En su último año de secundaria, ingresó un nuevo alumno que revolucionó el ambiente escolar. Se trataba de Armando Ramírez, el único heredero del periódico La Verdad, cuya línea editorial contradecía la ideología predominante en el colegio. Su llegada no fue bien recibida por muchos, ya que el partido del padre de Carmelo estaba en ascenso y este periódico siempre lo criticaba, convirtiendo la presencia de Armando en una espina para algunos.
Con 17 años, Armando conoció a Carmelo Carmona y Mireya Moncada. Aunque poseía una gran inteligencia, siempre causaba controversia debido a su conducta problemática. Esta era la tercera secundaria que Armando asistía y, al igual que Carmelo, fue castigado severamente por las autoridades debido a su actitud rebelde. Sin embargo, con el tiempo, ambos jóvenes se hicieron amigos.
—Nos encontramos de nuevo en este lugar —le dijo Armando a Carmelo.
—Sí, ya este se ha convertido en mi lugar favorito de la secundaria —respondió Carmelo sonriendo.
—¡Ustedes dos, hagan silencio y continúen con las caligrafías! —les reprendió el profesor que los vigilaba.
—¿Qué te tocó esta vez? —preguntó Armando con curiosidad.
—El Credo, 1,000 veces —respondió Carmelo con fastidio.
—Entonces estoy de suerte, porque me tocó escribirlo 500 veces —contestó Armando riéndose.
Aunque compartían rebeldía, sus vidas en casa eran opuestas. Al llegar a su hogar, Armando era recibido con amor y cuidado por sus padres, Manuel y Evangelina, quienes, ya mayores, dedicaron años a su vida laboral antes de tener hijos. Al ser su único descendiente, Armando siempre fue tratado con cariño, aunque esto lo hizo un poco malcriado.
A pesar de su actitud despreocupada, Armando era trabajador y colaboraba en el periódico familiar desde muy joven. Conocía a la perfección cada proceso y soñaba con ser periodista como sus padres. Manuel, un hombre sabio, insistía en que estudiara administración de empresas para ayudarle a manejar el negocio familiar, pero Armando se negaba, ya que las finanzas no le interesaban. Aun así, la diferencia de opiniones no interfería en la felicidad del ambiente familiar.
La vida de Armando contrastaba con la de Carmelo y Mireya, quienes provenían de familias disfuncionales. Desde su llegada al colegio, Armando llamó la atención de muchas chicas, especialmente de Mireya, quien, a pesar de su compromiso con Carmelo, no pudo evitar sentirse atraída por él.
—Hola, mi nombre es Mireya Moncada —le dijo con timidez.
—Es un gusto conocerte, Mireya. Mi nombre es Armando Ramírez —respondió él con una sonrisa.
Armando era un joven de piel morena y ojos negros, con cabello rizado que siempre llevaba corto. Sus rasgos físicos, definidos y armoniosos, destacaban junto con su altura y complexión delgada, producto de años de práctica en boxeo desde los trece años. Su actitud rebelde le llevaba a estar envuelto en peleas con frecuencia.
A pesar de las múltiples ocasiones en las que fue llamado a la dirección por su comportamiento, tanto Armando como Carmelo lograron culminar la secundaria sin mayores contratiempos y con excelentes promedios.
Para sorpresa de Carmelo, Armando fue elegido para dar el discurso de graduación, un honor que él deseaba intensamente. Carmelo siempre buscaba la aprobación de Rómulo, aunque su relación no había desarrollado una profunda amistad. Sin embargo, mantenían un trato cordial y de camaradería.
Mireya se sentía atraída por Armando, pero siempre se mantenía alejada, ya que no quería lastimar a Carmelo. Por su parte, Armando observaba a Mireya desde la distancia. A pesar de que le gustaba, respetaba que ella era la novia de Carmelo, a quien consideraba su amigo.
Durante ese tiempo, Rómulo comenzó a preparar el camino para que su hijo Juan se convirtiera en presidente del país. Sin embargo, desestimó el hecho de que Carmelo tenía mayor atractivo para los votantes. Rómulo siempre fue parcial hacia sus hijos, y esta preferencia alimentó el resentimiento de Carmelo, quien aparentaba no darle importancia, pero en realidad sí le afectaba. En secreto, comenzó a conspirar para sabotear la carrera de su hermano. Aunque Juan era muy capaz, su crianza como un chico sobreprotegido lo había privado de la malicia necesaria para destacar como político.
Armando admiraba mucho a Carmelo, aunque no compartía su ideología política. Carmelo, por su parte, se esforzaba para ocultar la oscuridad que llevaba dentro. Para Mireya, él era un joven marcado por las heridas de su terrible familia. Cuando Carmelo le propuso matrimonio al terminar la secundaria, Mireya se negó porque quería estudiar una carrera universitaria antes de casarse.
—Carmelo, aún somos muy jóvenes. Además, quiero estudiar en la universidad —le explicó Mireya.
—Tienes razón, Mireya. Vamos a esperar hasta terminar nuestros estudios universitarios —respondió Carmelo con paciencia.
Aunque amaba profundamente a Mireya, Carmelo también reconocía que eran demasiado jóvenes para casarse. Sin embargo, comenzó a sentir presión por parte de su padre.
—Papá, Mireya y yo hemos decidido casarnos cuando terminemos la universidad —le dijo Carmelo.
—Está bien, Carmelo. Espero que no lo arruines —le advirtió Rómulo.
Ambas familias estuvieron de acuerdo con la decisión de Carmelo y Mireya de esperar hasta obtener sus títulos universitarios para casarse. Carmelo ingresó a la facultad de ciencias políticas, mientras que Mireya optó por periodismo. Aunque estudiaban en la misma universidad, las facultades estaban lejos una de otra, lo que dificultaba que se vieran diariamente. Esta distancia les dio cierta libertad: Carmelo podía salir con otras mujeres sin ser descubierto, y Mireya estaba libre del control de su dominante novio.
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