Capítulo 1 – Parte 3: El sonido de un corazón roto
Tres años habían pasado desde aquella noche en que Aitana Reyes entregó su alma en una cama donde solo recibió silencio. Desde entonces, había aprendido a leer los gestos fríos de su esposo como migajas de una rutina vacía: Ezra Montiel salía temprano, regresaba tarde, y hablaba poco. No la lastimaba con palabras, pero su indiferencia era una daga diaria.
Aitana se convirtió en una sombra amable en la mansión Montiel: preparaba sus comidas favoritas, mantenía la casa llena de flores frescas, y jamás dejaba de esperarlo con una sonrisa tenue. Había creído, como muchas mujeres enamoradas, que el amor constante derrite incluso el hielo más cruel.
Pero Ezra era invierno.
Aquella noche, sin embargo, todo cambió.
Aitana tenía entre las manos algo que ella creía que podía marcar un antes y un después en su historia con él: una noticia inesperada, un milagro.
—Tal vez esto... lo acerque a mí —susurró mientras se miraba al espejo con la esperanza brillando tímidamente en sus ojos miel.
Tomó su bolso y salió rumbo a la empresa Montiel Construcciones, con paso decidido y un vestido sencillo color marfil que resaltaba sus curvas con elegancia. Era la noche perfecta para hablar con su esposo... o al menos eso pensaba.
—Buenas noches, señora Montiel —saludó Abril, la joven asistente de Ezra, con una expresión vacilante.
—Hola, Abril —respondió Aitana con calidez—. Por favor, no me anuncies.
—Pero el señor Montiel está ocupado…
—Te lo pido —dijo Aitana con una sonrisa y un pequeño puchero que desarmó la rigidez profesional de la joven.
Abril suspiró. Había visto demasiadas cosas en esa oficina, demasiados silencios rotos en los pasillos. Y aunque no le agradaba la idea de que Aitana sufriera, no era su lugar detenerla. Asintió con resignación.
El pasillo hasta la oficina de Ezra era largo y silencioso. Aitana sostenía su bolso contra el pecho, como si eso pudiera protegerla del temblor que le recorría los dedos. Ya frente a la puerta, escuchó voces. Primero, una discusión:
—¿Hasta cuándo, Ezra? —reclamaba una voz femenina con furia contenida.
—Lara, no grites, por favor. Esta noche lo haré, ya tengo los papeles —respondió él.
Aitana se quedó inmóvil.
—Espero que esta vez sea en serio —insistió Lara—. Estoy harta de ser la sombra. Quiero ser tu esposa, la oficial. Quiero que el mundo sepa que soy tuya.
—Lo prometo, cariño. Sabes que eres la única mujer importante para mí…
Aitana sintió que su corazón se detuvo.
La garganta se le secó. El aire ya no le entraba en los pulmones.
—Te amo tanto, mi amor. Muero por ser tu esposa —dijo Lara con una mezcla de ansiedad y pasión—. Prometo que yo sí te haré feliz. Tendremos muchos hijos…
Luego vino el sonido de besos, palabras jadeadas, ropa deslizándose… y la risa ronca de Ezra mientras susurraba:
—Estás hermosa hoy…
Y el golpe final: un gemido, profundo, íntimo. Luego otro.
Aitana tuvo que taparse la boca para no gritar. Ese hombre que apenas le dirigía una palabra, que jamás le dijo “te amo”, estaba ahora en los brazos de otra, ofreciendo todo lo que ella siempre soñó.
Retrocedió. Cada paso era una herida abierta.
Quería no estar allí. Quería no haber escuchado. Quería desaparecer.
Y en su apuro por escapar, tropezó con el filo de una alfombra. Cerró los ojos esperando el golpe… pero no cayó. Unos brazos fuertes la sostuvieron con firmeza.
—¿Estás bien? —preguntó una voz masculina, suave pero llena de preocupación.
Aitana negó con la cabeza, sin poder emitir palabra. Las lágrimas comenzaron a correrle por el rostro.
El hombre, aún sorprendido, no soltó su brazo. Notó la expresión devastada en su rostro, los ojos llorosos fijos en la puerta cerrada de la oficina.
—Soy Elías Navarro —dijo él, como si su nombre pudiera ofrecerle algo de paz.
—Sácame de aquí… por favor —susurró ella, apenas audible.
Él no lo dudó. Le ofreció su mano, y ella la tomó.
Mientras caminaban hacia la salida del edificio, Abril observó en silencio desde su escritorio. En su rostro había una mezcla de compasión y resignación. Lo había visto venir. A veces, el amor más puro solo sirve para desenmascarar las mentiras más sucias.
Al salir, el aire de la noche golpeó a Aitana como una bofetada de realidad.
—¿A dónde quieres ir? —preguntó Elías, aún sosteniéndola con delicadeza.
—A… un lugar donde pueda llorar sin que nadie me mire.
—¿Quieres que te lleve a casa?
—No. Él ya debe estar allá… o en camino —dijo ella, con la mirada clavada en el suelo.
Elías asintió sin hacer más preguntas.
—Está bien. Te llevaré a un lugar tranquilo.
Y así, la mujer que soñaba con una vida en pareja, se dejó guiar por un extraño con mirada noble, mientras en su corazón se quebraba la última ilusión que aún guardaba sobre el amor.
Lo que Aitana no sabía, era que esa noche no solo había perdido al hombre que amaba.
Esa noche, había comenzado a encontrarse a sí misma.
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