Mi Tercera Jugada. Parte. —2

 Isabella no podía levantar la mirada, ya que sentía que sus mejillas habían levantado una leve temperatura, con el temor de que se hayan ruborizado mantiene su mirada en el suelo, solo veía como se destrozaban las gotas con el contacto del agua, mil preguntas llegaban a su cabeza y ella trataba de responderla para convencerse de que ese acto no era nada, su corazón se calmaba con el correr de los segundos.

  —¿Ves? Después de todo eres una chica.

Le dice eso mientras al final deja un espacio para una risa.

    —Cállate tonto.

    —¿Nunca caminaste con un chico bajo la lluvia compartiendo un paraguas, verdad?.

    —No tengo por qué responderte nada.

    —Me alegra ser tu primera vez en esto también, fui tu primer beso y ahora esto.

    —¿Porqué tienes que arruinar el momento?.

    —¿Arruiné el momento? ¿Lo estabas disfrutando?.

    —No tonto.

    —Hasta tus insultos se volvieron más calmados.

Sin que ellos se dieran cuenta por el frente eran observados por la madre de ella y de Joaquín que iban al colegio a darle el paraguas a su hija y sin querer llegaron a toparse con ellos dos compartiendo un paraguas, estaban felices por haber presenciado ese momento.

    —¿Acaso estamos viendo bien?.

    —¿Ellos dos son Joaquín e Isabella?.

    —¿No nos vieron, no?.

    —Parece que no, es mejor no decir nada y no arruinar el momento.

    —¿Estaremos por ser familia?.

    —¡Ojalá que seamos consuegras!.

Al llegar a la casa de ella ambos se despiden e intenta entrar a su casa, pero se acuerda que tenía puesta su campera y lo llama diciendo su nombre y desde la puerta se la lanza.

    —Gracias.

Lo dice bajo, avergonzada, sentía que debía decirlo, era lo mínimo que podía hacer por él, a pesar de lo nerviosa que estaba se lo dice igual, entra a su casa rápido sin querer saber su respuesta o la cara que habrá puesto ante sus palabras, al intentar alejarse de la de ahí escucha un gritó.

    —¡¡¡DE NADA ISABEL!!!.

    —Que tonto, es Isabella.

Se le escapa una sonrisa al escuchar su voz.

Joaquín al llegar a su casa se topa con su madre y Silvina, madre de Isabella.

    —¿Hola, como le va?.

    —¿Porque tan formal?.

Ambas no se aguantan las sonrisas y las dejan salir como si nada, venían acompañada de unas risas traviesas.

    —¿Bien, que están planeando? Algo está raro.

    —Podrías llamarme mamá.

Silvina le decía a él, mientras apoyaba con confianza su mano en el hombro.

    —¿De qué están hablando?.

    —Hijo no te hagas el tonto, te vimos que caminabas bajo la lluvia con Isabella, los dos compartían el mismo paraguas.

    —Okay, me voy a mi cuarto.

    —Sabíamos que algún día iban a terminar juntos.

    —Que descansen las dos.

Joaquín se va del lugar a su habitación.

    —Que descanse yerno.

Isabella se tira en su cama y trata de cerrar los ojos, al hacerlo su imaginación se pone en su contra y le hace recordar lo que acababa de vivir, se sienta en la cama y comienza hablar sola.

    —Isabella, piensa, tranquilízate, no caigas en sus juegos, solo se está divirtiendo conmigo, debemos calmarnos y pensar las cosas claras, no me voy a rendir.

Su hermano pequeño se ríe al verla hablando sola y se le burla, ella termina cerrando la puerta fuerte y se vuelve a sentar, al mover su vista dentro de la habitación se encuentra con la campera de Joaquín que le había prestado antes, comienza a mirarla preguntándose como que todavía seguía ahí, los pensamientos perversos no se hacen esperar, ella se pone de pie y se acerca, comienza a olerla y se aleja rápido al darse cuenta de lo que estaba haciendo.

    —Estoy muy mal, que perfume feo, ¿Pero por qué tengo la necesidad de volver a olerlo? No seas ridícula Isabella, está jugando contigo, abre los ojos, niña.

A pesar de disgustarle ese aroma no podía dejar de sentir que necesitaba volver a oler ese perfume, no entendía el porqué, pero quería seguir firme, se castiga así misma escondiendo su campera dentro del placar, al hacerlo se vuelve a acostar en su cama y la imaginación se apodera de ella, se vuelve a sentar y se maldecía por no poder dejar de recibir esos momentos que tanto odiaba, era una lucha interna que tenía pérdida le gustara o no.

Alex M. Martinez.

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