Briagni Oriacne es una mujer como mucha fuerza mental, llega a un momento de colapso donde su felicidad se ve vista en declive ¿Qué hará para alcanzar la felicidad ?
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Hechando Raiz
El beso duró poco, él se había separado como queriendo observarla mejor, dejó el saco del traje colgado en una percha, se aflojó la corbata, pero sus ojos —azules, intensos, serios— no se apartaban de ella. Briagni se detuvo en la mitad de la sala, pisos brillantes, luz tenue, un ventanal que dejaba ver la ciudad respirando desde lo alto, pequeños cuadros con fotos.
Ella no dijo nada. Solo se quitó los tacones despacio, uno por uno, como si con eso también se quitara la timidez. Estaba hermosa, brillante, un poco ebria, pero no de vino: de decisión. De ese deseo terco de ser madre. De sentirse lista.
Él se acercó sin apuro, con esa fuerza silenciosa de un hombre que no busca impresionar, pero que naturalmente impone. Se detuvo frente a ella, su altura envolviéndola, su perfume —entre madera y tabaco suave— llenando su nariz.
—¿Estás segura? —preguntó él, con una voz baja, de esas que acarician por lo bajo que sienan.
Ella sonrió apenas, y en lugar de responder con palabras, se alzó en puntas de pie, lo sostuvo por la camisa abierta y lo atrajo a su boca.
El beso fue lento al principio, como si los labios se reconocieran, como si se midieran. Pero pronto se volvió más urgente, más profundo. Ella deslizó las manos por su cuello, sus hombros, su pecho firme bajo la camisa. Él, en cambio, la tomó por la cintura, con firmeza, con hambre contenida, y la levantó como si no pesara nada, sentándola en el borde del mueble más cercano.
Sus piernas se enredaron en su cintura. Sus respiraciones se mezclaron. Suspiros, gemidos apagados, caricias que hablaban más que cualquier frase. Él le desabrochó el vestido con cuidado, con tanta delicadeza, creía que si ejercía fuerza podría romperla o como si desenvolviera algo sagrado. Ella bajó la mirada un segundo, vulnerable, pero él le sostuvo el rostro con la palma tibia.
—Eres hermosa —susurró, sin titubeos.
Entonces, no hubo marcha atrás. Las ropas quedaron tendidas en el piso, el tiempo se detubo. Sus cuerpos se descubrieron entre las luces tenues y sombras doradas. Las manos exploraron con hambre, pero también con cierta ternura inesperada. Él no se apresuró. Le besó el cuello, los hombros, el pecho, como si memorizara cada rincón de ella.
Ella, mientras tanto, lo abrazaba con todo el cuerpo, se sentía viva, se sentía deseada, se sentía poderosa, porque aunque él guiaba el ritmo, era ella quien marcaba el destino.
Poco a poco las caricias se volvieron más intensas, él se adentraba en los más profundo de su ser y ella disfrutaba de su hombría y él lo notaba, escuchar los gemidos que salían de Briagni lo descolocaban, lo hacían sentir placer, tanto que el deceaba adrentarse más y más en ella, salió de su interior, el condón estaba lleno, lo cambio, para luego seguir besando a briagna y ella le correspondia.
Ambos estaban más que necesitados del otro, Briagni no llego a sentir dolor, él entró nuevamente en ella, esta vez con más fuerza, siendo más salvaje, ella se retorcía bajo él, recibiendo tanto placer, pronto se acabaron los condones y él se lo hizo saber... Briagni solo pensó en que eso era perfecto, dijo que no habría problema que ella era alguien muy sana y se dispuso a él diciendo que se tomaría una pastilla del día después.
Aunque él lo dudó por un momento, los besos de Briagni, lo segaron, el deseo se hizo presente, él la tomo entre sus brazos y la hizo suya otra vez, el vaivén cada vez era más rápido, el sudor de sus cuerpos solo dejaba en evidencia el placer que ambos sentían, ella le expreso el querer estar encima de él y este hecho le hizo morderse el labio, ella se acomodó en cima de él y sin su ayuda empezó a acomodarse encima de su miembro...
Empezó dando pequeños saltos y el tamaño de este sacaba bastante gemidos, sus senos se movían al ritmo de sus saltos, el empezó a lamer uno y luego el otro, ella se movía en círculos y el solo soltaba gemidos y palabras obscenas, se cansó de sus movimientos lentos, aunque placenteros el quería más, cambió la posición y empezó a dar entocadas más profundas, la noche aún era joven y así como esa vez el se corrió muchas veces dentro de ella...
Y asi transcurrio el resto de la noche piel con piel, respiración con respiración, no hubo palabras. Solo movimientos acompañados de gemidos profundos, miradas que ardían. La ciudad allá afuera brillaba indiferente. Pero en esa habitación, en ese instante, Briagni solo penso que su deseo —el más íntimo de todos— por fin estaba echando raíz.