—Bueno, ya estoy aquí. ¿Ahora hacia dónde debo ir?
Este colegio se ve muy viejo y parece hecho de quincha, barro y tablones viejos. ¿En serio se puede estudiar aquí?—
—"Un sismo y se acaba el mundo aquí mismo y seré noticia mañana en los periódicos", sonreía y hablaba sarcásticamente Julián. Y sin saber dónde meterse, escuchó una voz que con tono enérgico empezó a dirigir a los alumnos:
—"¡Muy bien, todos al patio, apúrense, vamos, vamos, rápido!"—
Era una de las auxiliares del colegio, la más joven de ellas y la más bonita, una que iba a despertar en Julián un sentimiento romántico y a la vez sexual.
Todos los alumnos, escuchando la orden, prontamente llegaron al patio, incluido él; y formándose en filas desde los más pequeños hasta los más altos, se ordenaban pero de una manera muy desordenada.
La mayoría no se conocían, muchos eran nuevos y no sabían cómo formarse. Solo los viejos conocidos que se reconocían se reunían en una misma fila.
Al cabo de un rato ya estaban más ordenados y cada columna de alumnos formadas estaba supervisada por un o una auxiliar.
La columna de Julián estaba dirigida por la auxiliar antes mencionada.
Poco a poco empezó a salir la plana mayor del colegio: el director, los profesores, los auxiliares (que en su mayoría eran mujeres), y hasta el personal de limpieza.
La ceremonia del primer día, que consistía en la entonación del himno nacional, las palabras del director, la presentación de los docentes, todo eso fue tortuoso.
Julián quería desaparecer y volver a su escuela anterior. Nada que ver con la frescura de un colegio particular.
En todo momento de la formación se le notaba incómodo y daba pequeños giros sobre sus talones.
La auxiliar se percató de ello y silenciosamente se acercó por detrás de él. Tocando el brazo de Julián y sorprendido él, lo pellizco levemente.
—¿Eres nuevo en el colegio, no? Ya tendré tiempo de conocerte y enseñarte las reglas de aquí—
Y no apartando la mirada sobre él, se alejó. Luego de esto Julián no se movió más.
Uno que estaba detrás de él, le susurró:
—Ya fuiste elegido por La Loba—
—¿La loba? ¿Ese es su sobrenombre? — se preguntó Julián en silencio.
El sol que estaba en su punto máximo de brillo quemaba en las cabezas
Tras casi cuarenta minutos de ceremonia, el director dió sus últimas palabras:
—¡Bienvenidos jóvenes a la emblemática unidad escolar: Joaquina Alavés de Dante!
Inmediatamente sonó el timbre y fue un gran alivio para todos los alumnos, que fueron despedidos y guiados a sus respectivas aulas.
Mientras se dirigían a las aulas Julián notó a lo lejos que La Loba lo observaba.
—Creo que no la voy a pasar nada bien este año— dijo desconsolado.
En cinco minutos Julián y un buen grupo de alumnos llegaron al aula más grande del colegio.
—¿Cuántos cabían allí: treinta, cuarenta o cincuenta personas? Prácticamente hacinados todos.—
Así que prefirió quedarse en la entrada del aula, de paso asi miraba de reojo a cada futuro nuevo amigo o a un nuevo enemigo. También aprovechó para ver a alguna chica interesante, pero por el momento, nadie le llamó la atención.
Aún sorprendido por ese primer día, se entretuvo un poco viendo sus zapatos nuevos (que había lustrado con ahínco la noche anterior), cuando de repente, un chico llegando al aula se dirigió a él y con familiaridad le preguntó: ¿Ya empezaron las clases?
Mirándole desdeñosamente, Julián fríamente le respondió: —¿Ves a algún profesor aquí?
—No— le respondió el chico.
—Eso significa entonces que no hay clases— le dijo irónicamente.
El chico se alejó extrañado y sorprendido por la forma en que Julián le respondió.
—¿Qué le pasa a este tonto?— Dijo Julián para si— No ve que todos estamos arrinconados y que no hay ningún profesor aquí—
Y continuó observando sus zapatos y los pasadores que estilizadamente ató. Julián era muy vanidoso y se tomó un buen tiempo para hacer un amarre de pasadores perfecto.
Pero inmediatamente volvió a ocurrir otro suceso. De un grupo de alumnos que se encontraban en mitad del salón salió uno de ellos, que mirando a Julián, lo llamaba: ¡Garcés, Garcés!
Garcés no era el apellido de Julián obviamente, así que él no respondió.
—¡Garcés, Garcés! ¡Qué sobrado es este huevón!— vociferó en alta voz este chico.
Sabíamos que Julián era muy temperamental y que tenía la sangre hirviendo en ese momento. Pero tampoco era tonto. Era un grupo de alumnos que obviamente se conocían. Él era nuevo. Si se acerca a buscar bronca definitivamente iba a terminar mal parado.
Apretando los puños e ignorando el llamado Julián solo levantó la cabeza y mostró indiferencia.
Pero por dentro imaginaba dándole una paliza a este otro chico.
Al notar esto, ese chico se dio cuenta de que Julián no era el Garcés a quien él llamaba y que el parecido lo confundió.
Entonces empezó a murmurar con el resto de los alumnos.
—Oye, ese pata es igualito a Garcés— dijo uno.
—Al llegar yo lo confundí con él— dijo otro.
—Es su gemelo en serio— replicó otro más.
Y así continuaron.
Para ese instante, Julián ya había escuchado todos los comentarios y, molesto más que sorprendido, pensó:
—¿Quién demonios es ese maldito Garcés? ¿Y por qué todos estos tarados me confunden con él?—
Y fue que en ese mismo momento, el maldito Garcés apareció...
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