Oliver Hayes acaba de ser despedido. Con una madre enferma y deudas que lo ahogan, traza un plan para sobrevivir mientras encuentra un nuevo empleo.
Cuando una aplicación le sugiere un puesto disponible, no puede creer su suerte: el trabajo consiste en ser el asistente personal de Xavier Belmont, el hombre que ha sido su amor secreto durante años.
Decidido a aprovechar la oportunidad —y a estar cerca de él—, Oliver acude a la entrevista sin imaginar que aquel empleo esconde condiciones inesperadas... y que poner su corazón en juego podría ser el precio más alto a pagar.
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📌 Relación entre hombres
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Capítulo 09. Nada malo podía pasar.
Después de terminar de organizar los archivos, tal como Johan le había indicado, Oliver se permitió un pequeño respiro. Se acomodó en la silla, se estiró ligeramente los hombros y tomó la agenda electrónica de Xavier, curioso por comprender mejor el ritmo de vida del hombre para quien trabajaría.
La abrió con cuidado, como si se tratase de un objeto delicado, y se encontró con un mar de compromisos meticulosamente ordenados.
Xavier Belmont era, sin lugar a dudas, un hombre ocupado. Reuniones con ejecutivos de marcas internacionales, almuerzos con empresarios de renombre, invitaciones a cócteles exclusivos, recepciones privadas organizadas por la élite económica y social del país... Todo estaba agendado con precisión casi quirúrgica. La mayoría de los nombres eran reconocibles incluso para alguien como Oliver, que no solía moverse en ese tipo de círculos. Algunos le resultaban vagamente familiares por haberlos visto en revistas de negocios o en las noticias.
Pero lo que más llamó su atención no fueron los eventos en sí, sino las anotaciones junto a ellos.
Había varias citas con mujeres: modelos, herederas, influencers. Todas figuraban en color rojo.
Canceladas. Ignoradas. Rechazadas.
Una sonrisa involuntaria apareció en sus labios.
No podía evitarlo. Por más que intentara mantenerse profesional, una parte de él —la más vulnerable y humana— se sentía aliviada. Por ahora, no tendría que ver a Xavier actuando de manera cariñosa con ninguna mujer.
Y aunque llevaba tiempo tratando de aceptar que el hombre al que amaba podía estar con quien quisiera, la sola idea de imaginarlo tocando a alguien más aún le resultaba tan incómoda como una espina clavada bajo la piel.
Suspiró y desvió la mirada, obligándose a no dejarse llevar por sus emociones.
Volvió la atención a la agenda y descubrió una sección adicional: una lista de contactos importantes. No solo estaban los nombres y cargos de empresarios, políticos y figuras de poder, sino también pequeñas notas anexas. Eran observaciones personales, breves pero reveladoras. Algunas decían “neutral”, otras “aliado estratégico”. Pero lo que más sorprendió a Oliver fue la cantidad de nombres acompañados de descripciones como “resentido”, “envidioso”, “peligroso” o “desleal”.
Frunció el ceño.
Muchos de esos hombres parecían guardar cierto rencor hacia Xavier, a juzgar por las anotaciones. Y eso le molestó.
—Envidia —murmuró para sí, sin contenerse—. Eso es lo que sienten todos ustedes.
En su mente, la defensa fue inmediata.
«Claro que lo odian. Es joven, inteligente, exitoso y… endemoniadamente atractivo. Puede tener lo que quiera, a quien quiera, con solo un chasquido de sus dedos. No como ustedes, viejos gordos, fracasados y amargados. No pueden ni soñar con tener lo que él tiene».
Se dio cuenta de que estaba apretando la agenda entre sus manos y respiró hondo, tratando de calmarse.
Sabía que a Xavier le importaban poco o nada las opiniones de los demás. Su estilo de liderazgo y su personalidad dominante no dejaban espacio para inseguridades. Pero aun así, a Oliver le costaba ver cómo lo juzgaban, cómo intentaban desacreditarlo en artículos de opinión, en entrevistas y hasta en foros de internet.
Él siempre lo había defendido.
Sin conocerlo verdaderamente, sin haber cruzado jamás una palabra con él en el pasado, Oliver siempre lo había defendido con la misma pasión con la que lo había observado durante años.
Porque Xavier, con aquel gesto silencioso en la preparatoria, aquel día en que lo había salvado del acoso sin decir una sola palabra, se había convertido para él en algo más que un simple referente empresarial.
Era su héroe.
Su salvador.
«Él me protegió sin conocerme, sin pedirme nada a cambio… ¿cómo no voy a confiar en él ahora?»
Acarició con el pulgar la pantalla de la agenda, como si ese simple contacto pudiera acercarlo, aunque fuera un poco, al mundo de Xavier.
Sí, todo parecía un poco extraño. Las instrucciones vagas, el secretismo... incluso Johan parecía saber más de lo que decía.
Pero Oliver no iba a dejarse llevar por sospechas sin fundamento.
No cuando estaba tan cerca de la única persona que había dejado una marca imborrable en su vida.
—Confío en ti —susurró, casi en voz inaudible, mirando con una sonrisa a Xavier, quien se encontraba en una llamada.
Y lo hacía. A pesar de todo, aún creía que, estando al lado de Xavier Belmont, nada realmente malo podía pasar.
...—————...
Óliver miró su reloj. Las agujas marcaban las 9:17 de la noche. Suspiró con suavidad y desvió la mirada hacia el pasillo principal, más allá del vidrio esmerilado. Las luces exteriores del piso se habían apagado hacía ya más de dos horas. La única fuente de iluminación era la tenue luz cálida que colgaba sobre su escritorio y la ciudad que brillaba a través de los ventanales.
Había leído la agenda electrónica de Xavier al menos cinco veces. Había ordenado y revisado los archivos, vuelto a colocarlos por orden alfabético, luego por fecha y luego de nuevo por prioridad, buscando desesperadamente algo más que hacer. El silencio de la oficina comenzaba a sentirse denso, como una sábana húmeda que se pegaba al cuerpo. Inquieto, se puso de pie y se acercó a la ventana para estirar las piernas y airear la mente.
Desde el piso veinte —el último del edificio— la vista era simplemente sobrecogedora. Las luces de la ciudad se extendían como una constelación viva, vibrante, un mapa brillante de infinitas posibilidades. Los autos eran diminutos puntos móviles y las personas, sombras entre edificios de cristal. La brisa del aire acondicionado era lo único que rompía el letargo.
Por un momento, Oliver sintió una punzada de incredulidad.
Nunca, ni en sus más osados sueños adolescentes, habría imaginado que un día estaría en ese lugar. Y mucho menos que compartiría techo con Xavier Belmont.
Una sonrisa se dibujó sin esfuerzo en su rostro, suave y casi infantil.
No era una sonrisa de satisfacción profesional. Era una sonrisa íntima, emocionada, como la de un niño que ve de cerca aquello que siempre estuvo lejos, inalcanzable.
Entonces, la voz grave y autoritaria de Xavier quebró la quietud:
—Vamos.
Óliver se giró bruscamente. Su corazón dio un pequeño vuelco. Xavier estaba allí, a solo unos pasos de él, observándolo con su expresión imperturbable.
El tenue reflejo de las luces de la ciudad iluminaba sus ojos ámbar, haciéndolos brillar como si llevaran fuego líquido. Su rostro, esculpido con precisión casi irreal, parecía aún más perfecto bajo la penumbra.
Y su aroma…
Dios. Ese aroma.
Era ese perfume inconfundible que mezclaba elegancia y peligro, un aroma que Oliver asociaba a deseo, a misterio… y a protección. Era el mismo aroma que recordaba de aquella tarde en el bachillerato, cuando Xavier lo había salvado del bullying con una sola mirada intimidante hacia los agresores. No le había dirigido una palabra. No había necesitado hacerlo.
Desde entonces, él se había convertido en su ideal, en su referente silencioso, en su amor platónico.
Y ahora lo tenía tan cerca, que podía escuchar su respiración.
Su garganta se secó y su corazón empezó a latir con fuerza descontrolada. No era miedo. Era emoción pura, destilada, irreprimible.
Definitivamente estaba enamorado de ese hombre.
—¿Qué esperas? —repitió Xavier con frialdad, arqueando una ceja, su tono tan firme que lo obligó a despertar de inmediato de su ensoñación.
—Oh... sí, sí, lo siento —respondió de inmediato, con torpeza. Caminó rápido hacia su escritorio, recogió su abrigo, el móvil y la agenda electrónica. Sentía el calor en sus mejillas, como si sus pensamientos hubieran sido expuestos.
Mientras caminaba junto a Xavier hacia el ascensor privado al fondo del pasillo, solo una cosa ocupaba su mente:
Había llegado el momento. El momento en que Xavier le revelaría cuál era su verdadero trabajo.
Y aunque una parte de él sentía una inquietud creciente, otra —la más ilusa y romántica— se aferraba a una sola certeza:
Estando a su lado, nada malo podía pasar.