El sueño de Marcela Smith es convertirse en campeona de Fórmula Uno, sin embargo deberá lidiar contra una mafia de apuestas ilegales, sin escrúpulos, capaz de asesinar con tal de consumar sus pérfidos planes de obtener dinero fácil y que no querrán verla convertida en la mejor del mundo. Marcela enfrentará todo tipo de riesgos y será perseguida por los sicarios vinculados a esa mafia para evitar que cristalice sus ilusiones de ser la reina de las pistas. Paralelamente, Marcela enfrentará los celos de los otros pilotos, sobre todo del astro mundial Jeremy Brown quien intentará evitar que ella le gane y demuestra que es mejor que él, desatándose toda suerte de enfrentamientos dentro y fuera de los autódromos. Marcela no solo rivalizará con mafias y pilotos celosos de su pericia, sino lidiará hasta con su propio novio, que se opone a que ella se convierta en piloto. Y además se suscitará un peculiar triángulo amoroso en el que Marcela no sabrá a quién elegir par a compartir su corazón. Mucho amor, romance, acción, aventura, riesgo, peligros, misterios, crímenes sin resolver, mafias y desventuras se suman en ésta novela fácil de leer que atrapará al lector de principio a fin. ¿Logrará Marcela cumplir su sueño?
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Capítulo 9
El bólido rugió igual a un trueno y tomó la curva convertido en un rayo, sacando chispas al asfalto, alzando vuelo incluso, quebrando la barrera del sonido y surcando el espacio convertido en un meteorito. Paul Dobias quedó boquiabierto viendo la forma cómo el piloto había domado el giro con habilidad y pericia, desafiando, incluso la gravedad y quedó maravillado cuando pasó frente a él parecido a una centella, destellando y lanzando fulgures.
-Maravilloso, maravilloso-, estaba admirado, atónito, perplejo, viendo la pericia del piloto en el timón, dominando las curvas con autoridad, sin derrapar como si se desplazara sobre rieles.
-Es hábil-, masticaba su cigarro Jerry Irons arremolinado en su butaca. También estaba sorprendido por la forma cómo el bólido iba por las pistas cada vez a más velocidad, serpenteando las curvas y devorando las rectas, sin ningún problema, igual a un dibujo perfecto.
-¿Quién ese tipo? ¿Douglas, McCarthy, Espinosa o Mannix?-, intentó adivinar Dobias. A Irons le dio risa. -Es una chica, se llama Smith, Marcela Smith-, revisó Jerry en su móvil,
- ¿Una chica? ¿Marcela Smith?-, descolgó la quijada Dobias sin darle crédito a lo que le decía Irons.
-Ajá, está probando los nuevos motores que ha incorporado Bill a su escudería, ella ya lleva dos meses aquí, Matthias la contrató como piloto de pruebas, él me lo dijo-, cronometraba Irons los tiempos del bólido. -Maldición, un minuto-, desorbitó luego los ojos Jerry cuando el auto surcó frente a él, quebrando y haciendo añicos otra vez la barrera del sonido.
Dobias apuntó el nombre en su móvil y le dijo a Jerry que tenía cosas qué hacer. Irons asintió y se quedó aún en las butacas cronometrando los tiempos. -Es fantástica-, no dejaba de decir admirado Dobias, mientras se iba por los pasadizos del autódromo, haciendo brillar sus ojos.
*****
¡¡¡Largada!!!
El Gran Premio de Jordania de Fórmula Dos acaparaba la atención mundial. La inminente consagración de Rudolph Wolf imantaba los ojos de todos los aficionados de las altas velocidades, un piloto joven, atrevido, audaz y valiente que había destronado a los grandes favoritos James Harrison y Jeff Gooldrich. Los triunfos de Wolf en las otras competencias habían sido por una abrumadora ventaja y el público se rendía a su pericia y a su audacia, superando a sus contrincantes con maniobras muy intrépidas que ponían la carne de gallina a todos los espectadores.
Wolf como era previsible, tomó la delantera de inmediato y pisando el acelerador a fondo, dejó relegados a los demás competidores, avanzando en forma rauda hacia la meta, lo que le permitiría consagrarse como el nuevo campeón del mundo de la Fórmula Dos.
El público puesto de pie lo aclamaba y lo ovacionaba y se rendía a su pericia y audacia mientras devoraba la pista con destreza, dando las curvas con mucha habilidad y relegando a sus contrincantes que poco o nada podían hacer para aminorar las distancias.
-Wolf demuestra su calidad en el timón, es un piloto muy hábil, con muchos recursos y cuenta con un bólido insuperable-, decían los periodistas admirados, transmitiendo para todo el planeta, las incidencias del Gran Premio de Jordania, rendidos por la forma cómo Wolf se dirigía, raudo hacia la meta, imponiendo incluso un nuevo primado, convirtiéndose en el inexorable nuevo rey de las pistas.
Harrison iba detrás y le era difícil darle caza a Wolf. La ventaja era considerable y a Harrison no le quedaba más que resignarse al sub campeonato. En cambio Jeff Gooldrich remataba una pésima temporada, ubicándose en el tercer lugar muy distante de Wolf y de Harrison que lo habían superado con amplitud a lo largo del año. Los almanaques le pasaban factura al experimentado piloto, otrora capeón e indiscutible rey de las pistas, ahora humillado por esos dos jóvenes y neófitos pilotos.
-¡¡¡Última curva, señores!!!-, anunciaron por los parlantes del autódromo y el público puesto de pie, tributó una colosal ovación y multitudinaria aclamación a Wolf aproximándose a todo vapor hacia la meta, consagrándose en campeón de la temporada de la exigente Fórmula Dos, el último peldaño antes de alcanzar la categoría grande del automovilismo mundial, la Fórmula Uno.
Wolf, sabiéndose inmensamente superior, sin rivales en las pistas, ratificando su supremacía en el autódromo de Jordania, fue saludando al público puesto de pie, vivando su nombre, agradeciéndoles con un brazo en alto, emocionado, además, por su consagración luego de un año magnífico, de grandes triunfos, colosales epopeyas y victorias rutilantes. La consumación de sus sueños de convertirse en el nuevo amo de las pistas ya estaba sentenciado. A la distancia observó la bandera cuadros agitándose, esperando su paso por la línea de sentencia para su definitiva proclamación.
Y fue en ese momento, cuando faltaban tan solo trescientos metros para cruzar la meta, que el bólido de Rudolph Wolf reventó en un millón de pedazos, haciéndose añicos, incendiándose y calcinándose al instante, dejando pasmados, incrédulos y boquiabiertos a todos los espectadores que ya proclamaban al nuevo campeón de la Fórmula Dos.
Harrison, que venía detrás no pudo evitar las intensas llamas que envolvían el bólido de Wolf, se incendió también y sin poder detener la máquina, fue a estrellarse contra una pared de contención, reventando igualmente, como un gran globo.
Las autoridades suspendieron de inmediato la carrera por la gran tragedia, sin embargo para las apuestas, la victoria había sido de Jeff Gooldirch que estaba ubicado en la tercera posición del Gran Premio de Jordania.
En medio de los gritos aterrados, la vocinglería, el caos y el pánico, alguien que se mantenía inmutable, arremolinado en su butaca, viendo el apuro de las ambulancia y los bomberos en la pista de carrera, una nube de mecánicas yendo y viniendo para rescatar a los pilotos calcinados, recibió una llamada a su móvil. -¿Aló?-, preguntó indiferente, chasqueando la boca.
-Buen trabajo-, dijo alguien y el tipo que seguía imperturbable en su asiento, lo único que hizo fue reír a carcajadas.