En la Ciudad de México, como en cualquier otra ciudad del mundo, los jóvenes quieren volar. Quieren sentir que la vida se les escapa entre las manos y caminar cerca del cielo, lejos de todo lo que los ata. Valeria es una chica de secundaria: estudiosa, apasionada por la moda y con la ilusión de encontrar al amor de su vida. Santiago es todo lo contrario: vive rápido, entre calles peligrosas, carreras clandestinas y la lealtad de su pandilla, sin pensar en el mañana.
Cuando sus mundos chocan, la pasión, el riesgo y el deseo se mezclan en un torbellino que los arrastra sin remedio. Una historia de amor que desafía reglas, rompe corazones y demuestra que a veces, para sentirse vivos, hay que tocar el cielo… aunque signifique caer.
NovelToon tiene autorización de Santiago López P para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Siete
Todas las chicas que estaban en la pizzería de la Roma voltean a verla conmovidas, y no falta la que le echa una mirada de envidia disimulada. Esperanza casi se arrepiente de soltar la frase, porque de inmediato sintió esas miradas clavadas.
—¡No por Daniel, wey… por las rosas! —aclara, tratando de desinflar el ambiente.
Las demás sueltan una risita nerviosa que las vuelve a unir.
—Luego me besó en la boca, me agarró la mano y… me dio esto.
Abre la palma y enseña un anillo sencillo, con una piedrita celeste que brilla bajo las luces rojas del neón parpadeante del local. Los ojos de las demás se agrandan.
—¡No manches, está precioso! —dice una, y todas asienten, entre suspiros y expresiones de asombro.
Esperanza sonríe, todavía con los cachetes rojos.
—Después nos fuimos a mi casa. Mis jefes no estaban… pusimos un CD de Caifanes y nos tiramos en la azotea con un cobertor, viendo las estrellas.
—¿Había muchas? —pregunta Magdalena, siempre la más cursi del grupo.
—Un chingo, parecía que el cielo se iba a caer.
Mientras tanto, un poco más allá, otra versión de la noche corre de boca en boca.
—Eh, ¿y ayer por qué no contestaste el teléfono? —le suelta Brayan a Daniel.
Brayan se acomoda el mechón largo que le cubre medio rostro. Entre su melena con puntas rubias y el gesto de “angelito caído”, cualquiera pensaría que es buena onda, pero su fama de cabrón en la colonia lo desmiente.
—Nada, fuimos a cenar pizza con Esperanza y luego… ya sabes. Lo de siempre —responde Daniel, queriendo cortar el tema.
—¿Neta? ¿Y por qué no nos llamaste? —insiste Brayan con tono filoso.
—Pues salió así, de repente.
—Eso es lo raro, tú nunca haces nada de repente —le revira Brayan, clavándole la mirada.
El ambiente se tensa. Los demás se dan cuenta: Pollo y Kevin dejan de patear la botella de Boing abollada con la que estaban jugando, y se acercan con sonrisa de “ya se armó”. Marcelo da una fumada larga a su Delicados sin filtro y suelta el humo haciendo su clásica mueca de burla.
—No se hagan weyes, ayer se cumplieron seis meses de que Esperanza y Daniel andan. Y él se la quiso pasar solito con ella.
—¡No es cierto! —responde Daniel rápido, pero nadie lo escucha.
—Dicen que hasta anda con la idea de poner un changarro de flores, ¿sí o qué? —lo provoca el Chuy, ese güey enorme con cara de boxeador retirado, que se gana la vida cuidando puestos en Tepito.
—¡Qué tierno! —grita Diego, mostrando los dos dientotes, mientras le revuelven el cabello a Daniel con el puño.
—¡Ya, suéltenme! —protesta, pero el resto se le va encima entre risas y empujones, casi sofocándolo con sus músculos inflados en el gym de la esquina.
—¡Órale, ahora vamos por Esperanza! —grita Diego.
Las All Star azules de Esperanza pisan el suelo cuando baja de la Vespa, pero apenas da dos pasos cuando el Chuy la carga como si nada. Su pelo rubio contrasta con la mirada oscura de él y la ceja mal cosida que trae desde la última bronca en un bar de Insurgentes.
—¡Bájame, pinche animal! —grita ella, pataleando.
Marcelo, Pollo y Diego se acercan fingiendo ayudar, pero aprovechan para meter mano mientras la lanzan al aire. Las amigas corren a defenderla.
—¡Ya párenle, bola de nacos! —chilla una de ellas.
El Chuy se ríe fuerte, como si todo fuera un juego. Esperanza apenas alcanza a contener las lágrimas mientras cae otra vez en brazos de Daniel, que se abre paso como puede. La jala detrás de él, poniéndola a salvo.
—¡Ya estuvo, cabrones! —les grita con voz temblorosa.
El Chuy se planta enfrente, abriendo las piernas. Sus Levi’s claros se tensan sobre los muslos enormes. Esperanza, escondida detrás de Daniel, apenas asoma media cara. Aguanta el aire, como si con eso pudiera desaparecer.
—¿Y si no qué, flaco? —dice el Chuy con sonrisa torcida, esperando el primer movimiento.