Me Enamoré, Del Despiadado CEO

Capítulo ocho

El doctor la cargó hasta llevarla a su nuevo cuarto. ¿Cómo era posible que Marco la tuviera en esa pequeña habitación en la que apenas entraba la muchacha y una cama? Sobre todo, teniendo tantas habitaciones enormes en la casa. Trató de no pensar en eso o no podría ocuparse de ella apropiadamente. Sin embargo, encontraría la manera de hablar con él. No permitiría que Marco torturara a su esposa solo por no haber deseado casarse con ella. Emilia estaba tan vulnerable en sus brazos que deseó llevársela con él.

—No pasa nada. Aquí estoy —dijo él al notar que Emilia había empezado a llorar.

Una muchacha tan amable como ella debía vivir momentos tan tortuosos. Inclusos después de casarse con alguien como Marco. Los estudios revelaban que la chica había sufrido principio de desnutrición en varias etapas de su vida. También tenía pocas posibilidades de llevar un hijo en su vientre en ese estado. Algo que seguramente sería una razón por la cual Marco pudiera divorciarse de ella. Esa información la había ocultado. Primero trataría de saber si ella deseaba apartarse del señor Echeverría. Ya que no estaba seguro de que el futuro de la muchacha mejorara significativamente si volvía con su familia. Una vez que Emilia vio la nueva habitación volvió en sí.

—¿Qué ocurrió? —preguntó la muchacha avergonzada, al notar que tantas personas estaban a su alrededor?

—Hubo una tormenta. ¿Le tienes miedo a las tormentas o a la oscuridad? —preguntó el médico a Emilia.

—No lo sé —dijo ella con completa sinceridad. La realidad era que no recordaba nada de lo que ocurría cuando pasaba por eso. Por lo cual desconocía su comportamiento en dichas situaciones.

—Está bien, no te preocupes. Si te vuelve a ocurrir, mejor dicho, sí sientes que está por oscurecer o va a haber una tormenta, voy a pedirte que tomes este medicamento. Te ayudará a relajarte y así podremos saber qué es lo que verdaderamente te causa miedo. Mientras tanto no quiero que duermas más en una habitación tan pequeña, porque así sentirás el sofoco cuando entres en pánico —explicó el doctor Donéis.

Ella iba a reclamar la decisión del médico de cambiarla de dormitorio, aunque se dio cuenta de que si lo hacía dejaría en evidencia que su esposo la había obligado a dormir en ese pequeño lugar. Pero, él notó lo desconforme que ella parecía.

—Emilia te aseguro que te sentirás mejor en esta habitación —dijo mirando a la muchacha con cariño. Después se dirigió a Federico—. Si hay algún problema con la disposición que he tomado dígale a su jefe que me llame.

—Seguiremos las indicaciones que usted dio al pie de la letra —dijo este y miró a Emilia para que ella no siguiera quejándose.

El otro problema que tenía el cuarto era que estaba al lado del de Marco. Lo que volvía a Emilia más temerosa de encontrárselo y de que este descargará su enojo con ella cuando discutieran por algo. Aun así, no se quejó ni dijo nada. El doctor Donéis le aseguró que se sentiría mejor y le recordó que debía verlo el viernes en la consulta médica. Ella agradeció lo que había hecho, y después de que todos salieran de su cuarto se recostó para tratar de dormir.

Pensando en cómo había logrado volver a hablar, recordó a Marco, había sido su salvador. Y ella estaba muy agradecida por eso, sin él sus días hubieran seguido siendo oscuros y silenciosos. Por lo que creyó que debía seguir dándole una oportunidad, apenas se habían reencontrado hacía unos días. Y aunque no la quería había tenido un par de gestos agradables con ella, tal vez era eso lo que le faltaba, tiempo. Emilia se mentía a sí misma por no perder esa ilusión, de ese sentimiento que le había provocado calor y felicidad en un momento tan difícil para ella como lo fue perder a su madre.

Al otro día, Emilia se levantó algo somnolienta. Después de sentarse a desayunar sola en esa enorme mesa de comedor, fría y elegante, notó que sobre ella. Al lado de su desayuno había una caja negra. Había recibido un móvil, regalo de su esposo. En el cual estaba agendado el número del mayordomo.

—El señor quiere que me notifique cuando salga. Sobre todo, si no sabe a la hora que va a volver —dijo este de manera formal, para luego sonreír—. ¿Cómo se siente hoy?

—Bien, gracias por preguntar. Lamento mucho lo que pasó anoche. No recordaba que me pasaba eso —dijo ella mientras habría la caja y veía el móvil.

—¿Nunca ha tenido un teléfono? —preguntó el mayordomo.

—De hecho, sí, se me rompió hace poco. Pero no tan moderno como este —indicó ella dejándolo de nuevo sobre la mesa.

—Le enseñaré cómo funciona para que usted pueda enviar mensaje y mandar su ubicación de ser necesario —dijo el hombre de manera muy amable. Ella se lo agradeció y después de que estuviera en un buen rato tratando de entender cómo hacer para usarlo le llegó un mensaje.

—¿Por qué me llega un mensaje si ni siquiera le he dado el número a alguien? —preguntó Emilia en voz alta mirando a Federico, el hombre sonrió.

—Dejé su número en la oficina de su médico. Por lo cual estoy seguro de que solo le envían ese mensaje para confirmar que usted el viernes asistirá a su consulta —explicó el hombre mirando la hora. Se había demorado mucho y aún debía hacer otras cosas.

—Entiendo. ¿Y cómo puedo llamar a la oficina? —preguntó Emilia entusiasmada, haciendo que el mayordomo confundiera sus intenciones; pensando en que quería hablar con el doctor Donéis. Cuando en realidad ella solo quería poder comunicarse con Fátima para poder decirle que ahora sí tenía teléfono y podían enviarse mensajes.

Al final, cerca del mediodía, llamó a Fátima y se pusieron a charlar. Aunque no mucho porque el descanso de esta solo duraba quince minutos. Emilia era feliz, por primera vez en años había conocido a una buena chica que la comprendía y la hacía sentirse bien.

—Mi esposo se fue por una semana. Y estaré sola en la casa. ¿Te gustaría venir a visitarme? —preguntó Emilia con temor. ¿Fátima tendría ganas de pasar una tarde aburrida en su compañía?

—¡Qué! Es genial. Me encanta, pediré el día libre mañana para que pasemos todo el día juntas —dijo Fátima haciendo reír a Emilia—. Espera, me parece que me pasé de emoción.

Autora: Osaku