La cárcel más peligrosa no se mide en rejas ni barrotes, sino en sombras que susurran secretos. En un mundo donde nada es lo que parece, Bella Jackson está atrapada en una telaraña tejida por un hombre que todos conocen solo como “El Cuervo”.
Una figura oscura, implacable y marcada por un tormento que ni ella imagina.
Entre la verdad y la mentira, la sumisión y la venganza. Bella tendrá que caminar junto a su verdugo, desentrañando un misterio tan profundo como las alas negras que lo persiguen.
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X. Secretos.
–¿Q-qué haces en mi habitación? ¿Cómo entraste? –titubeó.
William deslizó una de sus manos hasta su muslo, su aliento cálido ventilaba sobre su rostro. Acarició lentamente su piel con la yema de los dedos, provocando en ella sensaciones que la desconcertaban por completo.
–Suéltame... –su voz sonó tan entrecortada, que ni siquiera se reconocía a sí misma.
–Muñeca, eres tan sensible... –ronroneó, acercando más sus labios.
–Por favor... –esta vez sentía sus dos manos recorriéndola.
–Dime que quieres esto. –Su tono sensual la envolvió, nublando por completo sus pensamientos.
–No... Esto no está bien. Yo... –posó sus manos contra su pecho, intentando alejarlo.
Su piel ardía, evidenciando el deseo que nacía en él.
–Tú eres mía –impuso, sin permitirle contestar.
Atrapó sus labios con una pasión salvaje. Él notó su falta de experiencia en la rigidez con que respondía a tanto desenfreno. La instó a abrir la boca mientras la apretaba contra su cuerpo, sintiendo sus senos restregarse sobre su pecho, maldiciendo la existencia de aquella tela que separaba sus cuerpos desnudos.
Bella gimió contra su boca, apenas podía creer lo que estaba pasando. La pasión de ese beso estaba a años luz de lo que podría haber imaginado entre un hombre y una mujer. Aquel primer beso que le robó había sido altanero, una simple demostración de poder ante ella. Sin embargo, esta vez era totalmente distinto.
Su cuerpo traicionero reaccionaba de forma instintiva, no se estaba oponiendo ni intentando detenerlo. Sus labios inexpertos estaban respondiendo a los suyos, cargados de un deseo abrasador. Sintió una descarga eléctrica recorrerle todo el cuerpo cuando él abrió más sus labios, introduciendo su lengua en busca de la suya.
Notó la creciente desesperación en él; todos sus músculos estaban tensos, sus manos buscaban con anhelo su piel. Sus besos eran más exigentes, como si quisiera devorarla.
Bella luchaba contra sí misma. Lo que estaba ocurriendo no estaba bien. Quiso apartarlo. No obstante, él atrapó sus manos, deteniendo cualquier movimiento, y con la otra profundizó más el beso, atrayéndola por la nuca.
Se sobresaltó cuando la puerta se abrió de repente.
–Bella, vengo a... –Arianna, al igual que ellos, se quedó atónita ante la situación. Su sorpresa pronto dio paso a una risa que apenas pudo contener–. Lo siento, no pensé que estarían ocupados. Mejor vengo en otro momento.
Bella quería cavar una tumba y enterrarse allí mismo. Jamás pensó que la encontrarían así. Ambos jadeaban con fuerza, respirando con dificultad.
–Sí. –La voz tajante de él demostraba lo irritado que estaba.
–N–No... –apenas podía hablar. Estaba mareada, seguramente roja por lo acalorada que se encontraba. Quiso levantarse, pero él no la soltaba–. William... –se removió contra él hasta que logró zafarse.
Se puso de pie más rápido que un rayo y acomodó su pijama, sin atreverse a mirar a nadie.
–¿No sabes tocar la puerta? –preguntó él, con el enfado marcado en la voz.
–No pensé que estarías aquí, cuñado. De ser así, yo misma les cerraba la puerta con llave para que nadie los molestara.
Bella lo vio suspirar pesadamente, imponente e intimidante. Su mirada se clavó en ella y se veía a leguas lo enojado que estaba.
–Te quiero lista en dos horas. Vendré a recogerte. Iremos a que te pruebes el vestido de novia –fue una orden, tajante, sin lugar a réplica.
–No iré a ningún sitio. –Estaba temblando, pero se llenó de valor para hacerle frente–. No voy a casarme contigo... ni seguiré aquí.
William la miró como un depredador paciente.
–Si no estás lista para ese entonces, te vestiré yo mismo... y te sacaré sobre mi hombro.
Salió de la habitación con un portazo seco, dejándola allí plantada, con la mirada fija en la puerta cerrada. Sabía que no mentía. Sería capaz de eso… y de mucho más.
Buscó desesperada a Arianna en cuanto comprendió la magnitud de lo que ocurriría si no lograba escapar.
–Arianna, te lo suplico –tomó sus manos con desesperación, los ojos empañados de lágrimas–. Ayúdame a escapar.
–Bella, cariño... –Arianna le apretó las manos con fuerza, intentando consolarla–. Aunque, no entiendo nada. Parecías... cómoda en sus brazos.
–No sé... explicarlo. ¡Lo odio! Pero...
–No sabes explicar lo que sientes porque nunca lo has sentido antes. –Sus ojos la atravesaron con suavidad–. Estás empezando a quererlo... ¿es eso?
–¡No! ¿Cómo puedes creer eso? ¡Él me secuestró!
–Sí, pero te defendió. Y hasta ahora no te ha maltratado... ni obligado a hacer algo que no quieras. ¿Estoy en lo correcto?
–Me obligó a besarlo.
–Y tú se lo permitiste.
Bella se cubrió la cara con las manos, devastada.
–Intenté detenerlo, pero... –sus ojos brillaron, quebrados–. Soy una tonta... nunca me habían besado así. Y no sé qué me pasó... Pero yo no siento nada por él.
–Ajá. –Arianna arqueó una ceja–. Perfecto. Si lo dices con tanta determinación... te creo.
–Arianna, hablo en serio.
–Bella, yo no puedo hacer nada. –La miró con pesar–. Solo puedo acompañarte en este proceso.
Con un suspiro resignado, Bella dejó caer sus hombros. Arianna la tomó con delicadeza y la condujo al sillón donde, hacía apenas unos minutos, la habían sorprendido enredada con aquel hombre oscuro. La hizo sentarse y se arrodilló frente a ella, casi a su altura.
–Bella, considérame como una hermana. –Acarició su mejilla con ternura–. Soy mayor que tú, perfectamente podría serlo. De hecho, tengo una hermanita... debería tener tu edad ahora mismo.
–¿Debería? Está... –Bella no se atrevió a terminar la frase.
–La secuestraron, cielo. La sigo buscando hasta el día de hoy. –La aflicción se reflejó con crudeza en sus ojos, y Bella sintió su dolor como propio–. ¿Y sabes quién me ha estado apoyando, quién me ha ayudado en esa búsqueda incansable? –Bella negó con la cabeza–. William. –Su sonrisa suave contrastó con la sorpresa en los ojos de la muchacha–. Ese hombre temible, salvaje... tiene un corazón que parece de acero, pero en el fondo es más noble de lo que imaginas.
Bella se llevó las manos al rostro, suspirando. Todo era tan confuso. Había visto destellos de esa otra faceta: cuando la revisó con cuidado, cuando sus palabras de deseo temblaron vulnerables en sus labios. No siempre era un animal... a veces, dejaba entrever un lado oculto.
–Pero... –Bella suspiró pesadamente–. ¿Por qué secuestrarme? Si quería enamorarme, podía hacerlo de otra manera más... cotidiana.
El silencio de Arianna fue revelador. Sabía demasiado. Tragaba secretos uno tras otro, como si fueran brasas que quemaban en su garganta.
–Es complicado, Bella.
–No me vas a decir nada más... –la miró suplicante. El silencio era un golpe seco en medio de la tensión que llenaba el aire–. Me dices que es un buen hombre, ¿verdad? –Arianna asintió–. Pero tampoco puedes negar que está lleno de secretos... ¿también es cierto? –El nuevo silencio fue otra afirmación. Bella sintió que el corazón se le detenía–. Secretos que... ¿tienen que ver conmigo?
Arianna apretó con fuerza sus manos, su mirada transparente y dolorosa, pero sin palabras.
–Descúbrelo, Bella. Quédate. Estoy segura de que si lo haces... no te arrepentirás. Quizá lo que dejaste atrás, viniendo aquí... no sea lo mejor para ti.
–Hablas de mi famil...
La cortó de inmediato, estrujando sus manos con fuerza.
–Quédate. ¿Sí?
–Pero tendría que casarme con él... –tragó saliva, buscando su mirada–. Yo...
–Piénsalo. Tómate el tiempo que haga falta. Tu estancia aquí no será en vano. –Se puso de pie, y con delicadeza llevó una mano al rostro de Bella, acariciando sus facciones como lo haría una madre a su hija–. Todo se descubre, tarde o temprano.