capítulo 2

...Capítulo Corregido......

Fotografía

El pelirrojo y la rubia caminaban con esa clase de soltura que sólo poseen los desconocidos que se agradan a primera vista. Felipe, con sus comentarios agudos y su voz grave, le arrancaba sonrisas suaves a Aleida, quien, a pesar del frío viento que ondeaba la tela suelta de su vestido floreado, parecía cálida y liviana, como si flotara en otro mundo más amable. A sus costados, los soldados y cadetes de la academia los miraban con un silencio fingido, algunos con indiferencia, otros con una mirada lasciva que apenas podían disimular. Para muchos, Aleida no representaba una belleza evidente: su ropa era demasiado sencilla, su falda caía con ligereza sin marcar nada, y el suéter rosa que llevaba sobre los hombros ocultaba sus formas. Pero lo que nadie imaginaba —al menos no aún— era que debajo de aquella tela vaporosa, existían unas caderas redondas, una cintura pequeña, y una figura con proporciones que desafiaban la lógica de su delicadeza. No era una mujer de apariencias, sino de presencia. Y aunque sus ojos parecían miel, había algo salvaje y cambiante en ellos. Un tono esmeralda que surgía bajo ciertos colores. Ese día, bajo el rosa y el blanco, sus ojos brillaban como pasto recién regado. Como si la naturaleza la hubiese tocado con un dedo especial.

Mientras tanto, en otro rincón de la ciudad, dentro de una oficina de paredes recias y autoridad pesada, el caos era otra cosa. Gritos, golpes secos y el estruendo de una rabia mal contenida sacudían las puertas como relámpagos en una tormenta. El capitán Sebastián Compbell, uniformado aún con los restos de dignidad que su apellido imponía, discutía con un tono encendido que no respetaba jerarquía alguna. La voz del nieto se alzaba por encima de la del patriarca.

—¡No! ¡Es que simplemente no me pueden obligar a desposar a alguien que ni siquiera sabía que existía! —rugió, golpeando la mesa con el puño.

—Sebastián, por favor, tranquilízate —intentó interceder su abuelo con una serenidad que no lograba convencer a nadie—. Tu padre no te dejará en paz hasta que tomes una esposa digna de tu nombre.

—¡No lo haré! ¡Esto es absurdo! —bramó una vez más, empujando la silla hacia atrás de un golpe—. Lo siento, abuelo, pero no pienso prestarme a esta farsa.

—Hijo, estás perdido, y necesitas reencontrarte. Ella puede ayudarte. Es la mejor opción.

—¿Tú te escuchas? ¿De verdad crees que un compromiso pactado cuando apenas éramos niños puede tener sentido ahora? ¡Es medieval!

—Basta —dictaminó el anciano con voz firme, como un juez sellando una sentencia—. No escucharé una sola palabra más. Te casarás con ella. Lo quieras o no.

No hubo más. Sebastián se irguió, su rabia transformada en un silencio venenoso. Salió de aquella oficina con una furia que retumbaba en sus pasos. Las puertas se azotaban a su paso, los empleados apenas podían sostenerle la mirada. Al llegar a su auto negro, se encerró con el aire de quien carga una guerra encima. La cortina divisoria se cerró tan pronto como lo hizo la puerta, y el chofer, con voz temblorosa, preguntó:

—¿A la academia, señor?

—A la academia —repitió Sebastián con un susurro amargo.

La carretera, flanqueada por árboles que se despedían del otoño con hojas marchitas cayendo en espirales suaves, parecía burlarse de su enojo. El mundo seguía girando mientras él ardía por dentro. En su mano temblorosa sostenía una hoja diferente. Una fotografía. No era una imagen de guerra ni un mapa, sino el retrato de una joven: cabellera rubia recogida con descuido, piel blanca y tersa, una risa apenas sostenida en los labios. Sus ojos... esa maldita ambigüedad entre miel, dorado y verde ámbar. Sebastián la miró como si quisiera borrarla con la mirada. Ya la odiaba. Odiaba que ella aceptara el compromiso sin siquiera conocerlo. Odiaba que su abuelo tuviera el descaro de dejarla justo en la academia donde él enseñaba. Odiaba, sobre todo, sentir que su vida estaba siendo invadida. Que esa desconocida, sin saberlo, había traspasado sus defensas, irrumpiendo en su mundo con la dulzura de una puñalada.

De vuelta en la academia, Aleida no era consciente del torbellino que la esperaba. Su sonrisa seguía iluminando el camino mientras caminaba junto a Felipe, quien no dejaba de observarla con una mezcla de curiosidad e ingenua fascinación. Bajo uno de los árboles que daban sombra al patio trasero, se detuvieron. Las hojas bailaban a su alrededor, y la escena, si alguien la hubiese retratado, habría parecido sacada de una postal romántica.

—Y tú... ¿qué puesto ocupas aquí, Felipe? —preguntó ella, genuinamente interesada.

—Soy maestro en armas —respondió con un deje de orgullo—. Miembro del escuadrón Delta.

—Eso suena impresionante.

—Lo es cuando lo escuchas —rió él—. Pero no tanto cuando lo vives. Entrenar conlleva más sudor que gloria.

Ella rió. Esa risa que parecía cristalina, como si acariciara lo más vulnerable de quien la escuchara.

—Eres un buen hombre, Felipe —dijo con una dulzura que lo dejó paralizado.

—Gracias… —musitó él, ruborizado, bajando la mirada como un niño.

El silencio que los envolvió después no fue incómodo. Era ese tipo de silencio lleno de cosas que aún no se dicen. Se miraron, ambos, y por un momento el mundo pareció detenerse bajo las ramas de ese árbol que presenció la escena sin entender aún su importancia. Porque sin saberlo, Aleida Halmiton acababa de comenzar una cadena de eventos que desataría un torbellino de emociones, rupturas, pasiones y decisiones que marcarían a todos los que rozaran su existencia.

Y Sebastián Compbell, camino a la academia, aún no sabía que la mujer de la fotografía que acababa de arrugar con rabia... estaba a solo minutos de entrar en su vida como un incendio imposible de apagar.

Continuará…

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LUZ AMPARO SALINAS ANGULO

LUZ AMPARO SALINAS ANGULO

vamos a ver si no te enamoras como un demente /Facepalm//Facepalm//Facepalm//Facepalm//Facepalm//Facepalm//Facepalm//Facepalm//Facepalm//Facepalm//Facepalm//Facepalm//Facepalm//Facepalm//Facepalm//Facepalm//Facepalm//Facepalm//Facepalm/

2024-10-29

0

kin

kin

muy bueno

2024-06-07

2

Ser Up

Ser Up

por lo que estoy leyendo Sebastián es un pelele cualquiera, ya que su familia le impuso el matrimonio acá vamos con otro que se casa solo porque espera la herencia familiar

2024-05-20

2

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