Las Hermanas Carmonas "Las Espías De La Casa Presidencial "( Romance Y Crisis Libro 5)
Natalia Carmona aguardaba en un recinto designado por el tribunal internacional para su protección. En pocos minutos sería llamada a declarar. Era la testigo clave en el caso contra el tirano que destruyó su país… y que, para su desgracia, era también su tío. Desde los catorce años había conspirado en secreto para llegar a este día, y ahora que estaba a punto de entrar en la sala del tribunal, la ansiedad la embargaba. Aunque la evidencia contra Carmelo Carmona era abrumadora, su testimonio era indispensable. Y no era fácil exponerse. Resultaba increíble para cualquiera imaginar lo que ella y su hermana menor, Verónica, vivieron desde que fueron forzadas a mudarse a la casa presidencial.
Verónica y Natalia Carmona fueron las espías de mayor valor para el movimiento de los Vigilantes —el grupo que enfrentó al régimen y conspiró para su caída— infiltradas nada menos que en la misma casa del dictador. Su motivación era simple: justicia por los horrores que les había hecho su propio tío.
Verónica testificó primero. Y sorprendió a todos. Siempre se había mostrado como una chica distraída, incluso superficial, pero esa fachada escondía una inteligencia meticulosa y una fortaleza emocional que dejó al tribunal en silencio. Su vida, después de ese testimonio, cambiaría para siempre. Al concluir, le permitieron intercambiar unas palabras con su hermana antes de que ella subiera al estrado.
—¿Estás bien, Natty? —preguntó Verónica, con dulzura.
—Estoy muy nerviosa, Vero —confesó Natalia, con las manos heladas.
—Ya no puede hacernos daño. Es tu momento, Natty. Tu oportunidad de contar la verdad y de que todo el mundo sepa lo que hizo.
Llamaron a Natalia. Abrazó a su hermana con fuerza y caminó hacia la sala donde la esperaban. Subió al estrado, se sentó y fijó la vista en dirección al acusado. Aunque era su tío, también era el hombre responsable de sus pesadillas. Sostenerle la mirada le resultaba insoportable: los recuerdos se agolpaban, cada uno más doloroso que el anterior. El sudor le perlaba las manos. La visión le temblaba. Y el pánico se adueñaba de su cuerpo. Aun esposado, ese hombre seguía generándole miedo.
Respiró hondo.
Su voz salió entrecortada al inicio. Natalia era valiente, sí, pero lo que iba a decir no era fácil. Las emociones la sofocaban. Durante un segundo pensó en levantarse, en huir. Sabía que, al hablar, el mundo la vería con otros ojos. Tal vez no estaba preparada. Tal vez no era tan fuerte como había creído.
Hasta que lo vio.
Un rostro entre los asistentes, que le sonreía con calidez. Él estaba allí, cumpliendo con su promesa: “No vas a estar sola”. Y en ese instante, supo que no lo estaba. Que si quería librarse, sanar y vivir de verdad… ese era el único camino.
Y entonces… habló.
—Diga su nombre, por favor —pidió el alguacil.
—Natalia Andreína Carmona Suárez —respondió ella, con la voz temblorosa.
—¿Jura ante este tribunal decir la verdad y nada más que la verdad?
—Lo juro —dijo Natalia, esta vez con firmeza.
Natalia era una testigo clave para la acusación en el juicio contra su tío, Carmelo Carmona. El fiscal, un hombre de unos cuarenta años con expresión severa, la observó con atención. Pero a pesar de ese rostro rígido, Natalia pudo leer algo en su mirada: creía en su testimonio.
—¿Qué tiene para decir ante este tribunal, señora Carmona? —preguntó él, con voz firme.
Tras una breve pausa, Natalia respiró profundo y comenzó a contar. Su voz cortó el silencio como una confesión largamente contenida. Narró su vida dentro de la casa presidencial, y la sala entera quedó atónita. Todavía no se reponían del relato ofrecido momentos antes por Verónica, pero lo que Natalia traía era aún más crudo. Porque lo vivieron juntas. Y lo sobrevivieron juntas.
Las hermanas Carmona habían sufrido terriblemente a manos de su tío y de sus primos, Roberto y Mireya. Solo uno, Rómulo Carmona Jr., fue un refugio. El único que se atrevió a protegerlas.
Natalia y Verónica fueron niñas queridas, criadas con amor por sus padres: Juan Carmona y Nathalie Suárez. En sus primeros años, vivieron rodeadas de cuidados, afecto y lujos. Pero esa dicha se quebró cuando Natalia tenía apenas doce años y Verónica, siete.
Una tragedia marcó el inicio del horror.
Juan Carmona era un político en pleno ascenso. Candidato a las próximas elecciones presidenciales por su partido, era admirado por muchos y temido por otros. Pero nada pudo evitar lo que ocurrió después, y que cambiaría el destino de sus hijas para siempre…
Nathalie Suárez fue una ex reina de belleza, hija de una poderosa familia de comerciantes. Reconocida no solo por su belleza, sino también por su generosidad, dedicó gran parte de su vida pública a causas benéficas. Usaba su imagen para recaudar fondos y apoyar a diversas instituciones.
Ella y Juan Carmona conformaban una pareja que despertaba admiración: carismáticos, atractivos y profundamente comprometidos con causas sociales. Si bien Juan no era favorito para ganar las elecciones presidenciales, su imagen de honestidad, cercanía y vocación familiar le había ganado el respeto de muchos ciudadanos.
Sin embargo, pocos meses antes de los comicios, el país fue sacudido por una noticia devastadora. Juan Carmona y su esposa Nathalie fueron asesinados en un ataque armado mientras se desplazaban con sus escoltas. Milagrosamente, sus hijas, Natalia y Verónica, no iban con ellos aquella noche.
La tragedia conmovió al país. El joven candidato socialista y su esposa, la ex reina de belleza, se convirtieron en símbolos de una nación herida. La imagen de dos niñas huérfanas, privadas de sus padres por la violencia, caló profundo en la opinión pública.
Fue entonces cuando apareció Carmelo Carmona, hermano mayor de Juan. En los medios pedía justicia, declaraba su dolor por la pérdida, aseguraba que protegería a sus sobrinas como si fueran sus propias hijas y culpaba al gobierno central por la inseguridad. Se presentó como un tío abnegado, decidido a tomar el relevo de su hermano caído.
Pero detrás del discurso y las cámaras, la realidad era muy distinta.
Carmelo capitalizó la tragedia para lanzarse como figura de cambio. Usó la imagen de sus sobrinas con fines políticos, mostrando públicamente su supuesto rol de protector. Nadie imaginaba entonces el horror que Natalia y Verónica comenzaban a vivir en la casa de su tío, ni cuánto tiempo tardaría esa verdad en salir a la luz.
Como las elecciones ya estaban cerca y sus posibilidades eran escasas, Carmelo no se midió. Sabía que no ganaría en ese ciclo electoral, pero usó la campaña para posicionarse como una figura de oposición. Finalmente, ganó un candidato de derecha, y Carmelo se convirtió en un feroz crítico del gobierno. Desde su tribuna pública alimentaba el descontento popular… y tejía pacientemente su camino hacia el poder.
Para Natalia y Verónica, vivir con su tío fue como caer en una pesadilla sin despertar. Lo que desde fuera parecía un acto de compasión —acoger a las huérfanas del “mártir”—, por dentro era puro castigo. Carmelo nunca quiso a su hermano Juan, y descargó todo ese odio sobre las hijas que tanto se le parecían, en especial Natalia, cuyo rostro recordaba dolorosamente al de su padre.
Pocas personas lo notaron. Las niñas, antes alegres y llenas de vida, comenzaron a transformarse. Sus rostros se apagaron, sus gestos se volvieron cautelosos, tensos, como si vivieran midiendo cada palabra. Pero todos atribuyeron ese cambio al trauma de haber perdido a sus padres de forma tan violenta. Nadie imaginó que el verdadero infierno no había comenzado con el asesinato… sino con lo que vino después.
Y en ese silencio impuesto por el miedo, Carmelo construyó su impunidad.
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Comments
Keyza V.
Ya me gustó ✌✌✌
2022-09-07
1