Corazones Rotos.

...Helios....

Luego de haber tomado la decisión de divorciarme, me fuí de la casa. De mí propia casa.

Sí, Luna me había traicionado de la peor manera, pero todavía la amo. Y me rompería el corazón dejarla en la calle.

Sé que ella no tiene trabajo, tampoco tiene dinero ahorrado porque siempre ha sido una gastadora compulsiva.

Tomé mis pertenencias, las empaqué y me fuí sin mirar atrás.

Me encontraba en mí oficina, atendiendo unos negocios cuando mí buen amigo, Nathan, llegó.

—Hola hombre, ¿Cómo va todo? –Preguntó, mientras se servía un vaso de whisky de mí bar personal–.

No me sorprende su atrevimiento, somos buenos amigos. Antes, solíamos ser Connor, Nathan y yo. Los tres mejores amigos.

¿Quién hubiera pensado que Connor me estaba traicionando por la espalda?

El muy cabrón fingía ser mí amigo, mientras se follaba a mí esposa. ¿Cómo pudo traicionarme de ese modo?

Y, lo que es peor aún, ¿Cómo pudo ella hacerme algo así?

—Estoy bien. –Respondí, sin ningún tipo de emoción. Estaba ocupado con la empresa y el proceso de divorcio, mí cerebro estaba saturado, por decir lo menos–.

—¿Cómo va el divorcio? –Quiso saber, y me tensé–.

Aún no me acostumbro a escuchar la palabra «Divorcio» en voz alta. Supongo que no lo he aceptado aún.

—En marcha. –Admití con amargura–. Sirveme un trago. –Él asintió, sacó otro vaso del estante y me sirvió una bebida, la cual bebí en cuestión de segundos tan pronto la tuve en mis manos–.

—Me siento una mierda. –Confesé en voz baja, mientras él se sentaba frente a mí, observándome caer en la miseria–. Fueron quince años, Nathan, quince... Y los arrojó a la basura sólo porque yo quise darle hijos. ¿Acaso el amor que le dí no fue suficiente? Evidentemente no.

Hablaba conmigo mismo, ya que no le daba pie a darme algún tipo de respuesta. Mientras me ahogaba en el autodesprecio, mí teléfono sonó.

Encendí la pantalla, era un mensaje de Oriana.

«¿Quieres salir a comer hoy?»

Por alguna razón, el simple hecho de ver su nombre me calma. Me tomé un momento para intercambiar mensajes con ella, olvidando por completo la presencia de mí amigo.

Luego de unos minutos, lo escuché aclararse la garganta. Levanté la vista y el muy imbécil estaba observándome con una sonrisa divertida en el rostro.

—¿Qué? –Musité, frunciendo el ceño. Él se encogió de hombros, tratando de restarle importancia a la situación–. Ah, nada... Sólo quiero saber quién es la dama que te hace sonreír como un idiota a la pantalla. –Comunicó–.

¿De qué estaba hablando? ¿Estaba sonriendo y no lo noté?

No, no es posible, ¿Verdad?

—¿Es una jovencita? ¿Volviste a las andadas ahora que estás soltero? –Verbalizó con entusiasmo, mientras bebía su bebida–

Rodé los ojos con irritación, no me gustaba lo que estaba insinuando.

—Sí, es una jovencita, quizás tiene unos 24 o 25 años. –Admití–. Y no, no volví a «las andadas», y no estoy soltero, idiota.

—Te estás divorciando. –Me recordó, haciéndome apretar los puños–. Aún no se ha confirmado la separación, así que técnicamente sigo casado. –Espeté y él rodó los ojos–.

—Nunca voy a entender porque te aferras tanto a esa mujer. Ya déjala, Luna es una traidora que te ha visto la cara de idiota por quince años. Está embarazada de Connor, no de ti. ¿Cuánto más planeas atormentarte creyendo que ella puede cambiar?

Sus palabras eran crudas, pero reales. No era la primera vez que ella me traicionaba, ya lo había hecho antes, pero lograbamos arreglarlo. Volvíamos a empezar y estábamos bien por cierto tiempo, hasta que Luna volvía a ser infiel.

Pero ahora es diferente, porque ella está embarazada. Ese es el motivo por el cual ya no puedo seguir a su lado. La amo y por mucho que me duela dejarla, no pienso ser el padre de un hijo que no es mío.

No dije nada, él tampoco lo hizo. Dejó salir un suspiro agotado y habló nuevamente.

—¿Dijiste 24 o 25? –Indagó y asentí–. Diablos... –Soltó un silbido bajo– Tiene casi la mitad de tu edad, hombre. –Sonrió–. Dime, ¿Te acostaste con ella?

Aquélla pregunta me tomó por sorpresa, causando que me atragantara con mí bebida. Comencé a toser, tratando de recuperarme, limpié mí boca y lo observé con molestía.

—¡No me preguntes cosas así! –Espeté, pero él sólo sonrió–.—Entonces, ¿Eso es un sí? –Insistió y pude sentir como mis orejas comenzaban a arder, confirmando su suposición–.

Comenzó a reír a carcajadas, como si estuviera orgulloso de mis acciones.

—No creí que fuera posible, estoy orgulloso de ti, hombre. –Declaró, mientras me daba una palmada en la espalda–.

No tuve tiempo de responder, ya que la puerta de mí oficina se abrió de repente. Miré hacia allí, encontrándome con mí ex-esposa, quien se acercaba a paso firme.

Volví a sentarme en mí escritorio y la observé con indiferencia, cosa que la desconcertó por unos leves segundos, antes de adoptar nuevamente su fachada de superioridad.

—Tenemos que hablar, Helios. –Declaró, sentándose frente a mí, mientras cruzaba las piernas. La acción no pasó desapercibida, mis ojos se posaron unos segundos en aquéllos muslos que en el pasado adoré, antes de volver a centrarme en su rostro–.

No respondí, estaba ocupado observando sus facciones. Ella era la mujer a quien yo más amé en toda mí vida, la mujer a la que hice mí esposa. Cuándo éramos jóvenes, ella la chica más hermosa, radiante y sexy que había conocido.

Ahora, todo en ella grita elegancia y perfección, porque esa es la imagen que le vende al mundo exterior. Nadie sabe que aquélla mujer que parece ser el epítome de la belleza, es en realidad una cínica infiel que arruinó mí vida.

Mientras observaba su rostro, no pude evitar notar las arrugas en las esquinas de sus ojos. Y algunas manchas de la edad que no pudo ocultar con su maquillaje.

Antes solía me parecía adorable. Pero ahora creo que no es tan bonito como yo pensaba.

Ella está usando un vestido blanco, se adhiere perfectamente a su cuerpo, el cual aún mantiene sus curvas intactas.

«Oriana se vería muy hermosa con vestido blanco como ese»

¿Qué demonios estoy pensando? ¡Concéntrate, Helios!

Me aclaré la garganta, regresando a la realidad.

—¿Hablar de qué? –Pregunté, vi como ella le dió una mirada fulminante a Nathan, exigiendo en silencio que se fuera–.

Pero él simplemente sonrió y se acomodó en el sofá, sin darle el gusto de obedecer a su órden. A Nathan nunca le ha caído bien Luna, pero siempre mantuvo las apariencias por mí. Sin embargo, ya no debe fingir que le agrada.

Ví como el rostro de Luna se puso rojo de rabia, me miró esperando que hiciera algo, pero no hice nada, así que continuó.

—He venido a hablar de tu capricho. –Espetó, haciéndome enarcar una ceja ante sus duras palabras–. —¿Capricho? ¿De qué estás hablando? –Cuestioné, y ella rodó los ojos–.

—Hablo del divorcio, Helios. ¿Hasta cuándo vas a seguir con ésta tontería? ¿Querías demostrar algo? Bien, ya lo hiciste. Ahora, deja el capricho aún lado y volvamos a casa.

Su cinismo era de no creer, ¿Quién diablos era ésta mujer? La Luna que conocí, era una chica dulce, amable y amorosa. Pero la mujer frente a mí, es fría, cruel y calculadora.

¿En qué momento cambió? ¿O es que siempre fue así y yo nunca lo noté? Ya no sé qué creer.

—No es ningún capricho, y no pretendo demostrar nada. Voy a divorciarme de ti, Luna. –Hablé de la forma más calmada posible, pero por dentro quería golpearla en la cara–.

Su rostro se frunció aún más, golpeó mí escritorio y gritó.

—¡¡NO PUEDES ESTAR HABLANDO EN SERIO, NO PUEDES DEJARME, TÚ ME AMAS!! –Era cierto, yo la amaba apesar de todo, pero eso no significaba que yo quisiera seguir estando con ella–.

—Te amo, Luna. Pero ya no quiero estar contigo. –Mi confesión la dejó estupefacta, como si no pudiera creer lo que estaba oyendo. La desesperación llenó su rostro, seguramente porque estaba perdiendo a su perro faldero que le compraba todo–.

—Basta. Vete de mí oficina ahora.

—N-No puedes hablarme así... ¡¡AÚN SOY TU ESPOSA!! –Gritó y perdí la calma–.

—¡¡¡DEJASTE DE SER MI ESPOSA EN EL MOMENTO EN EL QUE QUEDASTE EMBARAZADA DE OTRO HOMBRE!!! –El silencio reinó en el lugar, podría jurar que Nathan había dejado de respirar ante mí repentino arrebato–.

Ella iba a continuar, pero mí amigo se pudo de pie, guiándola a la salida.

Podía escuchar sus gritos, pero él no se detuvo hasta que ella estuvo fuera. Solté un suspiro y me dejé caer en mí asiento.

—Nathan, despide a mí incompetente asistente por dejarla entrar aquí. Y, de ahora en adelante, Luna no tiene permitido el acceso a la empresa.

Él obedeció a mí órden y se fue, dejándome solo.

—Necesito que ésta maldita pesadilla acabe de una vez... –Observé el reloj y quise morir, era casi las nueve, cuando Oriana me esperaba a las ocho–.

Rápidamente tomé mí chaqueta y comencé a correr a mí auto, para llegar donde ella me esperaba.

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