Mary es una chica muy alegre y llena de sueños, aunque desde pequeña enfrentó muchos obstáculos, siempre es optimista y está con una gran sonrisa, buscándole siempre el lado bueno a todo, una día su vida cambiará, aunque al principio todo parece ir de mal en peor, pronto todo eso pasará a ser parte del camino para su felicidad, pues conocerá a su gran amor, aunque eso todavía no lo sabe, acompañame a vivit esa increíble historia, llena de dolor, lágrimas y felicidad.
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Debemos encontrarlo.
Al día siguiente, fueron a buscar a Don Napo a su casa, el hombre salió muy frustrado, pues quién va a interrumpir su sagrado día de descanso, se puso más tenso cuando vio a las tres mujeres paradas en la puerta.
—Venimos a hablar —dijo Mónica con voz firme.
El viejo fingió no entender.
—¿Hablar de qué?
Ana avanzó un paso.
—Usted estuvo allí el día que Mary… cuando ella… —le temblaba la voz—, sabemos que sabe quien es el hombre con quién estaba Mary ese día en la cabaña, necesitamos saberlo.
Don Napo chasqueó la lengua y se cruzó de brazos.
—Yo no sé nada, las muchachas se meten con cualquiera, yo no me meto en la vida de nadie.
—Esto no es un chisme, Don Napo —dijo Mónica, conteniendo su enojo—. Se trata del futuro de una niña y de un bebé. ¡Usted lo sabe!
Él apretó los labios, terco como siempre.
—Dije que no voy a hablar.
Mary sintió que el corazón se le caía al suelo, Mónica la sostuvo por el hombro sin apartar la mirada del hombre.
—Piénselo bien —advirtió Ana—, se que ese hombre le hizo daño, se aprovechó… usted es su complice, no queremos problemas, solo la verdad.
Pero Don Napo solo negó una vez más, esta vez dando por terminada la conversación, las mujeres se alejaron con un sabor amargo en la boca y una certeza: él sabía algo y no quería decirlo.
Esa noche, de vuelta en casa, Mary se sentó entre Mónica y Ana, sintiéndose pequeña pero más acompañada que nunca, el miedo seguía allí, apretándole el pecho, pero ya no estaba sola.
—No te preocupes, hija —le dijo Mónica, pasándole el brazo por los hombros—. Si él no quiere hablar, nosotras encontraremos otra forma, lo importante es que vamos a salir adelante, las tres.
Los meses siguientes fueron un torbellino de esfuerzos, silencios tensos y esperanza, desde el día en que Don Napo se negó a hablar, Mónica y Ana decidieron que no podían quedarse de brazos cruzados, había un hombre allá afuera, un desconocido cuya identidad no era identificada, y ellas estaban decididas a encontrarlo, no por curiosidad, sino por justicia, por Mary, y, sobre todo, por aquel bebé que venía en camino.
Las tres mujeres, cada una con su rutina diaria, se reunían por las tardes en la pequeña sala de Mónica, convirtiéndola en un centro improvisado de investigación, revisaron hojas de asistencia, contratos viejos, copias de pasaportes, correos impresos, registros de proveedores, incluso facturas de alojamiento de extranjeros, entraron, con cuidado y discreción, a la oficina del jefe de Don Napo cada vez que él salía, Mónica, que tenía años trabajando allí, sabía exactamente cómo evitar las cámaras antiguas que no servían del todo y cómo esconder los papeles antes de que alguien regresara.
—Tiene que estar aquí —murmuraba Ana mientras pasaba las páginas de un archivo grueso—, no puede desaparecer así, como un fantasma.
Pero los papeles parecían confabularse contra ellas: hojas incompletas, nombres ilegibles, documentos faltantes, registros sin fotografía, era como si aquel hombre nunca hubiera existido, a veces Mary se quedaba quieta, con las manos apoyadas en su vientre que crecía día a día, sintiendo que el mismo se hacía más pesado.
—Tal vez… tal vez no debamos buscar más —susurró en una ocasión, con la voz apagada.
Mónica la miró con suavidad.
—No buscamos para obligarte a nada, hija, buscamos para darte paz, y si no lo encontramos, igual estaremos contigo.
Ese apoyo fue lo que mantuvo a Mary firme durante todo el embarazo, su cuerpo cambiaba con rapidez: primero una leve hinchazón que solo ella notaba; luego, el movimiento suave del bebé, como un pez nadando dentro de ella; y más tarde, una curva plena que anunciaba al mundo que una nueva vida estaba a punto de llegar.
Sin embargo, la incertidumbre de no saber quién era el padre seguía latiendo en su interior, por las noches, mientras Mónica roncaba suavemente en la habitación contigua, Mary acariciaba su vientre y susurraba:
—No importa quién seas… yo te voy a amar.
Pasaron así nueve meses de búsqueda inútil, de ilusiones rotas y de pequeños milagros: cada latido en las ecografías, cada patadita inesperada, cada vez que sus amigas le llevaban fruta, jugos o ropa para el bebé.
Pero nadie estaba preparado para lo que ocurrió el día del parto, pues este fue inesperado, como si el niño hubiera decidido que ya era hora de terminar con los misterios, Mary estaba preparando la cena cuando un dolor le atravesó el abdomen, breve pero intenso, luego otro, y otro, fue el dolor más grande que había experimentado en su vida, Mónica soltó la cuchara y se acercó corriendo.
—¡Dios mío, ya viene!
El caos fue inmediato, Ana buscaba las llaves, Mary intentaba respirar como le había enseñado la enfermera, Mónica intentaba mantener la calma… sin lograrlo del todo, tomaron las cosas que tenían preparadas para el bebé y para Mary y salieron de inmediato hacia el hospital.
una vez allí, tuvieron que esperar unas horas pues aunque el dolor era bien intenso, la dilatación del canal de parto era lenta, Mary estaba en una cama, pero el dolor no la dejaba sentirse bien de ninguna forma, se movía por todos lados, pensaba que al estar acostada el dolor era más fuerte, pero en realidad el dolor era el mismo, no importaba la posición en la que se ponía, pero pronto llegó a dilatación 10, todo estaba listo, la llevaron al quirófano y allí todo ocurrió con una rapidez sorprendente, entre contracciones, instrucciones de médicos y el sonido del monitor, Mary sintió que el mundo solo se enfocaba en un solo objetivo, traer a su hijo al mundo, y entonces, con un último esfuerzo, un llanto nuevo llenó la sala.
—Es un niño —anunció la enfermera, con una sonrisa templada de emoción—. Un niño precioso.
Cuando se lo pusieron en el pecho, Mary quedó sin aire, el bebé, diminuto y tibio, abrió los ojos, ella no pudo contener la emoción, se enamoró aún más de su hijo.
Que la rescaten.