Fui policía. Trabajé en la unidad de acciones tácticas por cinco años, alcanzando el grado de capitana y era muy considerada por mis superiores. La mejor francotiradora del escuadrón. Era capaz de atinarle a una manzana a mil metros de distancia. Sin embargo, en un asalto con toma de rehenes, un balazo expansivo rompió mi chaleco y me destrozó dos costillas y estuve a punto de morir. Los médicos dijeron, incluso, que el disparo me había comprometido órganos vitales.
Estuve tres meses entre cirugía y cuidados intensivos, entubada, alimentándome de suero y sometida a un millón de pinchazos. Cuando al fin pude respirar y empecé a recuperarme lentamente, el coronel Zubiaga entró al cuarto del hospital donde estaba recluida y me miró con pena. Lloraba. Tenía los ojos encharcados de lágrimas y habían surcos en sus mejillas.
-Lo siento, Pamela-, fue lo único que se le ocurrió decir.
Para mí fue suficiente. En sus ojos estaba escrito la orden de la comandancia de mi pase al retiro por herida grave. No le dije nada. Me quedé tumbada en la almohada, mirando las nubes grises colgadas en el cielo y cuando él se fue, recién rompí a llorar a gritos.
El día que recogí mis cosas de la unidad, el teniente Figueroa se colgó de mi codo.
-Fue mi culpa, Pamela. Debí cubrirte-, se acongojó.
Me dio risa. Estábamos en medio de una lluvia de balas y él estaba tumbado en el suelo, muerto de miedo, temblando como gelatina. Por eso subí al techo, porque tenía que detener a los sicarios que no dejaban de disparar sus armas modernas. Logré abatir a tres, pero uno de ellos me atinó cerca del pecho y me derrumbé al suelo, cayendo de bruces, en medio de un charco de sangre. Pero ahora eso ya no importaba. Era historia.
-Son gajes del oficio-, se me ocurrió decir, guardando mis útiles de aseo en un maletín.
Él quiso besarme pero no le dejé.
-No tengo humor, Raúl-, me molesté y lo dejé.
No éramos novios ni enamorados, sino tan solo amigos cariñosos. La relación empezó enfrentando la rutina en el cuartel y se tornó en diversión y entretenimiento y yo la pasaba bien con sus besos y caricias y él haciéndome suya. Ya no quería verlo y él lo aceptó de mala gana.
Estuve dos meses sin salir de casa, durmiendo, comiendo y viendo televisión, sin definir qué sería de mi futuro, sin deseos de nada, tan solo de engordar tragando puras frituras. No le hice caso ni a mi novio Marco. Me inundó de mensajes de texto mi móvil, me llamó un millón de veces, estuvo muchísimas horas parado frente a la puerta de mi casa, pero yo no quería ver a nadie. Es lo malo de la depresión. No mides consecuencias y comí frituras hasta reventar. De pronto parecía un globo y me crujían las rodillas, oxidadas de no hacer nada.
Tenía la bala metida en el pecho y la herida no me dejaba respirar bien, me agitaba demasiado y de acuerdo al informe del médico de la policía, no podía hacer demasiado esfuerzo. Fue lapidario. Me sentí desvalida.
-Pamela Galíndez, me llamó entonces Hugo Vásquez, un ex suboficial que dejó el servicio, también, al recibir un disparo que le astilló por completo una rodilla, necesito hablar contigo-
-No quiero hablar con nadie, Hugo, voy a ver televisión-, me malhumoré. Iban a dar un documental de los monos bonobos. Me encantan esos animales. Tienen relaciones íntimas como una costumbre entre ellos y siempre andan dándose caricias y procreando. Me divierten mucho.
-No vas a estar todo el día metida en tu casa viendo televisión. Ya es hora que des vuelta a la página-, me reclamó furioso.
Ay, los hombres son muy pesados. Siempre quieren imponer sus criterios y puntos de vista. Me peiné, me puse una casaca deportiva, zapatillas rosadas y acomodé mi celular en el bolsillo del jean. Hugo me esperaba cerca de mi casa, en una cafetería.
-Estás muy guapa-, me dijo, besando mi mejilla.
-¿Qué quieres?-, le pregunté tosca. Pedí un café y tostadas.
-Ya deja de comer. Estás demasiado subida de peso-, lo notó.
Pensaba en los bonobos. Quizás la solución a las preocupaciones es hacer lo que ellos hacen. Por eso seguro se les ve bien siempre y son muy felices, sin andar comiendo a cada instante. Eso pensé.
-Vamos al grano-, le dije mordiendo una tostada.
Hugo se acomodó en su silla. -He estado juntando un dinerito con mi pensión y los trabajitos que hago en contabilidad, ya sabes, me gustan los números, soy bueno en eso. Figueroa me llamó informándole de lo tuyo. Entonces quiero dar el paso: una agencia de detectives-, estiró su larga sonrisa.
Sorbí el café. -No, eso ya no resulta. Hay muchas agencias, la gente ya no cree en eso-, intenté desanimarlo.
Pero Vásquez estaba convencido. -Es que no se adaptan a los tiempos modernos, Pamela, hoy las cosas han cambiado. Existe globalización, todo es robótico, pero hay algo que jamás pasa de moda-, me miró con ironía.
-La infidelidad-, dije sin dejar de pensar en los bonobos.
-¡Exacto!-, sonrió contento Vásquez.
Y así fue que pusimos la agencia. La idea era simple: cazar infieles. Invertí toda mi liquidación. Alquilamos una oficina en un distrito elegante de Lima, compramos computadoras y equipos de seguimiento y de intervención de celulares. También armas. Renovamos las licencias y además nos inscribimos en registros públicos. Yo era la mayor accionista y por ende la dueña. Hugo solo pudo alcanzar un pequeño porcentaje de las acciones de nuestra agencia.
-La fue idea mía pero ahora solo seré un simple segundón-, se molestó cuando los obreros instalaban los televisores, las cámaras de seguridad, los estantes y equipaban el baño.
-Es la ley de la oferta y la demanda-, le sonreí acariciando su mentón. Eso le devolvió el buen humor.
La primera decisión que tomamos fue contratar una secretaria.
Se presentaron muchas candidatas. Lo que queríamos era una mujer audaz, intuitiva, con alma detectivesca que nos ayude, también, en lo que estábamos metidos, empeñando, en mi caso, hasta el calzón y él sus calzoncillos, je. Y la elegida fue Noemí Ruiz.
Había trabajado con unos abogados, tenía un afinado sexto sentido y sabía defensa personal. Era alta, rubia, hermosa, con muchas curvas y su mirada era resoluta pero confiable y no era demasiado coqueta. -Si nos atacan sabrá defenderse-, le dije a Vásquez, mientras comíamos un chifa tumbados en la alfombra porque aún no llegaban los muebles que compré.
-La mayoría de las infidelidades los cometen los hombres, reflexionó él, Noemí luce como la señora ley, implacable, firme, resoluta. Será la imagen de lo que queremos-
Me dio risa. -Ni que fuéramos a una guerra contra los maridos infieles-, le dije echada en sus muslos, manejando bien los palitos y deleitándome con la comida china.
-Es que esa es la idea, Pamela. ¡Combatiremos a los traicioneros!-, se puso contento Hugo.
-Nos faltarán un millón de socios para seguirlos a todos, entonces-, eché a reír divertida, viendo el entusiasmo que hacía gala Vásquez.
Nos faltaba el nombre. Después de barajar muchísimas opciones, finalmente optamos por la más convincente de todas: Cazadoras de infieles.
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Comments
patry
cuidense infieles 🤣🤣🤣
2024-01-22
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