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El Maestro Encantador

El Maestro Encantador

Status: En proceso
Genre:Romance / Amor prohibido / Profesor particular / Maestro-estudiante / Diferencia de edad
Popularitas:1.5k
Nilai: 5
nombre de autor: Santiago López P

Nueva

NovelToon tiene autorización de Santiago López P para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capitulo 6:

—Samuel, no te metas en líos, por favor… no me lo perdonaría si te pasa algo —

le rogué con la voz quebrada.

Él me miró con esa mezcla de dureza y ternura que solo sabe mostrarme a mí.

—Ya te dije que no te preocupes, hermanita. Yo sé lo que hago.

No estaba convencida, pero tampoco quería discutir más.

Así que estiré mi mano y levanté mi meñique, ese gesto infantil que habíamos compartido desde niños para sellar las promesas más sagradas.

—Ok… entonces prométeme que, hagas lo que hagas, te vas a cuidar.

Él entrelazó su meñique con el mío y sonrió apenas.

—Promesa de meñique. Todo va a estar bien. —

Luego se inclinó, me dio un beso en la frente y salió de mi cuarto.

Me quedé con un nudo en la garganta, entre la esperanza y el miedo.

Los días pasaron.

No recibí más mensajes de Pablo y, poco a poco, el silencio en mi bandeja de entrada me dio un respiro.

O quizá era solo la calma antes de otra tormenta.

De cualquier manera, hoy no podía darme el lujo de pensar en él:

las clases en la universidad empezaban, y ese era mi refugio, mi ancla.

Me levanté temprano, preparé mi ropa con cuidado, me bañé y me vestí.

Al bajar a desayunar, mi plan era rápido y sencillo:

un jugo de naranja y una tostada.

Pero claro, mi mamá es la típica madre latina:

ninguna hija suya sale de casa con el estómago vacío.

—¿Eso es todo lo que vas a comer? —

preguntó arqueando una ceja mientras colocaba en la mesa su canasto de tortillas recién hechas.

—Mamá, voy tarde… —

intenté excusarme.

—Aunque vayas tarde, te comes algo de verdad.

Y no hubo forma de librarme.

Al final, negociamos:

acepté una quesadilla.

Fue lo mínimo que la convenció, porque ella quería que me devorara sus famosos huevos rancheros.

Admito que son deliciosos, pero no me gusta quedar tan llena.

Con la panza satisfecha a medias, salí de casa a toda prisa.

Subí a mi auto

—un regalo de mis padres por mis notas impecables—

y lo puse en marcha.

Quince minutos después, ya estaba en el campus.

Respiré hondo cuando vi los altos edificios de la facultad:

ese lugar, pese a todo, me hacía sentir en casa.

Conduje hasta los parqueaderos y, para mi fortuna, encontré un espacio libre.

Sonreí, giré el volante y comencé a dar reversa para encajarlo.

Pero, de pronto, un Maserati Quattroporte se metió de lleno en el lugar.

Frené en seco; por poco lo golpeaba.

El rugido de mi motor ahogado fue como un latigazo en mis oídos.

Un chispazo de rabia me recorrió entera.

Ese maldito correo de Pablo había dejado demasiada ira acumulada en mi interior, y ahora, con este descaro, explotó.

Salí del auto de golpe, cerrando la puerta con un portazo que resonó en todo el estacionamiento.

Mis manos temblaban de coraje, y por primera vez en mucho tiempo no quise contenerlo.

—¡Oye! —grité, con la voz cargada de furia—. Ese era MI lugar.

Y caminé con pasos firmes hacia el Maserati, sin importarme quién demonios iba a salir de ahí.

De ese auto se bajó un hombre que parecía sacado de una revista:

alto, elegante, con la barba perfectamente perfilada y el cabello peinado con una precisión casi obsesiva.

Su traje, evidentemente hecho a la medida, le quedaba impecable.

El Maserati y él parecían formar parte del mismo conjunto de lujo.

Pero a mí no me impresionó en lo más mínimo.

Estaba demasiado cargada de rabia como para detenerme en su porte impecable.

—¡Señor! —

grité con voz firme, casi temblando de indignación.

Él se giró hacia mí, visiblemente sorprendido.

—¿Me está hablando a mí? —

preguntó, con un tono mezcla de incredulidad y cortesía.

Miré a mi alrededor con un gesto teatral, levantando las cejas.

—¿Acaso ve a alguien más? —

repliqué con ironía.

Él dio una breve pasada con los ojos por todo el estacionamiento, como si quisiera corroborar que en efecto, solo yo podía estar gritándole.

Luego volvió la vista hacia mí, esbozando una media sonrisa cargada de arrogancia.

—Ok, ya entendí… dime, ¿qué necesitas?

El descaro en su tono me encendió todavía más.

—Ese lugar es mío. Y usted fue un grosero que se metió —

le espeté, señalando con rabia el Maserati aún encajado en el espacio.

Él no perdió la compostura, ni un segundo.

—Lo siento, niña, pero esto es un parqueadero público. El lugar es de quien se acomode primero. —

Su voz sonó pausada, como si estuviera dictando una lección de urbanidad.

“Niña.” Aquella palabra me quemó en el estómago como ácido.

Apreté los puños.

—Sí, pero yo estaba dando reversa. Era obvio que iba a tomar el lugar.

En ese instante, otro auto salió de un espacio a pocos metros.

Respiré hondo para no seguir discutiendo; no iba a darle el gusto de verme perder más el control.

—¿Sabe qué? Olvídelo. Tomaré aquel lugar. Solo espero que esto no se vuelva a repetir.

Sin esperar respuesta, me giré con brusquedad, subí a mi auto y lo dirigí hacia el nuevo espacio disponible.

El portazo resonó como un punto final, aunque por dentro sentía que aquel encuentro apenas estaba empezando.

Mientras acomodaba mi auto, lo vi de reojo:

él seguía de pie junto a su Maserati, observándome con una mezcla de diversión y… ¿curiosidad? Me mordí el labio con frustración.

No quería que me leyera, ni que pensara que su presencia me había alterado más de lo que debía.

Pero la verdad era otra:

algo en ese hombre me había sacado de quicio más allá del parqueadero.

Algo en su seguridad, en esa manera de mirarme como si tuviera el control de todo, me había dejado una chispa encendida bajo la piel.

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