Al abrir sus ojos lo primero y único que pudo ver fue una cabellera oscura, un rostro pálido con una expresión de tristeza, impotencia, terriblemente abrumado, como si una persona amada estuviera muriendo justo enfrente suyo, o peor aún, por su propia mano.
—Eres consciente de lo que le hiciste a Alicia ¿verdad? —no tenía la más mínima idea de lo que estaba sucediendo, así que por mero instinto quiso retroceder como método de escape solo para darse cuenta de que tenía las manos atadas entre sí, un palo se interponía en su camino impidiendo su paso, y, por ende, dejándola inmóvil— y ahora tratas de huir, cobarde.
Nunca le habían dicho cobarde, jamás lo fue, incluso las personas a su alrededor aceptaban el hecho de que decirle "cobarde" era una grave ofensa, como si le dijeras débil a un guerrero.—. ¿Yo? ¿Cobarde? —sin querer se le escapó una respuesta, se supone que iba a mejorar como persona una vez que creciera, aun así, sus palabras no se detuvieron—. Los cobardes son otros, atrapando a una inofensiva chica, amarrándola de las manos y encima haciéndose los duros frente a mí pese a que ni uno de ustedes se atreve a dar un paso al frente —ya no había vuelta atrás, si le estaban jugando una mala broma era mejor que se detuvieran.
Poco a poco su ira iba aumentando, cosa que era de esperarse, pues apenas despertaba ya estaba siendo amenazada y humillada en público, eso sin mencionar el hecho de que se necesitaron de varios chicos para retenerla ¿Y ella era la cobarde? ¡Tonterías!; a pesar de saber que los que estaban errados eran ellos, decidió calmar su mente pensando con claridad o al menos ver a su alrededor en busca de alguna pista, pero lo único que encontró fue una mirada profunda color naranja brillante acompañada de cabellos largos y lisos negros; la había visto antes, o al menos eso creía, su linda apariencia era algo llamativa y difícil de olvidar.
Hasta que por fin pudo recordar de dónde fue que la reconocía.
—Acaso... —se giró a uno de los chicos que estaban ahí— ¿Dijiste Alicia?
La sorpresa de la chica era algo nuevo, aunque fuera de querer o intentar comprenderla, se enfadaron con ella por hacerse la desentendida.
—Así que ahora quieres hacerte la inocente —un hermoso chico de cabellos azul oscuro era quien la estaba regañando en esa ocasión—. Erika, no puedo creer lo cínica que eres, me avergüenzo totalmente de alguna vez haberte considerado mi hermana menor.
No quería admitirlo pero escuchar esas palabras de un completo desconocido le habían dolido; sin embargo, una vez escuchó cómo la habían llamado comprendió la situación, en dónde se encontraba y cómo fue que ella terminó siendo la mala del cuento. Aún teniendo en mente lo que estaba ocurriendo, todavía tenía una duda en su mente.
—«¿Es esto posible? ¿Qué clase de pesadilla estoy viviendo?» Ser la maldita villana jamás estuvo en mis planes...
Una frase que no estaba en el guion de esa novela, por lo que evidentemente los presentes y el pueblo quedaron más que asombrados por lo que estaban viendo y escuchado ¿y si nunca fue la mala?
—Dices eso, pero... —ella era la famosa Alicia, la "heroína" de esa novela. Una hermosa joven con todo lo que cualquier otra chica quisiera tener: belleza, una figura envidiable, dinero, buena familia, buenos hermanos que la protegían siempre que ella lo necesitaba, poder social, el favor del Emperador, de sus hijos y hasta de su esposa; eso sin olvidar mencionar la cantidad de hombres atractivos y adinerados que habían caído ante sus encantos. Alicia también era conocida como: El Ángel.— pero tú... asesinaste a tus padres... no solamente eso, me has odiado desde que nos conocimos, no recuerdo una sola vez donde me dejaste en paz, fue... tan... doloroso para mí...
Por razones obvias empezó a llorar, no la iba a desmentir, Erika en serio la detestaba, la aborrecía a tal grado de querer hacer desaparecer a su familia sin importar el costo que eso le llevara, el tiempo ni el desprecio que pudiera ganarse a través de los años. No pasó mucho para que el pueblo y su harem empezaran a consolarla afirmando que ella no tenía la culpa de nada, era un ángel puro que merecía de todo menos maldad en su vida, y si bien en parte tenían razón, Alicia como todos tenía una faceta oscura que no quería mostrarle a nadie.
—También fue doloroso para mí —interrumpió el emotivo momento de la pelinegra ganando malas miradas—. Mírenme como quieran, estoy en mi lecho de muerte y quiero hablar. Te odio, como nadie jamás lo hará en la vida, hice cosas que fueron demasiado lejos hasta para mí, pero no eres una santa ¿Olvidaste cuando nos conocimos?, no parabas de decirme que te presentara a mi hermano porque deseabas a alguien atractivo en tu vida ¿Recuerdas cuando conociste a mis primos? ¿Acaso ya no recuerdas todas las mentiras que me dijiste de Oliver?, no me quieras echar toda la culpa, por ti estoy aquí, moriré joven, sin poder redimirme.
—¡Basta! —Alicia cubrió sus oídos desesperada.
—¡Nada de basta! ¡Sabes de lo que hablo, maldita perra! ¡Tú mataste a mis padres! ¡Me quitaste a mi hermano y aun así tienes el descaro de decir que todo fue obra mía! —se removió con fuerza lastimando sus muñecas haciendo que varios retrocedieran ante su amenazante aura— ¡¡Te odio por venir a arruinar mi vida cuando yo era feliz!!
—¡Erika, por favor, es suficiente! —esta vez no fue Alicia quien le suplicó que se detuviera, sino Oliver, su primer y último gran amor que terminó por traicionarla como todos los demás— ¡Si no te detienes me veré en la necesidad de disparar! —esa no era una amenaza, sino una advertencia, ya que había alzado el arma sin duda alguna.
A pesar de eso no se detuvo, continuó culpando de todo a Alicia, de sus enfermedades, de la muerte de sus padres, de que todos la odiaran, de que el reino se viniera abajo en un futuro, incluso de que los hijos del emperador murieran.
Para cualquiera eran gritos desesperados llenos de ironía, palabras sin sentido dichos por una mujer loca antes de morir queriendo desahogar su ira en sus últimos momentos; para todos eso era lo que proyectaba Erika, menos un espectador que le creyó cada palabra.
—¡Por qué me dices eso si yo no te hice nada!
—¡¡Porque te odio!! ¡¡Te odio desde el primer momento en que te vi, en que te presentaste y en cómo fuiste descrita!! ¡¡Ojalá fueras tú la que tomara mi lugar, Alicia!!
El siguiente sonido fue inconfundible, un disparo. Por unos breves instantes el lugar se quedó en silencio, donde la protagonista de ese entonces era observada con miedo, miedo que al cabo de unos segundos se convirtieron en satisfacción. Otro disparo.
La primera bala había dado justamente en su costado derecho, por la adrenalina no lo había sentido, pero en cuanto se calmó sintió un terrible ardor a un lado; cuando recibió el segundo disparo, el ardor del primero pasó a segundo término. El tercer, cuarto, quinto, sexto y séptimo disparo hacían que los anteriores se volvieran insignificantes.
La poca fuerza en sus piernas había desaparecido haciéndola caer de rodillas, cosa que causó que las heridas recibidas en el torso fueran aún más dolorosas de lo que se había imaginado, tal vez si resistía un poco podría sobrevivir, pero ese cuerpo estaba tan debilitado que solo era cuestión de minutos para que muriera desangrada; aún así, no se atrevió a agachar la mirada o verse lamentable, no porque quería ser rebelde hasta sus últimos momentos, sino por el orgullo de la dueña original de ese cuerpo.
Las miradas de aquellos en los que alguna vez confío estaban fijas en su persona ¿Era terror? ¿Arrepentimiento? No lo sabía, pero no le importaba.
—Por... qué... —después de todo el drama causado por Erika, por fin estaba hablando el primogénito del Emperador, y también, el ex prometido de Erika— ¿Por qué sigues luchando...?
—Porque soy Erika Dietrich... —pudo escuchar cómo se estaba preparando el arma para dar un último disparo— y una Dietrich siempre lucha hasta el final.
El gatillo sonó, esta vez siendo el disparo definitivo: una bala directo al corazón, el disparo que acabaría con su vida, su dolor y su maldad. Fue una muerte instantánea que la hizo caer de espalda en señal de que había perdido la vida.
Nadie lloró, nadie lo lamentó, nadie soltó ni la más pequeña lagrima aunque fuera por compromiso, nadie sintió pena o remordimiento a pesar de que en algún momento la quisieron, amaron e idolatraron tanto o más como Alicia. Celebraron su muerte como si todos sus problemas se hubieran acabado, la corrupción, según las palabras del pueblo, había terminado; la heroína era libre de estar con quien quisiera, por fin se había vengado la muerte de Alfons y Adeline Dietrich. Por fin la paz había vuelto al Imperio Hoffen.
O al menos eso se creyó.
No pasaron más de tres años para que las palabras de la difunta Erika Dietrich se volvieran verdad: Alicia destruyendo a la familia Imperial única y exclusivamente para que Ernst se volviera el Emperador ilegítimo que ese imperio no necesitaba. Uno a uno los miembros de la familia imperial fueron cayendo de la manera más dolorosa posible; aún sabiendo que la única culpable era Alicia, que ella decía libremente sus crímenes y no mostraba arrepentimiento alguno, todos creían que fue por una maldición ocasionada por Erika, la bruja que los maldijo.
Matthew, el cuarto hijo del difunto emperador, había logrado sobrevivir a base de engaños, de trabajar para el bajo mundo y de humillarse como antiguo príncipe siendo fiel esclavo y sirviente de los actuales emperadores. Matthew que fue el único que confió en Erika hasta el final, y ahora iba a vengarla.
—Erika Dietrich —tuvo el coraje de pronunciar ese nombre ante el actual emperador de Hoffen, Ernst Neumann—, señor mío. Yo sí confié en ella —se fue poniendo de pie sin dejarle nada de respeto a su Emperador, atreviéndose a verlo a los ojos sin su consentimiento y avanzando hacia su persona sin permiso alguno. Lleno de ira, coraje, odio, sed de venganza y sangre; desenvainó su espada apuntándola al cuello del hombre al que alguna vez le juró lealtad—. Ernst, yo recuperaré el trono por el honor de mi amada ¿Algunas últimas palabras?
—Extraño a mi hermana...
Sin una pizca de duda rebanó su cuello dándole una muerte instantánea a la vez que la corona caía. Sus movimientos no fueron improvisados, así que tomó la corona colocándola sobre su cabeza mientras un grupo de caballeros entraban a la sala imperial.
—Mi señor —uno de los caballeros se inclinó ante el joven de cabellos plateados—, hemos atrapado a la Emperatriz.
—Esa mujer no es, ni será, parte de la realeza —sacudió su espada pateando el cuerpo de Ernst para tomar su lugar— quise evitar la guerra, pero Alicia es demasiado astuta, lo admito, por un momento me acorraló. Encierren a Alicia, no olviden ponerle esposas de Holmium. A partir de ahora, el Emperador soy yo.
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