¿Qué pasa cuando el amor de tu vida está tan cerca que nunca lo viste venir? Lía siempre ha estado al lado de Nicolás. En los recreos, en las tareas, en los días buenos y los malos. Ella pensó que lo había superado. Que solo sería su mejor amigo. Hasta que en el último año, algo cambia. Y todo lo que callaron, todo lo que reprimieron, todo lo que creyeron imposible… empieza a desbordarse.
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Lo que empieza a cambiarlo todo
...📀...
Si me hubieras dicho que una presentación más en un escenario escolar me iba a cambiar la vida, te habría dicho que vieras menos películas.
Pero ahí estaba yo.
Vestido negro, labios rojos, manos sudadas.
Esperando mi turno.
Matteo estaba a mi lado, repasando los acordes con su guitarra eléctrica.
Estaba tranquilo.
Demasiado tranquilo.
—¿No estás nervioso? —le pregunté en voz baja.
—¿Debería?
—Es un escenario enorme, la gente, las cámaras, las luces, ¡los jueces! todo recae en nosotros.
—Relájate, Lía. Tenemos esto.
Y tenía razón.
Cuando subimos al escenario, las luces nos cegaron.
El murmullo del público desapareció.
Solo existía la canción y esa energía que se siente cuando alguien te escucha de verdad.
Mi voz fluyó como nunca.
Matteo y yo nos entendimos con una mirada, como si hubiéramos cantado juntos toda la vida.
El teatro estaba completamente en silencio.
Y cuando terminamos…
La ovación fue instantánea.
Aplausos.
Gritos.
Incluso alguien silbó.
Bajamos del escenario con los corazones acelerados.
Yo no sabía si llorar o reír, así que solo suspiré y choqué mi mano con la de Matteo.
—Estuviste increíble —me dijo.
—Tú también.
—Nos irá genial.
Me reí.
—Claro que no, hay muchos buenos. Igual… estuvo mágico.
—No hablo de ganar el concurso. Hablo de ganar… todo esto.
Y justo en ese momento, se acercó un hombre con gafas de sol, traje claro, y una sonrisa de “sé lo que vales”.
—¿Eres Lía Castellanos?
—¿Eh? Sí, soy yo.
—Soy Víctor Marcell, represento a una de las agencias musicales más importantes del país. Tu voz tiene algo especial.
¿Te interesaría conversar sobre una propuesta para comenzar tu carrera como solista?
Me quedé congelada.
—¿Es una broma?
—Nada de bromas, señorita castellanos. ¿Tienes un representante o alguien con quien deba hablar?
Matteo me miró.
Yo lo miré a él.
Y luego al señor de gafas.
—Mi mamá… podría ser esa persona —dije como idiota, porque no se me ocurrió nada más.
Él sonrió.
—Perfecto.Te buscaré después del evento. Felicidades.
Y se alejó con calma, dejando mi cabeza hecha un caos.
Matteo me miró con una ceja levantada.
—Bueno, parece que oficialmente te vas a hacer famosa.
—Cállate —le dije, aún sin creérmelo—.Voy a desmayarme.
—No, no, no. Primero comemos. Luego te desmayás.
Me reí.
...🏀...
No vi a Lía después del hotel y por primera vez en años, no me gustó eso.
Siempre estábamos juntos, siempre. Pero ese día cada uno tenía su propio evento: ella con su presentación musical y yo con el campeonato.
Nos deseamos suerte por mensaje.
Un “rompé la tarima, estrella” vs un “matá en la cancha, crack”.
Y eso fue todo.
Pero mientras me cambiaba en el vestidor, entre gritos de los chicos, zapatillas que volaban por los aires y sudor por todos lados, yo pensaba en ella.
¿Ya habrá cantado?
¿Le salió bien?
¿Estará nerviosa?
¿Habré empacado su botella de agua?
—¡Nico! —gritó Kevin desde su casillero—. ¡Concentrate! ¡Nos jugamos la final!
—¡Lo sé! ¡Ya voy!
Respiré hondo.
Entré a la cancha.
Y ahí sí, modo bestia activado.
El gimnasio estaba lleno.
Gradas repletas, luces altas, pancartas, y mucho, mucho ruido.
Todo el equipo estaba listo.
Jugamos como si fuera la última vez.
Yo marqué, defendí, corrí y encesté como nunca.
En los últimos segundos del partido, tiré un triple que nos dio la ventaja.
La tribuna estalló y claramente ganamos.
Corrimos, gritamos, nos abrazamos como si hubiéramos ganado la NBA.
Yo terminé en el suelo, riendo con la cara roja y el corazón explotado y mientras todos celebraban, un hombre con chaqueta oficial y una carpeta en la mano se acercó a mi entrenador.
—¿Ese es Nicolás Reyes?
—Sí, señor. Capitán del equipo.
El tipo se acercó y me ofreció la mano.
—Juegas como un profesional.
—Gracias… —dije, sin entender bien.
—Soy parte del cuerpo técnico del programa juvenil nacional de baloncesto.
Estamos buscando nuevos talentos para la próxima temporada.
Me congelé.
—¿Cómo… cómo que talentos?
—Queremos hacerte pruebas oficiales. Tienes mucho potencial y sería una lástima no desarrollarlo.
Si tienes disponibilidad y el permiso de tus padres, te mandamos la invitación la próxima semana.
Yo solo pude asentir.
La sonrisa me salía sola.
¿Qué acababa de pasar?
Kevin se acercó justo después.
—¿Todo bien?
—Creo que… creo que me quieren fichar para un equipo nacional.
—¡¿QUÉ?! ¡¡JODER, HERMANO!! —me abrazó tan fuerte que casi me revienta una costilla.
—¡DE VERDAD, HERMANO! —me reí.
Quería contarle a ella.
Quería correr a decirle que lo logré.
Saqué el teléfono para escribirle y justo recibo un mensaje de ella:
...🏀📀...
La noche cayó sobre la ciudad.
Después de todo el caos del día, del calor de los reflectores y la adrenalina del campeonato, solo quería verlo.
Estaba sentada en la terraza del hotel, envuelta en una sudadera gigante y con los pies descalzos sobre la silla.
Miraba las luces de los autos allá abajo, sin pensar en nada.
Solo… esperando.
—¿Me estás ignorando o es mi entrada dramática la que no funcionó? —dijo una voz detrás de mí.
Sonreí sin siquiera girarme.
—Hola, Nico.
Se acercó y se sentó a mi lado. Traía un vaso de soda en la mano y una sonrisa que le salía sin esfuerzo.
—No te vi cantar y estoy un poco molesto por eso.
—Yo tampoco te vi jugar… y créeme que también me molestó.
Hubo un silencio breve.
—¿Entonces? —me preguntó, girándose un poco hacia mí—. ¿Cómo te fue?
—Pues… más allá de bien. Un tipo raro con gafas, que trabaja en una de las disqueras más importantes me ofreció representarme como solista. Dice que tengo algo especial o no sé qué.
Abrió los ojos sorprendido.
—¿Qué? ¿En serio?
Asentí.
—¿Qué le respondiste?
—Que hablara con mi mamá. Me bloqueé.
Se rió.
—Claro que te bloqueaste. Pero igual… ¡eso es increíble, Lía! ¡Vas a ser famosa.
—Ay, cállate. ¿Y tú?
Se encogió de hombros, bajando la mirada por un segundo.
—Me vieron jugar. Gente de un equipo nacional.
Quieren que haga pruebas. Dicen que tengo potencial.
Me quedé en silencio.
—Nico…
—Sí.
—¡Eso es genial! —me emocioné
Nos miramos.
El aire se volvió más denso.
—¿Te das cuenta de lo que significa esto? —pregunté bajito.
—Sí. Que no somos tan normales como pensábamos.
—Yo nunca pensé que fuéramos normales —me reí.
Él me miró un segundo.
Me empujó el hombro con suavidad.
—Estoy orgulloso de ti, ¿sabías?
—Yo también de ti.
Nico sacó algo del bolsillo. Una mini barra de chocolate.
—Te traje esto. Lo vi y pensé: “Lía. Azúcar. Chocolate. Música.” Y nada… aquí está.
Reí con fuerza.
—Es horrible tu lógica, pero gracias.
Me lo metí a la boca sin pensarlo y compartimos el silencio un rato. Cómodo. Cálido. De esos que no hacen falta llenar.
—¿Prometemos una cosa? —dije, girando la cabeza hacia él.
—Depende. Si tiene que ver con no comer papas en la madrugada, no cuentes conmigo.
—Estoy hablando en serio.
—Ok, ok. Dispara.
—Pase lo que pase. Con lo que nos ofrezcan, lo que venga, lo que decidan nuestros caminos…Prometeme que no vamos a perdernos. Recuerda la promesa del avioncito.
Él no respondió de inmediato.
Solo me miró, y luego a su muñeca en donde estaba aquel tatuajeaje que nos hicimos cuando teníamos quince.
Sus ojos brillaban con una mezcla de ternura y miedo.
Y entonces dijo:
—Siempre serás tú, Lía. No importa nada más. Te lo prometo.
Sentí que el mundo se detenía.
Y aunque no fue un beso ni una gran declaración, esa frase me sacudió el corazón.
—Prometido, entonces.
—Prometido.