LA FAMILIA OLVIDADA DEL CEO

Después de dejar a Aron en el kínder, Julio volvió al auto con gesto serio. No le había gustado nada lo que vio: instalaciones modestas, padres que no tenían su mismo nivel social y un barrio que no inspiraba confianza.

En su mente ya se trazaba un plan: cambiaría a su hijo a un kínder más acorde a su posición, cercano a su empresa, donde él pudiera supervisar de cerca su educación.

Al llegar al consorcio, Isaías ya lo esperaba en la entrada principal, sosteniendo su carpeta con el orden del día "Buenos días, CEO. En su oficina lo espera la CEO Walton"

El rostro de Julio se endureció de inmediato "¿Rocío Walton?" repitió, con una mezcla de sorpresa y fastidio.

Isaías asintió "Llegó temprano, dijo que quería hablar con usted personalmente"

Julio suspiró, ajustándose el saco. Rocío no era precisamente de su agrado, siempre que coincidían en juntas o eventos, ella lanzaba indirectas cargadas de un trasfondo que ni él mismo lograba interpretar.

Para un hombre acostumbrado a leer entre líneas, esa mujer era un enigma molesto. Lo que Julio ignoraba era el lazo invisible que unía a Rocío con su propia vida: ella era amiga de la infancia de Dalila Rosales.

Se conocían desde el kínder y, aunque sus caminos se separaron cuando la familia Walton partió al extranjero por negocios, ambas habían mantenido el contacto durante los años.

Rocío sabía de la vida militar de Dalila, de su matrimonio con Julio… sabía casi todo, excepto una cosa: que Aron, ahora vivia con su padre.

Dalila no había tenido tiempo de avisarle antes de partir a la misión. Y ahora, sin saberlo, Julio estaba a punto de encontrarse con alguien que conocía demasiado bien las piezas de su historia… incluso aquellas que él mismo aún no terminaba de comprender.

Rocío recorrió la oficina con la mirada. Todo estaba en perfecto orden: la madera oscura del escritorio, los ventanales con vista a la ciudad, los detalles minimalistas que reflejaban el carácter calculador de Julio Mars.

El hombre guapo que había vuelto loca a su amiga Dalila… y también quien la hacía sufrir en silencio.

Recordar eso le endureció la expresión "Desgraciado, si pudiera arrancarte del corazón de mi amiga, lo haría" pensó, apretando los labios.

Sus ojos se detuvieron en un dibujo sobre la mesa: líneas infantiles, trazos que le resultaban familiares, aunque no lograba recordar de quién.

Frunció el ceño con desconcierto, sin sospechar que pertenecían a Aron, el sobrino que tanto la evitaba. Y no sin razón: cada vez que lo veía lo llenaba de besos con la excusa de “eres demasiado bonito” y eso molestaba a Aron.

El sonido de la puerta al abrirse la sacó de sus pensamientos, Julio entró, impecable como siempre, desprendiendo esa presencia que incomodaba y atraía a partes iguales.

Rocío recuperó de inmediato su máscara fría, tal como Dalila le había enseñado a enfrentar el mundo empresarial "CEO Mars, buen día" saludó con formalidad, su voz firme y clara "Iré al punto, no me termina de convencer el proyecto, necesito que mejoren la propuesta"

Julio asintió, controlando cualquier gesto personal "Buen día, en ese caso, lo analizaremos a detalle"

Ambos se sentaron frente al escritorio, extendiendo carpetas y cifras. A medida que discutían, Rocío lanzaba dardos disfrazados de comentarios técnicos.

:No creo que la lealtad sea un valor de su parte…"

"Si da un poco más, su empresa podría quebrar…"

"¿Qué se puede esperar de alguien que deja sus responsabilidades?"

Julio entrecerró los ojos, reconociendo en esas frases un veneno sutil, no eran críticas al proyecto, eran ataques personales escondidos en tecnicismos. Y aun así, se mantuvo imperturbable, con esa calma gélida que lo caracterizaba.

Julio, incómodo por las indirectas que no dejaban de surgir en la conversación, se reclinó en su silla y con tono arrogante lanzó la pregunta "¿Le gusto, señora Walton? Siento que me quiere decir algo, pero nunca lo dice directo"

Rocío bufó, rodando los ojos con desdén "Ya quisiera usted. No es mi tipo. Y créame, cosas que decirle tengo muchas…" respondió fastidiada, mientras en su mente resonaba el pensamiento con amargura: Mi amiga no pudo enamorarse de este tipo.

Una carcajada seca salió de los labios de Julio "Lamentablemente muchos son cobardes que no se atreven a decirme las cosas en la cara"

Rocío lo miró fijamente, conteniendo el impulso de responder lo que realmente pensaba. Con un suspiro forzado, cerró la carpeta y comenzó a guardar los documentos en su bolso "Algún día será, CEO Mars. Por ahora, me retiro... ya está todo claro, nos vemos"

Sin más, se puso de pie y salió de la oficina con pasos firmes, dejando tras de sí un rastro de perfume y tensión.

Julio quedó en silencio, tamborileando los dedos sobre el escritorio. Su instinto, afilado por años de negocios, le decía que aquella mujer no era alguien a quien subestimar, algo en su actitud lo inquietaba: demasiada frialdad, demasiadas indirectas cargadas de veneno.

No me gusta nada… pensó con gesto sombrío. Si no fuera porque los patriarcas Walton y Mars eran viejos amigos, hace tiempo habría roto esa asociación sin pensarlo dos veces.

Rocío salió del consorcio Mars con paso firme, sus tacones resonando contra el mármol del vestíbulo.

El chofer ya la esperaba para llevarla rumbo a la empresa de su padre, el imperio Walton, del cual ella era la única heredera.

Mientras el auto avanzaba por la avenida principal, sacó su teléfono y marcó el número de Dalila. Una, dos, tres veces… nada; el tono muerto al otro lado del auricular la hizo apretar los labios con frustración.

"¿Dónde demonios te metiste, Dalila?" murmuró para sí, dejando caer el móvil sobre su regazo.

Miró por la ventana, viendo desfilar la ciudad, y un pensamiento amargo se le escapó: Si solo aceptaras que yo te mantenga…

Recordar a su amiga le apretaba el corazón. Dalila, sacrificando todo, trabajando duro dentro del ejército, arriesgando la vida en misiones peligrosas, todo para mantener a su hijo, mientras Julio Mars, el supuesto esposo, se paseaba en fiestas, rodeado de mujeres y derrochando como si nada.

Rocío cerró los ojos un instante, conteniendo la rabia. Ese hombre no merece a Dalila, ni mucho menos a ese niño.

Al llegar frente al rascacielos Walton, se recompuso. Sabía que, aunque Dalila no contestara, su deber era claro: proteger a su amiga, aunque fuera a la distancia. Y si para ello debía enfrentarse al mismísimo Julio Mars, lo haría sin titubear.

Mientras tanto, en su oficina, Julio Mars no se concentraba en contratos ni en juntas. Tenía abierta su computadora en una página muy distinta: buscaba guarderías de prestigio para su hijo.

"Esta es la mejor" murmuró, observando el catálogo digital con atención "Tiene talleres de arte, música, deportes… con esto cansarán a mi querubín y lo dejarán sin energía. Así yo podré soportarlo"

Se rio para sí mismo, apoyando la espalda en el sillón de cuero. Jamás hubiera imaginado que estaría planeando la rutina escolar de un niño.

Él, el implacable CEO que dictaba el ritmo de un consorcio. Marcó la opción y programó una cita por la web para visitar el lugar.

Cerró la computadora satisfecho "Bien, después de recoger a Aron del kínder, iremos a verla"

El reloj marcaba el mediodía y, como había prometido, Julio llegó al kínder, su auto llamó la atención de los padres y niños que esperaban en la entrada; no era común ver un vehículo de lujo detenerse frente al portón.

Aron salió corriendo apenas vio a su padre, con la mochila bamboleándose a su espalda "¡Papá!" gritó feliz, lanzándose a sus brazos.

Julio lo cargó con una sonrisa orgullosa, había cumplido su palabra, y eso, aunque no lo admitiera en voz alta, le daba cierta satisfacción "¿Cómo te fue, pequeño?"

"Bien. Ya todos saben que eres mi papá, así que dejaron de fastidiar" dijo Aron con picardía.

Julio rió por lo bajo mientras lo acomodaba en el auto. Cuando estuvieron sentados, encendió el motor y lanzó la noticia "Hijo, encontré una guardería especial para ti, con talleres de arte, deportes, música, de todo. Creo que ahí estarás mejor"

Aron arqueó una ceja, desconfiado "¿Guardería? ¿Otra?"

"Sí" respondió Julio, ajustándose la corbata "La mejor... Ahí podrás gastar toda tu energía y aprender cosas nuevas"

El niño lo miró fijamente y luego soltó una carcajada traviesa "¿Aprender o cansarme? Porque te conozco, papá… seguro lo que quieres es que llegue rendido para que me duerma temprano"

Julio intentó mantener el gesto serio, pero no pudo evitar reír también "Tal vez un poco de las dos"

Aron se cruzó de brazos, como imitándolo "Está bien, pero si no me gusta, no me quedo"

Julio lo observó, sorprendido por esa seguridad tan propia de Dalila, y asintió con solemnidad "Trato hecho"

El auto se detuvo frente al moderno edificio de la guardería. Grandes ventanales dejaban ver un patio lleno de colores, con columpios, un pequeño escenario y un mural de animales pintados a mano.

"Vaya…" murmuró Julio, evaluando la fachada como si inspeccionara una empresa recién adquirida "Limpio, ordenado, buena ubicación"

Aron, en cambio, pegó la cara contra el vidrio de la ventana del carro con emoción "¡Papá, mira! ¡Tienen un muro para escalar! ¡Y un salón de música con tambores!"

Bajaron del coche, al entrar fueron recibidos por la directora, una mujer sonriente que les mostró cada rincón: talleres de arte con pinceles y caballetes, un laboratorio de ciencias con lupas y microscopios infantiles, aulas con tablets educativas.

Julio hacía preguntas prácticas, propias de un CEO:

"¿Qué nivel de seguridad manejan?"

"¿Cuál es la proporción de maestros por niño?"

"¿Los alimentos tienen control nutricional?"

La directora respondía con paciencia, mientras Aron corría de un lado a otro probando los juegos, saludando a los niños y levantando curiosidad por su uniforme distinto.

Al final del recorrido, Aron regresó con las mejillas rojas de tanto entusiasmo "Papá, quiero quedarme aquí. ¡Me gusta!"

Julio lo miró, sorprendido por su rapidez para decidir. Y, en silencio, también reconoció que el lugar había superado sus expectativas.

Con una leve sonrisa, se dirigió a la directora "Prepare los papeles, lo inscribire de inmediato..."

Media hora después, Julio había llenado todos los formularios con precisión. También adquirió los uniformes y el paquete de materiales escolares completos.

Mientras salían, Aron abrazaba una bolsa con sus nuevos útiles como si fueran un tesoro "Mañana empiezo, ¿verdad?"

Julio le revolvió el cabello con cariño "Mañana mismo, hijo"

Por primera vez, ambos salieron satisfechos: Julio, porque había asegurado un lugar digno y seguro; Aron, porque había encontrado un sitio donde gastar su inagotable energía.