Ginevra es rechazada por su padre tras la muerte de su madre al darla a luz. Un año después, el hombre vuelve a casarse y tiene otra niña, la cual es la luz de sus ojos, mientras que Ginevra queda olvidada en las sombras, despreciada escuchando “las mujeres no sirven para la mafia”.
Al crecer, la joven pone los ojos donde no debe: en el mejor amigo de su padre, un hombre frío, calculador y ambicioso, que solo juega con ella y le quita lo más preciado que posee una mujer, para luego humillarla, comprometiéndose con su media hermana, esa misma noche, el padre nombra a su hija pequeña la heredera del imperio criminal familiar.
Destrozada y traicionada, ella decide irse por dos años para sanar y demostrarles a todos que no se necesita ser hombre para liderar una mafia. Pero en su camino conocerá a cuatro hombres dispuestos a hacer arder el mundo solo por ella, aunque ella ya no quiere amor, solo venganza, pasión y poder.
¿Está lista la mafia para arrodillarse ante una mujer?
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Primero
En el aeropuerto yace Ginevra. El lugar está lleno de gente que camina a toda velocidad. Rogelio está parado a su lado con una hermosa sonrisa, cálida como de costumbre. Acaricia su cabello y deja un beso en su cabeza mientras la mira de arriba abajo, detallando lo que lleva puesto.
Hoy viste un hermoso vestido negro sin mangas y con un escote corazón que se roba las miradas. Acentúa cada curva de su cuerpo y es por encima de la rodilla. Lleva unas medias panties de color negro que la hacen ver sensual y unas botas del mismo tono, hasta la rodilla, que la estilizan y le dan ese toque misterioso. Sobre sus hombros descansa un abrigo de cuero color camel, sofisticado, que le agrega elegancia y porte. Su cabello negro va suelto en ondas tan brillantes que el sol se refleja. Lleva un delineado felino que le hace ver la mirada misteriosa y cautivadora. Sus labios tienen un tono rojo fuerte que resalta su seguridad y contrasta con su piel, tan blanca como la nieve. Unos aretes descansan en sus orejas, dándole ese toque final que necesita.
—Estás preciosa, mi niña, y estás lista para completar tu destino. Ya lo sabes: necesitas poder, ve y encuéntralo —comenta, mirándola a sus bellos ojos gris azulados—. Me recuerdas tanto a tu madre… Era preciosa —continúa. Ella le sonríe y lo abraza, dándole un beso en la mejilla que reconforta a ambos.
—Cuídate mucho, papá. Haré que estés orgulloso de mí —le susurra, pero eso es imposible porque él no puede estar más satisfecho con ella.
—Ya lo estoy, pero estaré feliz de verte cobrar venganza —observa su teléfono y comenta—: Objetivo listo, ve y demuestra lo que sabes.
La joven asiente y se gira, batiendo su cabello. Camina con elegancia, arrastrando su maleta hasta la puerta de mbarque.
Después de ser revisada, va directo al avión. Busca con la mirada el asiento que ha calculado; al pasar, la mirada de todos cae en ella: su espalda recta, su mentón en alto. Será esa vibra de poder lo que atrae envidia y admiración.
Se sienta con la espalda recta, coloca los audífonos (que no enciende) y finge revisar su celular. Minutos más tarde, como ha calculado, un hombre muy guapo se sienta en el asiento contiguo. Es alto, de piel ligeramente bronceada, cabello negro y unos hermosos ojos grises. Gracias a su descripción que ha memorizado, lo ha estudiado durante meses. Ella sigue ignorándolo y se ríe al ver su celular, como quien se entera de algo importante.
No tarda mucho en que él la note. Se queda por un momento impactado y se pierde en esos hermosos ojos gris azulados; es como cuando en el cielo se entrelazan las nubes y queda ese tono magnífico.
—No sé por qué estás a mi lado si pedí estar solo, pero no me quejo de la compañía —murmura, con un leve destello coqueto. Ella lo ignora, aunque escucha cada palabra que dice, y sigue fingiendo escuchar música.
—Uy, creo que no fui el único que quería privacidad —aprieta la mandíbula cuando ella no lo mira.
El avión despega y ella se recuesta hacia un lado, cerrando los ojos. Una pequeña turbulencia la hace moverse y ella conecta sus ojos con los de él, aunque apenas acaba de verlo.
—Disculpe, caballero, no sabía que viajaría acompañada —habla en un inglés fluido. Usa un tono bajo y provocativo y humedece un poco su labio inferior. Lleva su vista a los ojos del hombre, luego baja a sus labios, para después simplemente regresar al celular.
—Sí, yo también pedí viajar sin compañía, pero créeme que no me molesta tenerte a mi lado —contesta en el mismo idioma, asumiendo que no habla ruso. Ginevra sonríe de labios y asiente. El hombre ya se está molestando porque no obtiene el efecto que suele causar en las mujeres.
—Si quiere, puedo cambiarme de asiento. Hay lugares disponibles —su propuesta lo hace apretar el puño y fruncir ligeramente el ceño.
—Vaya, ¿tanto te molesta mi compañía? —La voz del hombre es grave, de esas que hacen mojar las bragas de cualquier mujer, pero ella ni se inmuta; no está relajada, es simplemente un medio para un fin.
—No lo digo por usted. Con subirle el volumen a mis audífonos tengo suficiente —el ruso sonríe de lado y estrecha la mirada hacia ella.
—Me agradas. ¿Por qué mejor no disfrutamos del viaje? —Ella levanta una ceja, como sopesando su propuesta, y luego sube los hombros, demostrando que no tiene de otra.
—Bien, entonces dejaré de escuchar música —murmura seria, con un deje de molestia en la voz.
—Vaya, veo que eres de pocas palabras. Por tu acento, no eres rusa —ella levanta una ceja con ironía.
—Vaya que es muy perspicaz, señor. No, yo soy italiana —él se sorprende, abriendo los ojos con desmesura.
—Italiana… vaya, vaya… —su manera de decirlo hace que ella frunza el ceño.
—Es obvio que usted es ruso. No me diga que tiene cierta aversión hacia los italianos; eso sería muy retrógrado de su parte —ella sonríe, y él niega, divertido.
—Para nada, solo que hace mucho que no veía a una italiana tan hermosa —coquetea con descaro. Ella mueve su cabello con la mano y le regala una sonrisa ladeada.
—¿Y qué la trae a mi país? ¿Vino en modo turista? —inquiere el hombre de cabello oscuro y ojos hermosos.
—No, vine a Rusia a buscar alguna oportunidad de trabajo, aunque no creo que sea fácil porque no tengo mucha experiencia, solo una pasantía y un trabajo de algunos meses —le explica, ya más tranquila, conversando con naturalidad. El ruso levanta las cejas y una sonrisa casi imperceptible cruza su rostro.
—¿Y a qué te dedicas? Quizás pueda ayudarte con algo —la joven baja la mirada un momento y luego la sube, con algo de misterio.
—Estudié Economía y Gestión Empresarial, y me he especializado en eso —el hombre ensancha su sonrisa.
—Qué pequeño es el mundo... Justamente tengo una vacante para asesor financiero. ¿Te interesa? —el hombre suelta sin más.— Por cierto Aleksei Orlov, un placer. Ella grita en su cabeza de emoción porque el primero ha caído; al parecer, no deberá buscar a nadie más.
—Ginevra De Santis —extiende su mano y el solo roce la vuelve adictiva para él, aunque a ella no le afecta en lo absoluto.
Muchas bendiciones y sobre todo sanación a la nena.
Gracias por este capítulo a pesar de la situación actual de salud.
Abrazos
La familia es la prioridad.
Eso sí está novela es para mentes abiertas por algo la escritora lo resalta en el inicio, si no le gusta lo que está leyendo puede pasar de largo no es necesario que escriba algo que ya está albertido.
De resto como me gustan estos 4 Adonis