Elysia renace en un mundo mágico, su misión personal es salvar a su hermano...
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Obsesión
Los días pasaron, y la rutina se repitió con una constancia casi enfermiza... una obsesión que sería letal... Ernesto, con la esperanza ciega de conquistarla, llegaba siempre con un nuevo obsequio en las manos: collares finos, perfumes importados, telas costosas que brillaban como si pertenecieran a la corte.
Clariet lo recibía con su sonrisa encantadora, pero apenas él daba la espalda, esa dulzura se desmoronaba en carcajadas sofocadas. Sus amigas, que solían reunirse en torno a ella, disfrutaban del espectáculo.
—Mira, mira lo que me ha traído hoy… —decía mientras abría una caja de terciopelo, mostrando un brazalete de plata adornado con zafiros diminutos—. ¿No es adorable lo desesperado que está?
Las risas llenaban la habitación, mientras Ernesto, ignorante de esas burlas, pensaba que poco a poco iba ganando terreno en el corazón de la muchacha.
Elysia, que observaba desde las sombras de la distancia, apretaba los puños. Cada día que pasaba confirmaba lo que había visto en su visión: Clariet jamás lo amaría, y aun así lo dejaría hundirse en deudas por complacerla.
Hans, que la había acompañado en más de una ocasión a presenciar discretamente la escena, comentó con una mueca irónica:
—Tu hermano tiene el corazón de un caballero… pero lo pone en las manos equivocadas.
Elysia respiró hondo, con el dolor clavándosele en el pecho. —Y ese será su final, si no hago algo pronto.
Hans la miró de reojo. —No será fácil romper esa ilusión. Un hombre que ama de esa manera prefiere perderlo todo antes que aceptar la verdad.
Ella lo sabía. Y esa certeza la estaba consumiendo.
Los días se hicieron semanas, y con ellos, la presencia de Hans en la vida de Elysia dejó de ser una sorpresa. Al principio, lo había considerado una intrusión, un recordatorio constante de que no estaba sola ni siquiera en sus pensamientos. Pero poco a poco, sus visitas al amanecer se volvieron parte de su rutina.
Él aparecía en silencio, sentado en la misma silla junto a su cama, con los brazos cruzados o revisando algún documento. Ella ya no se sobresaltaba; a veces simplemente abría los ojos y lo encontraba allí, como si fuese lo más natural del mundo.
—Si sigues entrando así, terminaré creyendo que no duermes nunca —murmuraba ella, medio entre sueños, mientras se incorporaba.
Hans sonreía, sin negarlo ni confirmarlo. —Dormir es un lujo para quienes no tienen responsabilidades.
En esas mañanas, Elysia le hablaba de lo que se venía: movimientos de comerciantes, rumores de la nobleza, lluvias que arruinarían cosechas o barcos que encallarían en el puerto. Hans la escuchaba con atención, tomando notas mentales que después convertía en decisiones precisas para sus negocios.
—Si compras trigo antes de que los graneros del norte se inunden, tendrás el doble de ganancias —le dijo una mañana.
—Y si adelantas la venta de telas, los mercaderes de la capital se pelearán por ellas antes de que suba el precio del transporte.
Hans se apoyaba en su consejo sin decirlo explícitamente, pero la verdad era que la “chiquilla” se estaba convirtiendo en su oráculo personal, alguien indispensable en su juego de poder.
Elysia, por su parte, descubría que la seriedad de Hans podía ser cómoda, incluso tranquilizadora. Él nunca la juzgaba, nunca se burlaba de sus recuerdos de su vida pasada, y aunque sus bromas solían tener un filo cruel, siempre la trataba como alguien que merecía ser escuchada.
Se acostumbró a su voz grave acompañando las primeras luces del día. Se acostumbró a sentir que, aunque su lucha por salvar a Ernesto era solitaria, no estaba del todo sola.
Hans desde que le declaró sus sentimientos lo hizo con hechos y no con palabras, pero también entiendo un poco a Elysia, ella necesita que él le confirme su amor de viva voz🤔