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Angélica 🌺
Suena la alarma. Me estiro sobre mi pequeña cama, apago el molesto sonido y miro la hora: 05:30 a. m.
Voy al baño, cepillo mis dientes y lavo mi cara. Recojo mi pelo rojizo en un moño improvisado y, después de tender mi cama y recoger cualquier cosa que haya tirado por ahí, salgo de mi habitación. Llego hasta la cocina y enciendo la estufa; pongo la olla para preparar café. Mientras tanto, busco los implementos que necesito para hacer el aseo.
Cuando el café está listo, lo paso de la olla a un termo para que se mantenga caliente durante todo el día.
Rápidamente hago el aseo en la planta de abajo, saco la basura y limpio afuera también. Cuando entro de nuevo, me encuentro a la señora Berenice bien arreglada, sentada en uno de los pequeños muebles de la sala con una humeante taza de café.
—Buenos días, señora Berenice —la saludo—. ¿Cómo amanece el día de hoy? —pregunto.
Ella me mira de reojo mientras toma un sorbo de su café.
—Buenos días, Angélica —ese es el nombre que ella me dio cuando me encontró—. Te diría que amanecí bien, pero no puedo decirlo, no cuando hoy me doy cuenta de que faltan tres días para pagar la renta y no tengo el dinero suficiente.
—Tranquila, señora Berenice, hoy trabajaré el doble y verá que le traeré el dinero que falta para pagar —le digo con una sonrisa, la cual se borra de inmediato con el gesto reprobatorio que hace ella.
—Más te vale, jovencita —me señala con un dedo acusatorio—, porque si no, creo que ya va siendo hora de que vayas a vivir a otro lado.
Sus palabras son como un balde de agua helada para mí. No tengo a dónde ir, no tengo familia. Ella es la única persona cercana que tengo, además de mi mejor amiga, Fátima, y mi novio, Dionisio, quienes viven en las mismas circunstancias que yo. No tienen familia y trabajan para la señora Berenice vendiendo flores, como lo hago yo.
Ellos viven en otra casa cerca de aquí; los dos son hermanos.
La señora Berenice me recogió cuando más sola me encontraba, tirada en las calles más pobres de Italia. Me dio un techo y comida a cambio de trabajar para ella. Llevo doce años vendiendo flores por las calles de Italia; voy a restaurantes, parques, plazas, mercados, hoteles y vecindarios de gente rica, y así me gano la vida.
Todo lo que gano debo entregárselo a la señora Berenice, y ella me da un pequeño bono a final de mes, al igual que hace con Fátima y Dionisio. Sin embargo, a ellos les da un poco más porque no viven en su casa. Solo que ella no imagina que yo siempre guardo uno que otro euro por aparte.
Soy huérfana. Mi familia murió cruelmente asesinada una horrible noche cuando yo apenas tenía siete años. No sé quiénes los mataron; nadie habla de eso. Yo antes vivía al sur de Italia; ahora vivo al occidente. No recuerdo muchas cosas de mi pasado, pero lo que nunca podré olvidar fue cómo murieron mis seres queridos. Ya casi no recuerdo sus rostros ni el sonido de sus voces, pero mi corazón sí los recuerda.
—Le prometo, doña Berenice, que le voy a cumplir sin falta. Usted sabe que yo no tengo a dónde ir, no tengo familia y...
—Sí, sí, ya ese discurso me lo sé de memoria. Termina de hacer tus deberes para que te vayas cuanto antes a trabajar y no regreses aquí hasta que vendas la última flor. Igual va para tus amigos.
La señora Berenice tiene, creo, aproximadamente sesenta años. Es algo gruñona y tiene una pequeña florería. Vivimos en una casa de dos pisos, y en el piso de abajo está el local del negocio. Ella se queda atendiendo aquí, y Fátima, Dionisio y yo salimos a vender por la ciudad.
Termino mis quehaceres y subo a mi habitación para darme una ducha rápida y luego arreglarme para irme a trabajar.
No me gustan las prendas cortas ni las que sean demasiado ajustadas, por eso me coloco una falda larga de color verde agua, una blusa blanca de mangas cortas y, por encima, una chaqueta que combina muy bien con el color de mi falda. Calzo unas Converse, dejo mi cabello rojizo suelto, me aplico un poco de loción y bajo hasta el local en busca de los arreglos florales que debo vender hoy.
Afuera ya están los chicos recibiendo sus canastas. Los saludo con un “buenos días” a ambos y le doy un rápido beso a mi novio.
—Hoy estás más bonita —adula Dionisio con una sonrisa pícara.
—Gracias —le respondo.
Él es un chico de veintiún años, no es muy alto; mide como uno setenta y ocho, tiene el cabello castaño oscuro, ojos cafés, una sonrisa bonita y un gran corazón, por eso lo quiero tanto. Hoy viste pantalón negro, camiseta naranja, chaqueta negra y tenis.
Mi amiga Fátima está vestida con jeans azules, blusa roja y chaqueta azul, combinados con unas Converse parecidas a las mías.
—Hoy no podré acompañarlas en su recorrido, porque debo entregar varios arreglos a diferentes restaurantes, pero nos veremos por la tarde en la plaza de siempre —informa mi novio.
Nos despedimos de Dionisio y luego Fátima y yo comenzamos nuestro recorrido por las calles de la bella Italia. Llega un punto en donde nos separamos, pero siempre nos volvemos a encontrar.
—Estoy cansada, amiga —se queja Fátima al final de la tarde, cuando nos sentamos en una de las bancas de la plaza donde esperaremos a Dionisio—. Me duelen los pies.
—Yo también estoy cansada y preocupada. No logré reunir todo el dinero que falta para pagar el arriendo; ya me imagino la reprimenda que me dará la señora Berenice.
—Ay, esa vieja bruja lo que necesita es que algún marido que se lo menee bien duro —dice Fátima con tono burlón—. Es un grano en el cul0.
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Comments
Gleni Santos
y cuando ella se vaya se jode usted sóla
2025-05-23
1
💋😘♠️M@rilú♠️💋😉🇻🇪
prometo ser encantadora esta novela, pobrecita niña vieja bruja explotadora, manipuladora, ya me cae bien Fátima Cómo se expresa 🤭🤭🤭
2025-01-24
3
Ivonne Aguilar (Lale Eagle)
1.78 es alto, más que el promedio, casi 1.80,
2025-07-19
0