Mis Mejores Errores

Capítulo 6: Comienzo y fin.

Alison subió al comedor como cada día, cargando su bandeja de limpieza. Saludó con un gesto a la nada y a todos a la vez; su humor era un escudo, y su sarcasmo, su espada. Santiago ya estaba allí, sentado con una postura exageradamente relajada, como si el mundo girara solo para él.

—¿Otra vez sola en la mesa de los mortales? —bromeó él, con esa voz que mezclaba ironía y encanto.

—Sí, soy la heroína que limpia mientras otros comen. Me llamo Alison, por si alguien olvida mi sacrificio —respondió ella, arqueando una ceja y sonriendo con descaro.

Matías la observaba por las camaras desde la garita de seguridad. La rabia se le mezclaba con admiración: cada gesto, cada sonrisa de Alison le dolía y lo fascinaba a la vez. Sus emociones eran un caos, y no sabía cómo lidiar con ellas.

Alison recibió un mensaje en el celular. Matías: Hola, ¿qué hacés?

Sonrió, maliciosa, y tecleó:

—Limpiando la sala de reuniones. No es glamour, pero alguien tiene que salvar el mundo del polvo. ¿Vos?

El mensaje de vuelta llegó casi instantáneo: Pensando en vos…

Alison rió sola, levantando la voz sin darse cuenta:

—¡Pensando en mí! Qué romántico…¿Querías decirme algo o solo estabas aburrido? —tecleó con picardía, sin proponérselo. Le gustaba tantear el terreno, poner a prueba la seguridad de Matías y, de paso, ver hasta dónde se animaba a llegar.

Desde la sala de seguridad, Matías leyó el mensaje y sonrió. No sabía si era una provocación, una invitación o ambas cosas, pero lo cierto es que ya no pensaba quedarse al margen. Entendió que Alison le daba lugar para algo más. Había coqueteo, interés, una conexión evidente. Pero antes de seguir con el juego, decidió dejar algo en claro:

—Nos podemos divertir. Todo lo que vos quieras y cuando vos quieras… Pero recordá que yo tengo esposa. Esto no es para engancharse.

Alison leyó el mensaje y no pudo evitar soltar una carcajada. Estaba sola en la sala de reuniones, y su risa resonó entre las paredes como un eco inesperado. Le pareció tan ridículo el planteo de Matías que tuvo que releerlo para asegurarse de que no lo había interpretado mal.

—¿Y qué te pensás? ¿Que soy un pescado para engancharme? —tecleó, entre divertida e incrédula. Hizo una pausa, algo decepcionada. Aunque no esperaba demasiado, tampoco imaginaba ese nivel de descaro. Agregó:

—Sí, ¿sabés qué? Mejor dejemos todo así. Así no hay malentendidos. Sigamos siendo amigos, ¿te parece bien?

Matías tardó unos segundos en contestar. El silencio, por un momento, fue más elocuente que cualquier emoji. Finalmente, respondió con un escueto:

—Sí, está bien.

Alison suspiró y rodó los ojos, divertida. No era un final dramático, pero sí una victoria para su ironía. Por lo menos me hizo reír.

Los días siguientes, la distancia de Matías era evidente. Respondía con monosílabos, evitaba miradas largas y se tensaba cada vez que Alison se acercaba. Pero ella no se dejaba intimidar; sus comentarios eran cada vez más filosos, sus sonrisas, más provocadoras.

Una mañana, pasando por la garita, no pudo evitar detenerse y tocar el vidrio:

—Che, ¿te cambiaron por un maniquí o seguís practicando tu cara de “soy un tipo serio”?

Matías levantó la vista, sorprendido. Su tensión se rompió en una sonrisa involuntaria.

—Sos terrible, Niña —murmuró, y Alison no perdió la oportunidad de responder con ironía:

—Gracias, tomo eso como un cumplido… aunque viniendo de vos, suena sospechoso.

La tensión que los rodeaba era eléctrica. No era coqueteo ni romance, pero cada palabra tenía peso, cada gesto, intención. Alison disfrutaba del juego: podía ser graciosa, mordaz y descarada, y aun así mantener el control.

Al final del día, se fue de la oficina con la sensación de haber ganado otra pequeña batalla. No todo estaba resuelto, pero había dejado su marca. Y eso, para Alison, valía más que cualquier aplauso.