Ella siempre fue un experimento y nunca había visto el mundo exterior. Cuando al fin la dejaron salir, experimentó de primera mano la complejidad de los humanos y sobre todo, la vida en sí misma, salpicada de melodias alegres y tragicas.
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Capítulo 8
Después de otra explosión de mente de Alice y de haber tomado una ducha, ahora se encontraba en condiciones para continuar con el entrenamiento. No pudo evitar que una creciente emoción desconocida se instalara en su pecho. Era casi como tener taquicardia, pero estaba segura que no era ningún problema de salud o el collar habría emitido una advertencia. Aun así, no podía dejar de sentir que su pecho retumbaba con el latido de su corazón, incluso, tuvo casi la imperiosa necesidad de poner su mano en su pecho para intentar aliviar esa sensación cosquilleante.
Al llegar al fin al centro y ver a muchas personas luchando, se sintió de nuevo en otro mundo. Siempre entrenó con robots de combate y jamás con personas, porque según los científicos, con su fuerza abrumadora los mataría con un solo leve golpe.
Miró su mano y la apretó. Se preguntaba si esa afirmación era real. Nunca logró pulverizar a los robots de entrenamiento, pero sí los dejaba abollados o mutilados. No sabría comparar la fuerza de sus golpes.
Una mano en su hombro la sacó de sus pensamientos, con el instinto de derribar, pero logró contenerse al escuchar la voz de su tío Adonai.
-Bien, bien, bien. Ahora veamos de qué está hecha.
-Soy… una combinación de genes humanos y de personas infectadas con el virus Delta…
-No, no – el tío Adonai sonrió con cierta pena – Yo me refiero a algo metafórico... sobre tus capacidades de combate…
-Oh. Me falta estudiar expresiones figuradas.
-Eso lo veremos después. Hay ciertas películas que podrían ayudar. De todas formas, ponte en medio del piso – el rostro sonriente de su tío se volvió serio – Yo seré el juez de tu desempeño.
Alice parpadeó.
-¿Lucharás conmigo?
-Sí – asintió serio mientras envolvía sus manos con vendas – Soy el encargado de entrenar a nuevos reclutas y siempre verifico sus bases para poder mejorarlos.
-Pero – Alice dudó – No sé cuánta fuerza puedo usar.
-Toda la que requieras.
-Los investigadores dijeron que mi fuerza podría matar a una persona de noventa kilos.
El tío Adonai sonrió con cierta burla.
-Ya dije que eso lo juzgaré yo. Ahora, ponte las vendas y estira los músculos.
Alice obedeció ya sin dudar de usar toda su fuerza. Por otro lado, Ryan estaba un poco preocupado.
Aunque había leído los informes de su educación en el centro de investigación, no recordaba sobre su entrenamiento físico. Solo que la habían entrenado.
Apretó un botón de su SIA para buscar las palabras claves de su fuerza y se sorprendió que ella podía derribar a un ser vivo de hasta ciento veinte kilos de un solo golpe. No era mentira lo que estaba diciendo. Entonces corrió hacia esos dos. Si Alice le daba un golpe certero a Alexander, podría matarlo de verdad.
-¡Paren!
Demasiado tarde.
Un estruendo sonó por todo el gimnasio, haciendo que todos los que entrenaban en otras salas miraran hacia la conmoción.
Rayan miró con horror el polvo esparcido en el gimnasio, y entre el humo pudo vislumbrar que Alexander estaba bien. Estaba sobre Joe, mientras que Alice estaba en medio del enorme cráter que había hecho solo con un golpe.
-¡Están bien!
-Sí – respondió Alexander con los ojos abiertos llenos de incredulidad – Creo que sí.
Tocó por todo su cuerpo y se desplomó al notar que no le faltaba nada. Pronto cayó al suelo, cuando Joe lo empujó de encima. Lo miró y le dio un abrazo que el mismo Joe rechazó con vehemencia.
-¡Amigo, gracias! ¡Hubiera muerto!
Alice miró el desastre creado por ella y sintió cierta sensación de malestar ante las palabras de su tío Adonai.
-Alice, ¿estás bien?
-Um – miró en dirección de Ryan, bueno de Roger – Sí, solo… en… en el centro de investigación, nunca había sucedido algo así.
-Está bien, no es tu culpa – Ryan intentó sonar lo más comprensible posible – Alexander… Adonai no sabe escuchar. Le advertiste y no te creyó. Se merece el escarmiento.
-¿De verdad?
Alice preguntó más que nada porque por primera vez se sintió asustada de sus poderes. Sabía que no era como los humanos normales, que tenía fuerza sobrehumana, poderes psíquicos muy avanzados, pero no lo entendía del todo.
Este suceso le había abierto los ojos de una manera que le hiso depositar una ligera duda en su interior. Exactamente, para qué y por qué fue creada.
-Sí – la respuesta de su nuevo padre la hizo mirarlo – No es tu culpa ser fuerte. De hecho es una de tus tantas características. Nada de lo que tienes es malo.
Alice solo asintió. Pronto sintió un ligero zumbido en su cabeza y oído, haciéndola salir de su estupor, llenándola de cautela.
-Roger… Roger…
-¿Qué pasa?
-La… la anomalía…
-¿Anomalía?
Alice cerró los ojos y la respiración se le aceleró. Intentaba mantener la compostura pero el dolor empezaba a taladrarle hasta los pensamientos.
-Mi cabeza – se llevó una mano a la frente – Duele…
Ryan entonces entendió. Sabía que era una de las anomalías de usar en extremo sus poderes. ¿Cuánta fuerza uso en solo ese golpe? Ahora, las funciones cerebrales le pasaban factura. No tuvo más remedio que comandar el collar y darle una descarga para dejarla inconsciente.
-Lo siento Alice. Esto dolerá un momento.
-Está bien. Estoy acostumbrada.
Pronto, Ryan activó el comando de electrochoque con cierta amargura y Alice cayó en su brazo inconsciente.
Alexander y Joe se acercaron cuando vieron a Alice desmayada. Sin darle a nadie oportunidad de nada, comandó que todos dejaran el entrenamiento y regresaran a la cabaña.
En el auto, el silencio tenso reinó mientras Alexander se removía en su asiento y echaba miradas furtivas a Alice quien yacía desmayada en la parte trasera del auto.
-Lo siento yo…
Joe le sujetó el hombro y negó.
Alexander comprendió que no era el momento de las disculpas, y que tendría problemas con Ryan quien parecía extremadamente molesto.