El Secreto De Lady Midnight

Era sábado y el sol empezaba a descender, pintando el cielo de tonos naranjas y púrpuras. El hombre con una chaqueta de cuero negra que le sentaba de maravilla y unos jeans desgastados, se bajó de la imponente moto de su amigo. A su lado, Javier, con una chaqueta similar, pero de un color café, también se quitó el casco, revelando una sonrisa cómplice.

El contraste con sus trajes habituales era total.

Caminaron hacia el taller, un espacio lleno de herramientas, el olor característico a aceite y el brillo de las motos.

Al entrar, Javier señaló una máquina espectacular, recién pulida.

—Ahí está tu belleza, amigo— dijo con una sonrisa. —Recién llegada de Corea un país exótico, ¿no crees?—

Su amigo se acercó, admirando la moto con ojos brillantes. —Uf, Javier, esta sí que impone, la potencia que debe tener... ¿Ya le metiste mano a las velocidades? ¿Qué tal se comporta en la pista?—

Javier rio.

—Ni te imaginas. La ajusté para que responda al instante. Es una bestia en las curvas y en las rectas... Pura velocidad. Vas a sentir la diferencia con cada cambio. Esta máquina está hecha para ganar—

—Justo lo que busco— dijo el.

POV EL.

Al ver esa moto negra, recién llegada, algo en mí despertó.

Javier, con esa sonrisa suya, me lanzó el reto: —¿Una carrera?— Y sin pensarlo, acepté. La adrenalina, esa que creía enterrada bajo años de juntas y contratos, comenzó a burbujear.

Subirme a la moto fue como reencontrarme con una parte olvidada de mí.

Me acomodé en el asiento de cuero de la moto, sintiendo la vibración del motor como un latido propio. El casco se ajustó, aislando el mundo exterior, dejando solo el rugido de la máquina y la imagen de Javier frente a mí.

Un gesto suyo, una sonrisa cómplice, y activé el acelerador.

La moto respondió al instante, un empuje brutal que me pegó al asiento.

La pista del taller se convirtió en un borrón. Las herramientas, las luces, todo se desdibujaba mientras la velocidad aumentaba.

Javier iba delante, en una silueta decidida. Sentí cada curva, inclinándome con la moto, anticipando el movimiento.

El viento azotaba, pero la chaqueta de cuero me protegía. En las rectas, la aceleración era pura euforia, una sensación de libertad total.

Cada cambio de marcha era preciso, la moto respondía a la perfección.

Me sentía vivo, conectado con la máquina de una forma que los negocios jamás podrían replicar. Al final de la pista, crucé la línea de meta justo delante de Javier, una victoria que sabía a mucho más que una simple carrera.

Con los cascos puestos, el sudor perlaba sus frentes. Javier se acercó a su amigo, ambos sonriendo. —¡Buena carrera, amigo! Te lo dije, esa máquina es una bala—

El amigo se quitó el casco, con su rostro iluminado por la euforia. —¡No sabes cuánto lo sentí, Javier! Esa potencia, la conexión... ¡Es increíble! Me siento renovado— Miró su reloj. —¡Uy, mira la hora! Aún nos da tiempo para unos tragos en mi casa antes de la gala—

Volvieron a encender los motores dejando solo humos detrás de ellos.

Se dirigieron a la mansión, un lugar imponente al igual que el dueño. Al bajar de las motos, una figura femenina apareció de la nada.

Era Rebeca, una mujer muy atractiva, pero con un aire claramente fastidioso.

—¡Lorenzo!— gritó, con su voz chillona rompiendo la calma.

Lorenzo se volteó, su expresión cambió de la euforia a una mueca de resignación. —¿Qué quieres, Rebeca?— preguntó, cortante.

—¿Dónde estabas? Te he estado esperando hace una hora— replicó ella, cruzándose de brazos.

—No tengo por qué darte explicaciones, rebeca— Lorenzo levantó una ceja. —¿Qué haces aquí, Rebeca?—

Ella se acercó un paso mas, con su mirada fija en él. —Solo quería verte— dijo, intentando sonar dulce, pero con un trasfondo de exigencia.

—Pues ahora no es buen momento— respondió Lorenzo, dándole la espalda. —Estoy ocupado— Ignoró sus llamados y siguió caminando hacia Javier, quien lo esperaba con una sonrisa.

Rebeca se quedó parada, su expresión de molestia era cada vez más evidente.

Javier, con una mirada cómplice hacia Lorenzo, añadió: —Parece que Rebeca tiene ganas de recordar viejos tiempos, ¿no? A ver si no te arma un escándalo antes de la gala—

Lorenzo sonrió, con un brillo travieso en sus ojos. —Si se pone pesada, le doy lo que quiere y listo— le guiñó un ojo a Javier. —Un par de minutos y se olvida de todo. Ya sabes cómo es—

Javier soltó una risa nerviosa, sacudiendo la cabeza. —La verdad, Lorenzo, no sé cómo le haces con Rebeca. Yo no tengo esa paciencia para lidiar con esas cosas— admitió. —Será mejor que le pongas un alto ya, antes de que esto se salga de control de verdad—

Lorenzo tomó una botella de ron añejo, y sirvió dos vasos generosos. Mientras le pasaba uno a Javier, le preguntó con una sonrisa: —¿Y tú, cuándo vas a sentar cabeza, hombre? Ya es hora—

Javier dio un sorbo al ron, saboreándolo. —Es que, Lorenzo, ¿para qué complicarse? La vida es corta. Si no hay algo que realmente te mueva, ¿por qué forzarlo?— dijo, encogiéndose de hombros. —Prefiero disfrutar el momento, las experiencias, que atarme a algo que quizás ni siquiera quiero—

Lorenzo asintió, pensativo mientras miraba su vaso. —Te entiendo, amigo. Y tienes razón en disfrutar. Pero a veces, esas experiencias te llevan a otro lado, ¿sabes? A algo más estable, más... de verdad. No sé, solo digo que a veces todas esas cosas cansan, el tener una mujer diferente cada día— toma otro sorbo. —A veces quiero llegar a casa y encontrar quien me reciba con una sonrisa, vistiendo un babydol rojo transparente— ríen. —De verdad, creo que ya tenemos esa edad de sentar cabezas ¿No?—

Javier tomó el vaso, con su mirada brillando. —No has llegado a los treinta y cinco y ya te están dando fuerte. la verdad, para mí todavía no ha llegado nadie que me haga querer hacerlo— respondió. —Hasta que eso pase, a disfrutar de las que llegan— Ambos chocaron sus vasos, rieron y bebieron, con el sabor del ron llenando sus bocas.