Ashley estaba acurrucada en su cama en el dormitorio universitario, su cuerpo sacudido por sollozos. Las lágrimas empapaban la almohada mientras lidiaba con la realidad aplastante de su pérdida. Anabel, su hermana, su única familia restante, había muerto en un accidente en Grecia, dejando a Ashley completamente sola en un mundo que de repente parecía demasiado grande y hostil.
El administrador del campus le había ofrecido unos días libres de los exámenes y clases para procesar la tragedia, pero las palabras sonaban huecas en sus oídos. ¿Qué se suponía que debía hacer ahora? La perspectiva de los días siguientes sin Anabel era un abismo oscuro que no quería enfrentar.
En su habitación, rodeada de libros y notas de estudio, Ashley se sentía atrapada en un limbo de dolor y decisiones imposibles. No tenía los recursos financieros para un viaje a Grecia, y la idea de cómo iba a repatriar el cuerpo de su hermana era un peso adicional a su ya abrumadora carga emocional.
Anabel le había hablado de su relación con un empresario griego de bienes raíces, alguien que, según Ashley entendía, tenía los medios y la influencia para resolver tales asuntos. Pero ¿cómo podría contactarlo? ¿Estaría dispuesto a ayudar? La incertidumbre la atormentaba, mezclando el dolor con la frustración y la ira.
“Debería estar allí,” murmuró entre lágrimas, “debería estar en Grecia, despidiéndome de ella, no aquí, impotente y sola.”
Las preguntas se amontonaban en su mente, cada una añadiendo peso a su ya agobiado corazón. Abandonar la universidad era una opción devastadora, pero el pensamiento de dejar a Anabel sin el debido respeto y cuidado era intolerable.
“¿Qué se supone que debo hacer, Anabel?” sollozó, buscando respuestas en la ausencia palpable de su hermana. “¿Cómo hago esto sin ti?”
A pesar de que vivían a medio mundo una de otra, Ashley siempre había tenido la idea de que su hermana estaba ahí. Podía llamarle y ella siempre contestaría y le diría que hacer.
Como desde que eran niñas Anabel siempre había sido su murro, su soga, ella era la divertida he introvertida que siempre parecía tener todo bajo control y preparado en caso de que algo malo pasara.
Pero ahora estaba sola. Sola, sin nadie. Entonces recordó a Constantinos, su sobrino que no conocía.
En la soledad de su dormitorio, con la noche avanzando silenciosamente, Ashley se enfrentaba a la más dolorosa de las realidades: la vida tal como la conocía había cambiado irrevocablemente, y el camino a seguir era un sendero oscuro que tendría que navegar sin su hermana mayor, su guía y confidente.
Ashley se quedó dormida después de horas de llanto, su cuerpo y mente exhaustos por el dolor y la tristeza. Al despertar, se estiró sobre la cama, su mente todavía envuelta en pensamientos de Anabel. La realidad de su ausencia era como un peso frío y pesado en su pecho.
Un golpeteo en la puerta la sacó de sus pensamientos. Con la voz entrecortada por el sueño y el dolor, gritó:
—¿Quién es?
—Ash, soy yo, déjame entrar —la voz de Richard, su mejor amigo, sonó del otro lado, teñida de preocupación.
Ashley se levantó, cruzando la pequeña habitación para abrir la puerta. Richard estaba allí, su expresión llena de empatía y dolor compartido. Tan pronto como la puerta se abrió, la envolvió en un abrazo.
—¿Cómo estás? —preguntó con suavidad.
Ella suspiró profundamente, las palabras saliendo en un susurro ronco:
—¿Cómo crees? Como la mierda.
—Lo siento mucho, Ash —dijo Richard, separándose para mirarla a los ojos.
Ashley volvió a sentarse en la cama, subiendo las piernas y abrazándolas.
—Perdón por ser tan brusca, tu eres mi amigo no debería de hablarte así. Es solo que… Anabel está muerta.
Richard se sentó a su lado, pasando un brazo alrededor de sus hombros, ofreciéndole un consuelo silencioso. Ashley, superada por las emociones, rompió a llorar nuevamente, dejándose llevar por el dolor y la incertidumbre.
—¿Y ahora qué haré? —sollozó, apoyando la cabeza en el hombro de Richard.
—Estaré contigo, pase lo que pase —aseguró Richard, su voz firme y reconfortante.
En ese momento, el teléfono de Ashley comenzó a sonar, cortando la atmósfera de tristeza. Richard se levantó para contestar. Al otro lado de la línea, una voz desconocida hablaba con un acento marcado. Richard escuchó unos momentos antes de extender el teléfono hacia Ashley.
—Es de Grecia —dijo, con un tono de sorpresa en su voz.
Ashley, con manos temblorosas, tomó el teléfono, su corazón latiendo con fuerza por la ansiedad y el temor.
—¿Quién es? —preguntó, su voz apenas un hilo.
—Señorita Larson, soy Andreas Papadopoulos, el… novio de Anabel —la voz del hombre al otro lado era calmada, pero cargada de una emoción contenida—. Quiero ofrecerle mis condolencias más profundas por su pérdida. Y quiero decirle que me encargaré de los gastos para que viaje a Grecia y asista al funeral de Anabel.
Las palabras de Andreas colgaron en el aire, llenando la habitación de Ashley con una mezcla de incredulidad y alivio. El gesto, aunque inesperado, ofrecía un destello de esperanza en el abismo del dolor en el que se encontraba sumida.
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아리아나^.^ariana
No llorés tú puedes
2024-04-07
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