El siguiente caso no fue tan sencillo y me gané un puñetazo en un ojo y casi me rompen, otra vez, las costillas. No había pasado ni una semana cuando llegó a la oficina una mujer muy guapa, bien vestida y sonriente. La vi aparecer por la puerta majestuosa, impecable, con un vestido rosa bien entallado y las caderas amplias. Llevaba una cartera de mano oscura y sus pelos rojos estaban desparramados sobre los hombros. Tendría unos cuarenta años.
-Necesito sus servicios-, le dijo a Noemí. Ella le explicó la tarifa y el pago de los gastos que demandaría una eventual tarea de seguimiento.
-No hay problema-, dijo la mujer con una vocecita dulce, musical y bastante tierna.
Noemí timbró mi fono. -Hazla pasar-, le dije arreglándome los pelos y acomodando mi blusa.
-Mi marido se ve a escondidas con su secretaria-, me dijo, de frente, apenas se acomodó en la silla, cruzando las piernas.
-¿Por qué lo sospecha?-, dije tomando apuntes en un cuaderno.
-Me lo han dicho personas de confianza-, me reveló.
Ella y su marido eran dueños de una importadora de repuestos automotores, socios además, con idéntica participación de acciones. Se conocieron en la universidad, se enamoraron, se casaron, tienen dos hijos y decidieron aventurarse en una empresa que, finalmente, les dio éxito.
-¿Ha hablado con él?-, pregunté.
-No, pero si me traiciona haré valer una cláusula en nuestro contrato de matrimonio y me quedaré con todo-, estiró una larga sonrisita, muy pícara. Adiviné que ese era el motivo que animaba a la mujer a demostrar que su esposo le era infiel: quedarse con todo el negocio.
Pensé que las cosas serían muy sencillas. De acuerdo a lo que le habían dicho las personas de confianza a la mujer, el marido salía de la oficina, a escondidas, al promediar las ocho de la noche, embozado en una capucha, dirigiéndose a algún lado. Y cinco minutos después salía la secretaria, yendo, como si todo estuviera planificado, a la dirección opuesta del marido infiel.
Decidí seguir a la secretaria. Subió a su auto y se marchó sin prisa, por una transitada avenida. Estuvo recorriendo, algo así como veinte minutos, hasta que se detuvo en un mall. Allí lo dejó estacionado, en su inmenso parqueo, y entró, también sin apuro.
Hice lo mismo y logré alcanzarla cuando se dirigía a una exclusivo café. Me hice la tonta viendo vitrinas y escaparates y tras los vidrios apareció, luego de un rato, el esposo infiel, descubriéndose la casaca y dándole un besote en la boca a su joven secretaria. La abrazó como a un peluche y hasta la levantó efusivo sin dejar de saborear sus labios. Todo lo registré en el video del celular.
Qué fácil, me dije, contenta. Me senté en una banca y pasé el video al móvil de la mujer. Recibí un mensaje de texto que decía escuetamente, ok, y me puse de pie para marcharme, cuando un hombre enorme, gigantesco como un edificio estaba erguido delante mío, amenazante, con sus brazotes tanto o más grandes que un tronco de árbol.
-Deme su móvil-, me exigió.
-No le voy a dar nada o me pongo a gritar-, lo amenacé sin miedo, alzando mi naricita, escondiendo mi móvil en la cartera.
Y de pronto, ¡¡¡¡pum!!!!! me metió un puñetazo en el ojo que me lanzó por los aires y quedé desparramada en el suelo, viendo muchas estrellas y luces de colores. Aulló la muchedumbre, gritaron los hombres de seguridad, rieron las mujeres viéndome tumbada en el suelo y se armó la vocinglería.
-Ya mandó el video, jefe-, dijo el enorme tipo tan grande como un gorila lomo gris luego de decomisar mi móvil y estrujarlo entre sus manos.
-¡Maldita!-, respondió el marido.
El tipo trituró el celular en el suelo y me dio una colosal patada en mis costillas, justo en la parte astillada por el balazo que me sacó de la policía. Esta vez las mujeres cambiaron sus risas por chillidos. -¡Abusivo! ¡Abusivo!-, le gritaban viéndome encorvada de dolor, sin poder respirar, llorando como adolescente.
Hugo presentó la denuncia contra el guardaespaldas del tipo por agresión agravada y conseguimos una fortísima indemnización por daños. De la mujer, lo último que supimos fue que le quitó todo al marido y ahora era la única dueña de la importadora.
Tardé un mes en recuperarme y que desaparezca la hinchazón del ojo. Noemí y Hugo fueron a visitarme a mi lecho de dolor.
-Primer mandamiento de "Las cazadoras de infieles", me dijo Vásquez divertido, viéndome convertida en una auténtica pirata, con el ojo parchado, no arriesgar la vida y cerciorarse que no hay moros a la vista-
-Y recién me lo dices-, le saque la lengua a Hugo furiosa.
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Comments
patry
bueno no todo es color de rosa 🤣🤣
2024-01-22
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