En el 2010, dos años después de su receso a su tiempo, Anastasia, lleva una vida muy tranquila. De su casa a la universidad, en dónde daba clases, y de ahí de regreso.
todo se moviliza cuando recibe un sobre proveniente de florida, firmado por su hermana, en tiempo presente. Ana se siente un poco extraña con este hecho, sumado a un accidente, por el cual, vuelve a viajar, Pero está vez a 1989.
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capitulo 10: CAFES AMARGOS
Capítulo 10 — Cafés Amargos
A pesar de las risas y murmullos que traspasaban las paredes, Anastasia trató de concentrarse en su trabajo. Cuando terminó, envió a sus asistentes al depósito con unas cajas de productos.
Al quedarse sola, su mente no dejaba de dar vueltas, y esas voces del otro lado no se callaban.
Tomó la carpeta, la colocó bajo el brazo y decidió salir por el pasillo. Justo cuando pasaba frente a la puerta de la sala contigua, una chica apareció empujando una mesita con café, té y pocillos en la estantería inferior. Se detuvo frente a ella.
—¡Por favor! ¿Podría llevarles estos cafés y tés? Es que acaba de llegar Susana Giménez y debo ir para allá —dijo la joven, y salió corriendo.
Ana se quedó desconcertada. La miró alejarse… luego miró la mesita.
Mierda.
Buscó con la mirada a sus asistentes, pero nada.
Respiró hondo, resignada, y empujó la mesita hasta la sala.
Golpeó la puerta.
—Pase —oyó la voz de Ralf.
—Permiso —dijo en español, entrando.
Automáticamente, Chris posó los ojos en ella. Ana intentó ignorarlo. En la sala había dos actores jóvenes mas y una actriz, todos argentinos.
—¿Qué haces acá, Ana? —preguntó Lucas.
—La chica no podía venir porque llegó Susana Giménez.
—¿Y eso qué tiene que ver? —preguntó Ralf.
—No lo sé… pero aquí tienen —respondió ella, empujando la mesa.
Sentía la mirada de Chris clavada en ella y solo quería huir.
—¿Quién servirá? —preguntó él, con malicia.
Todos lo miraron. El aire se volvió denso. Ana levantó la vista, incrédula.
—Ese no es su trabajo… —dijo Lucas.
—Podemos hacerlo nosotros —intervino Ralf.
—Pero todos estamos hablando… a menos que a la señorita le parezca un trabajo denigrante —continuó Chris, sin apartar la mirada.
Ana comprendió que sus intenciones no eran nada buenas.
—¡Chris! —exclamó Lucas.
—No… a diferencia de otros, a mí no se me caen los anillos por servir un café —replicó ella.
Y se quedó allí, sirviendo a todos, hasta que la reunión terminó.
Poco después, la joven de antes entró con otra mesa: pastelitos, champán y copas para brindar.
—¡Gracias por tu ayuda! Ahora me quedo yo —dijo la chica.
No sabía si por lo que había dicho Chris o por su propio orgullo herido, pero Ana no quiso irse.
—No, yo continúo.
—¿Segura?
Ana asintió, y la joven se marchó.
Se puso a abrir paquetes de masas finas y colocarlas en un plato, luego a preparar las copas. El grupo, ya más relajado, hablaba y reía de pie.
No notó que alguien se había parado junto a ella.
—No puedo creer encontrarte aquí —dijo Chris, de improviso.
Ana se sobresaltó y lo miró.
—Yo nunca te negué mi nacionalidad…
Chris sonrió, nervioso.
—Te fuiste sin decirme nada. ¿Sabes cómo me sentí?
—Te dejé una carta, Chris.
Él frunció el ceño.
—¿Crees que una simple carta era la solución? No puedo creer tu cinismo.
Ana sintió el calor subirle al rostro.
—¿Mi cinismo? ¿De verdad? ¿Quién se casa con su ex novia… con la que se suponía que no pasaba nada?
—¿Me lo estás reclamando? ¿Y qué se suponía que hiciera? ¡DESAPARECISTE, ANA, DESAPARECISTE! —gritó, atrayendo la atención de todos.
Ana no podía creer lo que estaba pasando.
—Sírvete solo —dijo, molesta, y salió del lugar.
Ese día, Anastasia llegó a la casa de sus abuelos de muy mal humor.
Evitó dar explicaciones: comió, se duchó y se fue a dormir. Ni siquiera a su tía le contó.
En los días siguientes, puso la mejor voluntad posible, aunque debía seguir viendo a Chris. Las pruebas de vestuario eran inevitables, pero se las arreglaba para que fueran sus asistentes quienes lo atendieran.
Así llegó el sábado. Su tía estaba en su cuarto, probándose ropa.
—Mirá, me voy a poner este buzo amplio, muy cómodo, con estos pantalones celestes, las chatitas y estas medias.
Ana observó el conjunto, ancho y poco favorecedor. Tal vez era la moda del momento, pero ella ya había vivido esa década y sabía que podía lucir mejor.
—Tía, yo creo que no es…
—¿No es qué?
—¿Por qué no usás un vestido?
—No tengo… además, hace frío.
—Es que no creo que sea conveniente para una fiesta…
—A lo mejor en tu época andan desnudas, pero acá…
—Tía… no andamos desnudas —respondió Ana, pensativa—. Ya sé a quién pedirle ayuda. Vení.
La tomó de la mano y se la llevó.
—¿A dónde vamos?
—Ya vas a ver.
Dos horas y media después, y tras dos colectivos, Ana y Yoli estaban revisando el placar de su hermana.
—No entiendo por qué tenés tanta ropa para no embarazada —dijo Ana.
—Porque este pequeñín nacerá acá y voy a necesitarla. Mi esposo no es tan famoso como para comprarme un armario nuevo.
—Cuántas cosas lindas, Val —comentó Yoli, mirando percha por percha.
—¿Esta es… la falda que usé para ir a ver a Cyndi Lauper? —preguntó Ana.
Val sonrió desde la cama.
—No pensarás que me iba a deshacer de tu ropa… era casi nueva. Es más, algunas cosas las uso.
—A ver, Ana —intervino Yoli, tomando la falda—. Es bonita.
Val se incorporó con dificultad y su hermana la ayudó.
—Vení frente al espejo —le dijo a Yoli, colocándole la falda—. Te quedaría hermosa.
—Se va a morir de frío, Val.
—Hermana, déjame a mí —la retó—. Con un suéter, una calza debajo y botas texanas… están de moda ahora.
—Pero no tengo…
—Yo sí…
—Yoli, soy más grande que vos. Mi cuerpo es más parecido al de ella.
—Pero tus pies son pequeños… Ana, alcanzá la caja de esa estantería.
Minutos después, Yoli se miraba al espejo con las botas, la falda y un suéter.
—Me gusta… aunque seguro me pondré una campera encima.
—Sí, sí, tía —dijo Val—. Y en ese cabello tan largo y hermoso como el de ustedes… aunque alguien se lo cortó.
—Todos me lo van a reprochar —replicó Ana.
Val rió.
—Como decía… tu hermoso cabello, tía, podrías sujetarlo con dos hebillas a un costado y listo.
Yoli sonrió, conmovida.
—Gracias por haber aparecido en mi vida —dijo.
Las dos sobrinas la abrazaron.