bajan de nuevo, como si una fuerza invisible la empujara hacia abajo.

— Bien, con permiso... necesitamos saludar al pastor Paulo — dice Emiliano, terminando la conversación.

Asentimos. Ellos comienzan a alejarse. Pero yo no consigo evitarlo. La voz escapa, mismo baja, mismo contenida.

— Eh... Mariá...

Ella mal tiene tiempo de reaccionar. Su madre aprieta su mano con fuerza y la jala, casi como una correa invisible.

— Pero tú eres un jumento mismo, ¿no es así, Kael? ¿Qué mierda piensas que estás haciendo? ¿Quieres armar confusión luego de entrada? — dice Dylan, reprendiéndome con su tono bajo y lleno de rabia controlada.

Siento la irritación subir como fuego en el pecho. Me giro hacia él, la voz baja, pero cortante:

— Qué mierda tú, Dylan. Está en la cara que ese alcalde es un hijo de puta peligroso. ¿Sabes lo que yo creo? Creo que esa tal conexión no ha sucedido porra ninguna contigo. Estás calmadito de más, hermano, para quien encontró a la propia compañera.

Los ojos de él se oscurecen, y él da un paso al frente. La rabia transborda, cruda y caliente. Él me encara como si quisiera atravesarme con la mirada.

— ¡Calla esa maldita boca! ¿Tú crees que yo estoy calmo? ¿Crees que no percibo lo que está sucediendo? ¿Que no siento esa conexión quemando dentro de mí? — Él da un leve golpe en el propio pecho. — Yo siento, Kael. La diferencia es que yo sé controlarme, su idiota. No voy a poner todo a perder solo porque no consigo mantener el pito en los pantalones por cinco minutos.

Nos quedamos aquí, frente a frente, un instante que parece estirarse demasiado. El mundo alrededor continúa, la música toca, las personas hablan — pero para mí, para él, todo está suspendido. Porque en el fondo, ambos sabemos...

Esta confusión está apenas comenzando.

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