MI DESTINO ERES TU

CAPITULO 7

NARRADOR.

Aurora cumplió con lo que había prometido.  A las siete en punto, estaba de pie frente a la puerta de la oficina de Arturo, con el corazón acelerado, sintiéndose emocionada y nerviosa. Había tenido un día complicado, lleno de una extraña sensación de vacío que no podía explicar. Desde que se despertó, algo le pesaba en el pecho… y no era solamente el cansancio.

Arturo salió de su oficina a las 7:03, sorprendido de encontrarla allí, esperándolo como había dicho.

—¿Podemos irnos? —preguntó ella con un tono suave pero decidido.

—Claro que sí, amor —contestó él con una sonrisa—. ¿A dónde deseas ir?

—Hay un nuevo restaurante. Es popular y quiero probar su comida.

—Entonces tomemos tu auto —sugirió él de inmediato.

El viaje fue silencioso, lleno de una tensión que ninguno parecía querer mencionar. Aurora observaba por la ventana, sus ojos fijos en las luces de la ciudad reflejadas. Arturo, mientras conducía, tenía la mirada perdida y el ceño levemente fruncido, como si sus pensamientos lo separaran de ella. No parecían una pareja casada desde hacía un año. Se sentían más como dos extraños compartiendo el mismo espacio, como si su amor, de repente, hubiera desaparecido sin aviso.

Al llegar, había una larga fila frente a la entrada del restaurante, como Aurora había previsto. El lugar estaba de moda y era difícil conseguir una mesa. Pero ella había tomado precauciones y había hecho la reserva con días de antelación. El anfitrión con cortesía los llevó a una mesa junto a la ventana.

El restaurante fusionaba lo moderno con lo clásico de una manera excepcional. Candelabros colgaban del techo como obras de arte, proyectando una luz suave que iluminaba los rostros cálidamente. Las paredes estaban adornadas con espejos dorados y plantas vivas, mientras una banda de jazz tocaba en vivo desde una esquina del local, con un volumen lo suficientemente bajo para no interrumpir sus conversaciones.

Una vez que hicieron sus pedidos, Aurora decidió iniciar la conversación. Tenía algo que expresar, algo que ofrecer… y un nudo en la garganta que necesitaba liberar.

—Te traigo un obsequio —dijo, con una sonrisa que trataba de ocultar su nerviosismo.

Arturo la miró, claramente sorprendido.

—¿Un obsequio? ¿Por qué?

—Para nuestro aniversario —respondió ella, dulcemente—. Fue hace una semana, pero no habíamos podido celebrarlo.

Sacó de su bolso una pequeña caja, debidamente envuelta. Dentro había un reloj elegante, de edición limitada, con sus iniciales grabadas de manera discreta en la correa: A A.

Arturo permaneció en silencio por unos segundos, luego exhaló lentamente.

—Lamento mucho esto, cariño… lo olvidé por completo. Prometo compensarte.

—No es necesario —respondió Aurora de inmediato—. Has estado trabajando mucho, lo comprendo. No es una justificación, pero sé que lo haces por nosotros.

Arturo asintió, con una expresión que parecía sincera.

—Sabes cuánto me esfuerzo por ti. Quiero darte lo mejor… que no te falte nada.

Aurora desvió la mirada, aguantando la punzada de tristeza que aún la invadía. Luego lo miró sinceramente.

—Arturo… no necesito nada más. Me casé contigo por amor, y lo sabes. Nunca te he solicitado lujos. A lo que me disté me adapté sin quejarme.

—Lo sé —contestó él, en un tono más bajo—. No imaginas lo afortunado que me siento. Pero… deseo ofrecerte los lujos a los que estabas acostumbrada. Solo te pido paciencia. Este mes, si consigo cerrar unos tratos, me gustaría llevarte de viaje. ¿Qué piensas?

Ella sonrió, aunque una parte de ella seguía insegura. No podía evitarlo.

—Contigo iría hasta la luna si me lo pidieras… pero, más que un viaje, deseo tu amor.

—Y lo tienes, nunca lo dudes —dijo Arturo, tomando su mano.

Aurora no contestó. Justo en ese momento, el mesero llegó con los platos, y decidió callar. Las palabras de Manuel aún revoloteaban en su mente, como mariposas oscuras que no podían irse. Pero no era el momento. No quería estropear la noche. No otra vez.

El resto de la noche fue más ameno. Arturo se mostró más cercano, incluso juguetón. Disfrutaron de la comida, brindaron con vino blanco, y luego, cuando la música cambió, él la invitó a bailar. Ella aceptó sin pensarlo. En sus brazos, durante unos minutos, quiso creer que todo estaba bien, que sus sospechas eran solo producto del cansancio y la rutina.

Bailaron como antes. Se miraron como cuando todo era nuevo. Y esa noche, Arturo le dio a Aurora algo parecido a la esperanza. Pero en el fondo, muy dentro de ella, sabía que algo había cambiado. Y aunque decidió confiar, su intuición no se apagó.  Solo… permaneció en silencio.

Por ahora.